Hay pilotos que llevan el ruido adherido hasta cuando se bajan de la moto. Que ya desde adolescentes protagonizan titulares grandilocuentes y reciben seguimientos exhaustivos desde que aterrizan en el Mundial. Del mismo modo, hay otros envueltos en sigilo, que más que dar sus primeros pasos parecen levitar por las categorías que llevan a MotoGP.
Lo curioso es que muchas veces la diferencia entre unos y otros no está en los resultados.
Solo así se explica el perfil relativamente bajo que ha tenido Enea Bastianini a lo largo de la última década, teniendo en cuenta que terminó cuarto y como mejor debutante en su único año en la Rookies Cup allá por 2013; que apenas tardó siete carreras en pisar el cajón del Mundial de Moto3; que en su segundo año ya acabó tercero antes de ser subcampeón; que conquistó el Mundial de Moto2 en solo dos años; y que logró dos podios como rookie en MotoGP con la moto más vieja de la parrilla.
Son hitos que deberían haber recubierto de decibelios la trayectoria de Enea Bastianini, que sin embargo ha recorrido el camino a la élite volando por debajo del radar que señala a los elegidos; sobre todo después de sus infructuosos pasos por dos de los mejores equipos de la época en Moto3 como el Estrella Galicia 0,0 y el Leopard Racing, que le ficharon para ser campeón y apenas correspondió con una victoria en dos años.

Lo cierto es que Moto3 no era para él. Siempre estaba delante por la inercia de su velocidad innata, pero nunca mostró una excesiva voracidad en el cuerpo a cuerpo; lo que le costó el sambenito de piloto poco ganador: en 88 carreras en la categoría ligera tenía un número tan increíble de podios (24) como escaso de victorias (3).
La Bestia estaba dormida, esperando bosques más propicios para sacar las garras.
Después de haber pasado dos años en equipos de renombre, su salto a Moto2 se produjo en una estructura algo más modesta como el Italtrans. Allí se sintió como en casa, y tras un curso prometedor, se llevó el gato al agua en el extraño 2020, logrando dos victorias en las cuatro primeras carreras y añadiendo una más en Misano, el escenario donde se estrenó en Moto3 y donde lograría sus dos primeros podios en MotoGP.
De cara a este 2022 fue, seguramente, el piloto más beneficiado por la salida definitiva del Avintia para hacer hueco al VR46. El equipo de Valentino Rossi quería subir a Marco Bezzecchi para acompañar a Luca Marini, y Ducati colocó a Bastianini en la Desmosedici que quedaba libre: una de las GP21 del Gresini Racing, que ya tenía firmado a Fabio Di Giannantonio.

Una carambola en la que ganaron marca, equipo y piloto. No es casualidad que sus mejores temporadas hayan llegado cuando ha sido parte de equipos italianos. De pronto, Bastianini volvió a ser Enea, aquel chaval de 16 años que llegó al Mundial de la mano del añorado Fausto. Y, como propina, tenía a su disposición la Ducati Desmosedici GP21 que había arrasado a finales del pasado curso de la mano de Pecco Bagnaia, un piloto cortado por un patrón muy parecido al suyo.
La Bestia había empezado a despertar, pero el resto del bosque todavía no lo sabía.
Sorprendió a todo el mundo ganando en Qatar. Mientras los cinco pilotos que llevan la GP22 se debatían sobre qué versión del nuevo propulsor sellar, él pudo dedicarse a exprimir las virtudes de su consolidada montura hasta rozar la excelencia y convertirse en el primer líder del año. Aun aplaudido y celebrado, su triunfo se consideró casi más una extensión del dominio de su máquina en 2021 que un aviso para 2022.
35 días después, las reacciones son otras. Pese a que él se sigue considerando casi un debutante, ya toda la parrilla de MotoGP le mira de reojo, empezando por los demás pilotos Ducati. Por más que todo el mundo tenga claro que la GP22 acabará mejorando a la GP21, ya ronda en el aire la pregunta de si eso sucederá demasiado tarde.

Después de dos carreras discretas -en las que pese a todo consiguió arañar unos pocos puntos-, el contrataque fue contundente. El sábado fue la quinta Ducati del histórico top 5 en parrilla, dejando que el ruido envolviese a sus compañeros de marca y trabajando en el ritmo de cara al domingo.
Todos ya sabían que la Bestia estaba ahí, lo cual no significaba que supieran cómo pararle.
Allí, siempre silencioso, fue rebasando a las GP22 que le precedían hasta quedarse agazapado a la estela de Jack Miller, apareciendo en el horizonte con las garras afiladas y, exactamente igual que hizo con Pol Espargaró en Qatar, justo cuando quedaban poco más de cinco vueltas dar un zarpazo único y definitivo que le devuelve el liderato solo siete días después de perderlo.