Ya no hay dudas: era una misión imposible. A posteriori, resulta evidente. Lo que pasa es que, en los tiempos en los que Marvel colapsa salas de cine, la imposibilidad ha empezado a tener la etiqueta de relativa; lo que conduce a buscar historias inverosímiles en la vida real cada vez que algún humano sobrepasa los límites de lo que se considera normal.
Cuando eso sucede, se les suele conceder el estatus de superhéroe. Fabio Quartararo se lo había ganado a pulso al proclamarse campeón mundial de MotoGP en 2021 con una moto que estaba lejos de ser la mejor, consiguiendo el primer título para Francia en toda la historia de la categoría reina del motociclismo de velocidad. Todo eran sonrisas, vítores, alabanzas y festejos.
No para él. Como todo buen superhéroe que se precie, no había terminado de celebrar su histórico éxito cuando ya estaba pensando en su próxima misión: defender el trono. Sabía de antemano que iba a ser muchísimo más difícil, por dos motivos. El primero era que las nuevas armas prometidas por Yamaha para cubrir sus carencias no habían cumplido las expectativas.
El segundo era el más preocupante: su gran rival, Pecco Bagnaia, empezaría la temporada con mucha más experiencia que la anterior y con las armas de última generación del genio Gigi Dall’Igna. Nadie quería decirlo en voz alta porque resultaba una verdad demasiado difícil de tragar sin haber empezado el año; pero, en tales circunstancias, la misión (esta vez sí) era imposible.
Las dudas iniciales de Ducati a la hora de elegir el motor de su armamento para 2022 abrieron un resquicio de esperanza y Quartararo se decidió a aprovecharlo. Su única esperanza pasaba por hacer su trabajo lo mejor posible y aprovechar los errores del rival, empezando una especie de tira y afloja, como si se tratase del popular juego de sogatira.
Por momentos parecía un juego equitativo, en el que Quartararo y Bagnaia se respondían mutuamente los tirones… hasta que Ducati decidió poner toda su maquinaria a tirar al unísono. Fue entonces cuando Quartararo miró hacia atrás y se dio cuenta de que estaba totalmente solo. Su Yamaha se veía cada vez más impotente y sus compañeros de equipo y marca brillaban por su ausencia.
El juego había sido un espejismo. La cuerda no estaba entre las manos de Quartararo, sino bajo sus pies. Y debajo de sus pies, el abismo. Cada movimiento en falso podía ser decisivo, y esa presión le atenazó. Comenzó entonces a tambalearse a un lado y al otro, cometiendo todos los errores que no había cometido durante la primera mitad de año.
Fue darse de bruces con la realidad. Fuera de las salas de cine, los superhéroes pierden batallas. Por muy talentosos y valientes que sean, es imposible pasar tanto tiempo caminando por la cuerda floja sin caerse cuando se suceden las rachas de viento huracanado. Eso sí, lo mejor que tienen es que siempre vuelven a intentarlo: que nadie descarte a Quartararo en 2023.
