Álex Rins sabe que ha dejado pasar un año ideal para intentar ser campeón del mundo de MotoGP. No lo sabía todavía cuando se lesionó en la Q2 del Gran Premio de España que inauguró la temporada. En aquellos momentos, todos los pilotos que no se llamaban Marc Márquez eran aspirantes a destronarle.
Como Márquez, volvió una semana después en el Gran Premio de Andalucía y rascó seis puntos al terminar décimo, todavía lesionado. Con Fabio Quartararo habiendo ganado las dos carreras en el trazado andaluz, Rins se encontraba con 44 puntos de desventaja pese a tener al favorito con cero puntos y casi descartado.
Tras acariciar el podio en Brno, llegó el momento que ha marcado la temporada de Álex Rins. Al de Suzuki no le estaba yendo bien en la carrera del GP de Austria, hasta que la bandera roja lo cambió todo: octavo en la nueva parrilla, se puso cuarto rápidamente y se fue yendo hacia delante hasta situarse a rueda de Andrea Dovizioso, que rodaba líder. Justo en el ecuador de la recortada carrera, se metió por el interior del de Ducati… y se fue al suelo.

Con 19 puntos en la general ocupaba la 12ª posición a 48 puntos de Quartararo. Sumó buenos puntos en las dos siguientes carreras con un sexto en Estiria y un quinto en San Marino, pero en la Emilia-Romaña naufragó en Q1 y apenas pudo escalar hasta la duodécima posición. Y todo ello mientras al otro lado del box, Joan Mir se convertía en el hombre de moda al empezar a encadenar podios como churros.
La carrera de Catalunya supuso un bálsamo, donde realizó una remontada gloriosa para acabar tercero por detrás de Quartararo y Mir. En una temporada donde el número de pilotos en podio alcanzaba tintes históricos, por fin aparecía su nombre. Sin embargo, seguía a 48 puntos del liderato, no era cabal pensar en el título.

Llegó Le Mans y apareció la lluvia. El mismo escenario en el que se presentó en la sociedad mundialista en 2012, cuando se metió en el podio en su cuarta carrera en Moto3. Sin embargo, una vez más llegaban los problemas a una vuelta y se quedaba en Q1, teniendo que salir 16º. Parecía condenar su carrera, pero una salida y una primera vuelta estratosféricas le catapultaron a la séptima plaza. En la segunda vuelta se deshizo de Cal Crutchlow, en la tercera de Fabio Quartararo y en la cuarta de Pol Espargaró.
Solo quedaban las Ducati, que se le habían ido tres segundos mientras remontaba. Con todo el tiempo del mundo, fue recortando la ventaja y a mitad de carrera ya tenía la rueda de Jack Miller. Sin embargo, primero pasaron ambos a Dovizioso, y después ya se deshizo del australiano para colocarse segundo tras Danilo Petrucci. Quedaban siete vueltas, tenía un segundo de desventaja… y se fue al suelo.
De nuevo duodécimo en la general y a 55 puntos del líder con 125 en juego. En el año de las oportunidades, había dejado escapar entre 40 y 50 puntos por caerse las dos veces que olió la victoria. Por hacer lo contrario que su compañero: cerrarse en banda al conformismo. Como había pasado toda la temporada lejísimos del liderato, nunca pudo pensar en clave de título.

Quién le iba a decir en la Q2 de España que Márquez se perdería toda la temporada. Quién le iba a decir en Austria que tras diez carreras el líder apenas tendría 121 puntos. De haberlo sabido, tal vez hubiese esperado un poco más detrás de Dovizioso en Austria, o quizás hubiese renunciado a perseguir a Petrucci en Le Mans.
Así llegó a Aragón, décima carrera del año. Con las ganas intactas y la sensación de haberse excluido de la lucha por el título por sus propios errores. Por querer ganar siempre. En Motorland sí se metió en Q2, pero solo pudo ser décimo en parrilla. Ganar desde ahí en seco parecía una locura. Pero si sumas el 10 del orden de la carrera y el 10 de su puesto en parrilla te da 20, y en el año 2020 todo puede pasar.
De nuevo una salida antológica le hizo la mitad del trabajo, y tras solo una vuelta era cuarto. Igual que una semana atrás pero en mucho menos tiempo, y esta vez con tres Yamaha delante en vez de tres Ducati. Franco Morbidelli le duró dos vueltas, y Fabio Quartararo otras dos: ya solo quedaba su viejo amigo Maverick Viñales, el que le dejó sin título mundial en la última curva de Valencia 2013. El que le abrió las puertas de Suzuki con su marcha a Yamaha.

Esta vez lo tenía clarísimo: el adelantamiento llegó en la octava vuelta y esta vez no hubo error. La carrera tenía que ser suya. Viñales se fue hacia atrás y a su espalda fueron llegando Joan Mir y, sobre todo, Álex Márquez. Otro viejo amigo. Las últimas cinco vueltas fueron un suplicio con el de Honda respirándole prácticamente en la nuca.
Estaba en su segunda casa. No podía fallar y no lo hizo. Cruzó la meta con dos décimas de ventaja y descargó toda la rabia contenida en la celebración. No se le escuchó, tampoco hizo falta. Pudo sentirse el grito sordo bajo su casco. El grito sordo de un piloto que sabía que había dejado escapar el tren del título por hacer de la victoria una obsesión. En ese momento, y solo en ese momento, el remordimiento por aquellas dos caídas desapareció. A la tercera, la victoria ya era suya.
Ahora es séptimo a 36 puntos de su compañero con 100 en juego. No había estado tan cerca desde Jerez. Sabe que sigue estando casi imposible, y seguro que ha vuelto a repasar mentalmente las caídas de Austria y Francia, pero al menos ahora tiene el trofeo del GP de Aragón para recordarle que a veces los riesgos tienen su recompensa.
