Tela marinera. Una expresión popularizada en el lenguaje para expresar la gran magnitud de algo y cuyo origen no tiene demasiado misterio: antiguamente los barcos necesitaban grandes cantidades de tela, que además tenía que ser especialmente resistente, por lo que era un material realmente caro. Entre la cantidad y la calidad, el coste era enorme.
Tela marinera es también la expresión de moda en MotoGP, después de que Marc Márquez la utilizase para ironizar sobre la sanción a Yamaha, donde sus pilotos libraron el castigo en la competición principal al recaer todo el peso de la ley sobre Yamaha en la clasificación de constructores y del Monster y el Petronas en la de equipos.
Todo ello en una temporada de auténtica locura, donde ya son nueve los pilotos distintos que han ganado para igualar el récord histórico, en la que tras la lesión de Márquez en la primera carrera ninguno de los que tenían que haber sido sus rivales ha sabido erigirse en el número uno de la categoría.
La ausencia de Márquez sumió a Honda en una enorme crisis de resultados que ni Yamaha ni Ducati han sabido aprovechar. La marca de Iwata no ha encontrado el término medio y se ha movido entre las victorias y los fiascos; mientras que en Borgo Panigale apenas han dejado un par de destellos antes de hundirse hasta el punto de no haber pisado el podio en las últimas cinco carreras en seco. Una temporada de tela marinera.
Y ahí, en ese contexto de inestabilidad, es donde ha ido emergiendo, cada vez más poderosa, la figura del barco de Suzuki con Joan Mir en el timón. El joven piloto balear, después de un año aprendiendo a navegar el bravo mar de MotoGP, mimetizándose con el azul Suzuki, se ha encontrado en este 2020 con las olas plateadas de un diseño histórico, que ya en su presentación encandiló a la inmensa mayoría de los aficionados por su belleza, sencillez y carga nostálgica.
Así, en vez de surfear esas olas arriesgándose a llevarse más de un revolcón por buscar el aplauso efímero del escalón más alto del que iban disfrutando neófitos en la victoria como Fabio Quartararo, Brad Binder, Miguel Oliveira o Franco Morbidelli, el piloto balear decidió ir tejiendo una tela que aportase solidez a su embarcación para convertir su temporada en una calmada travesía de podio en podio.
En el mar más embravecido que recuerda MotoGP, Mir ha representado la calma. La tela que se deja mecer por el viento, entendiendo que una temporada es como una regata de muchas etapas, donde de nada sirve llegar en cabeza a los primeros puertos si después encallas en cualquier rompeolas por querer correr demasiado. La tela marinera.
Y lo ha hecho con una marca que ha ido tejiendo su historia desde los altibajos, desapareciendo del panorama mundialista pero siempre para volver, y volviendo siempre para ganar. Una marca cuya tela ha ido siendo bordada en números redondos:
Hace 100 años, en 1920, Michio Suzuki convirtió Suzuki Loom Works, la empresa de telares que había fundado once años atrás, en Suzuki Loom Manufacturing.
Hace 60 años, en 1960, Suzuki debutó en el Campeonato del Mundo en el Tourist Trophy de la Isla de Man con tres Suzuki Colleda RT60 de 125cc.
Hace 20 años, en 2000, Kenny Roberts Jr. aprovechaba el pequeño vacío de poder que hubo entre Mick Doohan y Valentino Rossi para dar a la marca su último título de 500cc.
En este 2020, a falta de dos carreras, Joan Mir va camino de hacerse con el título de MotoGP, donde cada vez está más cerca la opción de hacer (¡tela marinera!) el triplete de títulos con los de constructores y equipos.. De llevar a aquella empresa que hacía telas a cruzar con éxito los mares de MotoGP.
Y en su horizonte, una idea que va mucho más allá de los títulos: la de convertirse en el tercer gran icono de la marca después de Barry Sheene o Kevin Schwantz. Casi nada. O, mejor dicho: tela marinera.