Reza un dicho popular que, cuando la ley es injusta, lo correcto es desobedecer. Es algo que los niños tienen muy claro: dile a un adulto que cada día tiene que ceder su sitio en el parking del trabajo a algún mando intermedio de la empresa y seguramente obedecerá, quizás mascullando improperios para sus adentros, dibujando un escenario hipotético en su mente en el que le toca la lotería, se compra el parking entero y manda al jefe a freír espárragos.
Por el contrario, dile a un niño que todos los días, al salir al recreo, tiene que cederle su sitio en la cola del tobogán a otro niño por ser hijo del director. Puede que el primer día obedezca, pero verás su gesto de enfado. Quizás el segundo día también haga caso, pero podrás ver su sangre en ebullición. Al tercer día le dará igual la ley y se saltará la cola para subirse primero, incluso sabiendo que después le espera una reprimenda.
Lo bueno de los pilotos de MotoGP es que siguen siendo un poco niños. Al fin y al cabo, no hay nada más inherente a la infancia que jugar a echar carreras. También es habitual, cuando un niño sabe que corre más que otro, darle unos segundos o unos metros de ventaja: la búsqueda de la emoción también es parte de la idiosincrasia del ser humano.
El problema es cuando la desigualdad viene impuesta, algo que Jorge Martín sabe muy bien. Hace una década, cuando toda su generación empezaba a dejarse ver en el FIM CEV Moto3, él tuvo que conformarse con la alternativa barata: la MotoGP Rookies Cup.

Ser subcampeón no le dio un billete al Mundial, viendo de nuevo cómo otros niños le cerraban el paso al tobogán. Tuvo que ser campeón y, aun así, su entrada a los grandes premios llegó con una Mahindra que podía llegar a ser desesperante en el momento, aunque a la postre se haya demostrado como un aprendizaje fantástico: el top 3 de MotoGP que componen Pecco Bagnaia, él y Marco Bezzecchi llevaba una moto india hace siete años en la categoría ligera.
Le dieron por fin una moto ganadora y en dos años era campeón del mundo. Después vendría un bienio en Moto2 donde tuvo que lidiar, primero, con un chasis KTM que tocaba a retirada a final de curso, y después con el Covid-19. Aquello quedó casi en anécdota al lado del fichaje por Ducati para subir a MotoGP, entrando por la puerta del Pramac.
En medio año en la clase reina pasó por el infierno de una lesión tras un accidente grave que incluso le llevó a coquetear con la idea de la retirada, para ascender al cielo ganando en su sexta carrera en la élite. Además, en Austria, la casa de su antigua marca. El plan era claro: otro año en el equipo independiente y vestirse de rojo en el 2023.

Dos hechos truncaron sus planes: el magnífico curso 2022 de Enea Bastianini y el hecho de tener que lidiar con el motor que Bagnaia descartó para la GP22. Al final fue la Bestia quien se vistió de rojo y, una vez más, Martín tuvo que ver cómo otro niño se le ponía delante en la cola del tobogán.
Lo que pasa es que una de las cualidades que los pilotos conservan de esa niñez es la competitividad. Por eso, cuando acaban una carrera, y cuando todavía no son capaces de recuperar el resuello por haberlo dado todo desde la salida hasta la meta, es frecuente escuchar al niño que ha perdido diciendo: “venga, vamos a echar otra”.
Esa forma de entender una derrota como un paso hacia una victoria futura es, muchas veces, lo que separa a los llamados de los elegidos. De ahí que Martín lograse transformar la decepción de no ser el escogido por Ducati en la motivación para intentar ser campeón del mundo en las filas de un equipo independiente.
Siempre han dicho que los pilotos oficiales están por delante, pero Martín está más que dispuesto a saltarse la cola del tobogán. Fue exactamente lo que hizo en Sachsenring, donde se hartó de superar pilotos en el tobogán germano, dejando un doble adelantamiento a Jack Miller y Pecco Bagnaia (dos oficiales) que quedará para la historia.
1) EL ADELANTAMIENTO DOBLEpic.twitter.com/B9Kd1dd5fa
— Swinxy (@Swinxy) June 21, 2023
Fue el momento álgido de un fin de semana perfecto a nivel de botín de puntos: tras escaparse en solitario para ganar el Sprint, fue Bagnaia el que le dijo de echar otra carrera el domingo. El italiano subió el nivel y el español aceptó el envite.
Protagonizaron ambos un mano a mano apoteósico en el que el del Pramac hizo suya la bajada del tobogán y defendió la subida del mismo rumbo a meta por 64 milésimas y volver a ganar casi dos años después. Una victoria que es toda una declaración de intenciones: Martín entiende que esa ley no escrita que dice que para ser campeón hay que estar un equipo oficial es injusta y, por lo tanto, está dispuesto a desobedecerla.