El año que viene, en la categoría reina del Campeonato del Mundo de MotoGP, estarán pilotos jovencísimos como Álex Rins (22 años), Pecco Bagnaia (21) o Joan Mir (20); mientras se habla de que podría unirse a ellos otro como Luca Marini (20) o Fabio Quartararo (19).
Esto no es sino la consecuencia de la precocidad convertida en ansia. De los cinco pilotos mencionados, sólo Mir tiene un título mundial (Pecco podría ganar el de Moto2 antes de subir). Las categorías pequeñas han interiorizado hasta tal punto el sobrenombre de inferiores que se han implantado en el imaginario colectivo del paddock como un trámite necesario para alcanzar la boca del embudo que da acceso a la categoría reina, sobrenombre que también invita a llegar allí a toda costa, reforzando esa premura.
Como en todo, hay pilotos que huyen de esa norma tácita y deciden madurar su talento cuanto sea necesario. No hace mucho hemos visto el ejemplo de Johann Zarco, que cuando se presentó en la parrilla de MotoGP lo hizo con dos títulos mundiales consecutivos a sus espaldas, dignificando Moto2 como nadie lo había hecho hasta ahora.
En este 2018, lo que estamos presenciando es la dignificación de Moto3 por parte del madrileño Jorge Martín. Ya en la Red Bull Rookies Cup se sacó un máster en paciencia, cuando ni el subcampeonato le valió el salto a la palestra mundialista; ni el título le abrió las puertas de una moto ganadora en el mismo, como sí le había sucedido a su predecesor y antiguo rival, el checo Karel Hanika.
A buen seguro en el momento le costó verlo así, pero a la larga la Mahindra se convirtió en la mejor escuela. La moto india, pese a que llegó a saborear las mieles del triunfo con el mencionado Bagnaia, nunca estuvo al nivel de Honda y KTM; y para sus pilotos fue un curso acelerado de exprimir a base de talento las décimas que le faltaban a la moto.
Dicen que el ser humano se crece ante la adversidad, que desarrolla una fuerza sobrenatural cuando un peligro le dispara la adrenalina o que su creatividad se dispara en tiempos de crisis. Hay un poco de todo eso en la carrera de Jorge Martín, primero en la Red Bull Rookies Cup ante la falta de presupuesto para hacer competir con garantías en el FIM CEV, el mejor escaparate; y después exprimiendo la Mahindra.
Allí, en la zona media de Moto3, se fue puliendo el talento del piloto madrileño. Bregando con la MGP3O, fue como un árbol creciendo en la maleza, cuyo fruto empezó a hacerse visible cuando el pasado 2017 aceptó la oferta del Gresini Racing y cambió la máquina india por una Honda NSF250RW.
Se pudo ver nada más subirse. Sus tiempos le colocaban entre los candidatos al título, pese a haber sido 16º la temporada anterior. Se especializó en la lucha contra el crono, logrando seis poles en las ocho primeras citas. Después de la Mahindra, sacar los tiempos era pan comido. Otra cosa era luchar en carrera. Ahí, Joan Mir o Romano Fenati tenían más tablas, y lo hicieron valer.
La victoria no llegaba y la frustración iba superando a la motivación. Cuatro podios en una primera mitad de año notable que acabó con lesión en Sachsenring. Volvió tocado de vacaciones y tampoco pudo correr en Brno. Pese a que el tren del título ya estaba muy lejos, volvió con dos podios y encaró el último tramo de 2017 como una mega pretemporada para preparar el definitivo 2018. Tres poles más y, en Valencia, por fin llegó la victoria.
Cuarto en la general final con nueve podios y nueve poles eran credenciales suficientes como para situarle en, valga la redundancia, la pole de las quinielas al título. La victoria en Qatar lo refrendó y ni siquiera el error con las gomas en Argentina mitigó la sensación, ya que su endiablado ritmo asustaba a todos sus rivales.
Al triunfo en Austin le siguieron dos ceros por causas ajenas: en Jerez le tiró Arón Canet; y en Le Mans no pudo esquivar a Marco Bezzecchi –su sorprendente rival por el título- cuando se fue al suelo. Volvió a la victoria en Mugello, pero de nuevo el cero de Montmeló –el primero por su culpa- le dejaba sin liderato, que era para un Bezzecchi que llevaba un triunfo y cinco podios en siete carreras.
Tras eso llegarían las victorias de Assen y Sachsenring para hacer cinco en nueve carreras; pero justo antes de ese GP de Catalunya, había confirmado su salto a Moto2 con el Red Bull KTM Ajo. En 2018 volverá a la moto y los colores de la Rookies Cup. A los que nunca pudo vestir en Moto3.
Ya no tiene sentido pensar si mereció fichar por ellos en 2015, ni preguntarse dónde estaría ahora. Quizás hubiera sido peor, más precipitado. Dos años en Mahindra y dos en Honda han madurado un talento que llegará a Moto2 a una edad (cumplirá 21 en enero) a la que otros ya están en MotoGP, pero eso poco importa.
Jorge Martín ha huido de saltos sin red y ha ido pisando firme. Difícil pensar en un paso más firme a Moto2 que de la mano de KTM y en el año que llegan los motores Triumph. Por supuesto que su objetivo final es alcanzar la élite de MotoGP, pero quiere hacerlo bien.
Así lo está haciendo en Moto3. En casi una década de existencia de la categoría, no se recuerda un piloto con tanto control de la misma, pese a que algunos contratiempos tienen el campeonato completamente abierto. En ese sentido, haber dejado el futuro resuelto le da la dosis de tranquilidad que necesita para afrontar la fase decisiva de la lucha por el título.
Las exhibiciones de Assen y Sachsenring son la perfecta prueba de que Jorge Martín ha alcanzado la plena maduración de su talento en lo que a Moto3 se refiere, llegando a una superioridad que está dejando boquiabierta a toda la parrilla.
En 2019 tendrá que seguir puliéndose sobre la Moto2. En cierto modo, será como empezar de cero. Pero, eso sí, con la tranquilidad que da haber llegado al mayor nivel de maestría en el nivel anterior. Pero eso ya será en 2019.
Antes –y esto lo tiene tan claro que parece de otra época-, tiene un objetivo innegociable: convertirse en campeón del mundo, que eso es para siempre.