Si se hiciera una votación para elegir el deporte más espectacular del mundo a nivel visual, el motociclismo estaría muy arriba. Pero quizás no tan arriba como los saltos de esquí, especialmente en la modalidad de vuelo; donde el japonés Ryoyu Kobayashi batió, el pasado mes de abril en Islandia, el récord del mundo al saltar la friolera de 291 metros.
Un deporte donde no siempre gana el que salta más, ya que en la puntuación final influyen otras variables como la puerta de salida (que se sube o baja según las condiciones), la compensación por el viento y la nota de estilo en el aterrizaje. Más o menos como sucede en el motociclismo, donde no siempre gana el piloto más rápido.
Además del ritmo de carrera, influyen otras variables como la capacidad para luchar cuerpo a cuerpo, la salida y, por supuesto, no caerse. Marc Márquez lo sabe bien: su calvario empezó cuando era, con diferencia, el más rápido. Desde entonces, tuvo que escalar una inmensa montaña de cirugías y rehabilitaciones mientras lidiaba con una moto cada vez más alejada de las mejores.
Una montaña como la que suben los saltadores de esquí para llegar a lo alto del trampolín y realizar el salto, que cuenta con cuatro fases muy diferenciadas: la salida, cuando se deslizan por el trampolín en posición aerodinámica; el despegue, que debe hacerse en el momento justo y exige una sincronización perfecta; el vuelo, donde la posición del cuerpo es vital; y finalmente, el aterrizaje.
Cansado de subir la montaña de Honda sin ver la cima, Márquez decidió parar en el trampolín que le ofrecía Gresini, el equipo más independiente de MotoGP. Sin más garantías que unos buenos esquíes de competición, el octacampeón mundial asumió el reto para volver a volar por los circuitos más rápido y lejos que nadie, como acostumbraba a hacer unos años atrás.
En el equipo de Nadia Padovani, el ilerdense ha ido cogiendo la postura aerodinámica sobre la Ducati Desmosedici, el trampolín perfecto en el contexto actual de la categoría. Una primera fase del salto que se puede considerar completada con éxito: se reencontró con las victorias y, lo más importante, se ganó un hueco en el equipo oficial Ducati, donde todos quieren estar.
Terminada la salida, es el momento del despegue. El más delicado de todos: el que requiere tal coordinación que unas milésimas de anticipación o retraso pueden traducirse en una pérdida de varios metros al final del trampolín. Si el despegue es bueno, bastará con aguantar la posición para contrarrestar la fuerza del viento en contra durante los diez segundos que dura el vuelo.
Ya no hay excusas para Marc Márquez. Todo el mundo le ha podido ver escalando tras la fatídica caída de Jerez e ir cogiendo velocidad en el trampolín vestido de azul Gresini. Ahora, lo ha apostado todo al rojo para el despegue y tiene por delante un vuelo de dos años con un claro objetivo: aterrizar con diez títulos mundiales en su palmarés.
