Cuando las carreras de motociclismo se convierten en una persecución, pueden suceder tres cosas. En muchísimas ocasiones, el que va delante también es el más rápido, y se escapa sin mayores dificultades. En muchas otras, el que va detrás es claramente más rápido, lo que suele traducirse en un adelantamiento relativamente sencillo.
Sin embargo, en algunas ocasiones, el piloto que va detrás corre un poquito más que el que va delante. Solo un poquito. Y es en ese momento cuando entran en escena las cualidades complementarias que convierten a un piloto rapidísimo en un auténtico depredador como Marc Márquez, que sabe que, para ganar, ser el más rápido no es condición suficiente… pero tampoco necesaria.
Es cierto que la aplicación de la justicia en el deporte de las dos ruedas suele provenir por parte del cronómetro, ese juez inexorable que suele dar y quitar razones. Pero existen formas de burlar esa justicia cuando el dictamen depende de un puñado de milésimas.

Eso es porque hay un precepto sagrado en las carreras de motos: el único piloto que puede elegir la trazada es el que va en primera posición. El que va detrás tiene que amoldarse a los espacios que éste le deja o intentar buscar un hueco para adelantarle, algo que no siempre es posible, como vivieron Álex Márquez y Marco Bezzecchi en menos de 24 horas.
Marc Márquez sabía que no tenía el ritmo más rápido del grupo que se formó en cabeza, así que solamente tenía una opción para llevarse la victoria tanto en el sprint sabatino como en el gran premio dominical: emprender una huida hacia delante y, aprovechando que estaba en la Catedral, pedir asilo en sagrado.
El asilo en sagrado, un concepto popularizado en la era moderna en la película de ‘El jorobado de Notre Dame’ (adaptación de la novela ‘Notre-Dame de Paris’ de Víctor Hugo) era una ley medieval por la que cualquier perseguido por la justicia podía acogerse a la protección de iglesias y monasterios, basándose en la reverencia debida a los templos y en concepto jurídico de que cualquier oprimido por las leyes de su país podía ser protegido por otra autoridad, fuese civil o religiosa.

En el centenario del templo sagrado más antiguo del Mundial de motociclismo, Marc Márquez tuvo que pedir asilo en sagrado. Oprimido por la ley del cronómetro, que le indicaba que sus perseguidores eran claramente más rápidos que él en el tercer sector del TT Circuit Assen, se acogió a la protección de la estrechez del trazado neerlandés para evitar ser apresado.
Porque si el cronómetro es la ley, el circuito es la autoridad encargada de aplicarla.
Solo así se explica el doble éxito en su huida, de en torno a una hora de duración entre sábado y domingo. Se hizo fuerte en la Catedral, donde continuó con su ascensión por los escalones de la historia trepando esta vez hasta el campanario de Assen, donde le esperaba Giacomo Agostini junto a una corona de laurel para verle tañer por 68ª vez la campana de MotoGP, tantas como él en 500cc.