La pregunta tenía toda la trampa del mundo. No había forma de salir indemne, pero sí más o menos airoso. Seguramente, lo que menos le importaba a Marc Márquez en la rueda de prensa previa al fin de semana en el que puede convertirse en hexacampeón sea la bandera que, si eso sucede, portará el domingo a las 14:45, minuto arriba, minuto abajo.
En plena tensión política entre España y Catalunya, si Márquez hubiera mencionado cualquiera de esas dos palabras, se hubiera liado. De uno u otro modo. Con la media sonrisa de un Harry Houdini que sabe que está a punto de deslizarse fuera del peligro con un rápido movimiento, sentenció: “La bandera que representa a mi gente es la del 93”. En efecto, estaba libre. Siguiente pregunta.
Para bien o para mal (para mal, claramente), todas las demás preguntas sobre estrategias, gestión de la presión o cualquier cosa de índole deportiva, pasaron de forma semiautomática. Ya había dado el titular. Menos jugoso de lo que hubiera reventado el Analytics, pero suficiente como para iniciar fieros debates en los mentideros virtuales.
Parapetados tras rojigualdas y esteladas, ‘haters’ y ‘trolls’ se encargaron de desviar el foco de lo más bonito de nuestro deporte –la resolución del título de MotoGP en la última carrera- hacia cuestiones políticas cuya solución no va a aparecer en la sala de prensa del Ricardo Tormo, ni en los cruces de argumentos altisonantes (en el mejor de los casos) e impunes descalificaciones (en el peor) que sucedieron a la respuesta de Márquez.
LA RESPUESTA PERFECTA
Quien escribe sintió, de forma instantánea, que la respuesta de Márquez fue sencillamente perfecta.
Como dijo Mario Celiméndiz (AKA Xhelazz): “A tus preguntas embarazosas, mis respuestas anticonceptivas”. Al de Cervera le llegó una pelota embarrada en política y la devolvió cubierta de una fina capa de motociclismo.
Porque la bandera que más representa a su gente es la del 93. Márquez tiene fans en Cervera, en Catalunya, en España, en Europa, en todo el mundo y quizás en la estación espacial internacional. Puede que algunos de ellos se sientan plenamente identificados con la rojigualda. Otros con la senyera o la estelada. Otros con la italiana, la indonesia o la turca.
Pero la única que de verdad les identifica a todos es la del 93. Porque es el número de su piloto, el que les une a todos en la misma pasión. El que les lleva a organizarse en club de fans o grupos de Facebook con Marc como nexo común, sin importar su país de origen.
Su respuesta es el recordatorio de que el motociclismo no conoce más líneas que las que delimitan el asfalto de la escapatoria; de que en el deporte las fronteras se desvanecen cuando impera el respeto entre dos rivales.
De que tenemos delante el desenlace de un mundial fantástico. Un impredecible todos contra todos reconvertido a una lucha de dos, algo tan clásico en las dos ruedas como un piloto español y uno italiano que han peleado hasta el límite con la bandera que de verdad importa: la que contiene los colores de la limpieza, el pundonor y el respeto.
¿He dicho España contra Italia? Perdón: 93 contra 04.