Dicen que un clavo saca otro clavo. Sin entrar a cuestionar la validez científica del enunciado, digamos que es verdad. Que, en la vida y el amor, un picaporte que se abre y nos deja pasar a una nueva habitación nos hace olvidar lo que había en la estancia anterior, por muy bueno que fuere. Que un nuevo amor es capaz de curar el más fragmentado corazón.
A veces funciona. Otras tantas, no. Que se lo digan a Honda. Al gigante japonés le encanta hacer motos que ganen, pero su amor platónico es ver ganar a un japonés con ella. Llegaron a verlo, allá por 2004, con Makoto Tamada. Dos años antes, también, con Tohru Ukawa. Incluso antes, en 500cc, con Tadayuki Okada. Y, más atrás, por vez primera, con Takazumi Katayama.
Ninguno de esos conquistó las entrañas de las frías iniciales HRC: Honda Racing Corporation. Tan frío amante necesitaba mucho más fuego en su caldera para derretir su congelado corazón, más acostumbrado a las máquinas que a los sentimientos. Para colmo, el vecino Yamaha sí parecía haber encontrado un amor de verdad, llamado Norick Abe.
Sucedió, entonces, el flechazo. Un pequeño rayo de sol se colaba por la claraboya del corazón de Honda, que se derritió casi de inmediato. Al fin, esta vez sí: ¡era él! Pero llegó la tragedia y se le llevó, muchísimo antes de tiempo. Todo el mundo, en Honda en Japón y en el paddock, recuerda perfectamente a aquel joven: se llamaba Daijiro Kato.
Desde entonces, Honda intenta ver a Kato en cada joven piloto japonés. Sin embargo, los pretendientes pasan y nadie resiste la comparación. Sólo habrá un Daijiro. Honda trata de asumirlo, pero se niega a renunciar al amor. Hiroshi Aoyama es el mejor ejemplo. Honda le mimó y correspondió su ofrenda de 250 rosas con uno de sus más preciados tesoros: una RC212V.
Aunque voluntarioso, el bueno de Hiroshi no estuvo a la altura. Y hace ya más de dos años, le recompensó con una plaza como probador, tras haberle mandado a Superbike, también sin éxito. Aquello fue la asunción de que el amor verdadero tendría que esperar, de que no había en el horizonte un pretendiente a la altura.
No significa que dejara de buscarlo. Todo lo contrario. Con el radar más abierto que nunca ante la ausencia de candidatos, ya hacía años que tenía uno marcado. El campeón más joven de la historia del japonés de 125GP. Campeón también de J-GP2 después del retorno a la isla del Pacífico, en una penitencia más relacionada con los pecados de sus predecesores que de sus propios agravios.
El joven Takaaki Nakagami respondía, y su triunfo en las 8 horas de Suzuka con sólo 18 años fue una prueba de fuego. Y su rendimiento en Moto2 con el Italtrans fue la demostración de que había que atarle en corto. Darle lo suficiente para que, como mínimo, no acabase merodeando la casa del vecino. La labor se encomendó a ‘Tady’ Okada.
Nervioso, mezclaba fantásticos viernes con notables sábados y algún decepcionante domingo. Pese a su inmenso corazón, el que le llevó a postrarse ante el recuerdo de Shoya Tomizawa, definitivamente no era Daijiro. Tenía el corazón y la sonrisa, pero no era Daijiro. El desasosiego invadió aquel dorado corazón con alas. La espera debía alargarse.
Superada la siempre decepcionante contraposición de quimera y realidad, Honda empezó a ver al apuesto Nakagami con los ojos de la razón. Sea como fuere, siempre es mejor un clavo que un agujero vacío en la pared. Quizás no puedas colgar un título de campeón del mundo de MotoGP, pero siempre podrás colgar la hoja de resultados de la última carrera con un punto rojo sobre fondo blanco en ella.
Al fin y al cabo, el pasado 2016 demostró ser perfectamente capaz en tiempos similares (cuando no más rápidos) que Johann Zarco, Jonas Folger, Álex Rins o Sam Lowes. Si ellos se merecían esa oportunidad, ‘Taka’ no podía ser menos.
Claro que Honda busca un nuevo Kato. Eso no quiere decir que se hayan vuelto locos y piensen que lo han encontrado. Saben que no. Igual que saben que, para ganar, primero hay que estar. Que sin un nipón en la clase reina es más difícil que los niños japoneses quieran ser campeones de la clase reina. Y Nakagami tiene nivel más que de sobra para no desentonar entre la élite.
Por eso se explica su fichaje. Es un nuevo clavo en el corazón roto de Honda, a quien la pérdida de Kato dejó un inmenso agujero que de momento ningún clavo ha logrado sacar. Está claro que Takaaki no es el Daijiro que buscan… pero por ahora es lo mejor que tienen.