A Dani Pedrosa le ha pasado absolutamente de todo desde que llegó al Campeonato del Mundo de 125cc. Sobre todo, una lista casi interminable de lesiones que, siempre, terminaban de la misma forma: volviendo, y volviendo para ganar. Una y otra vez, se ha levantado y ha llevado al podio sus huesos, incluso recién soldados.
Dani Pedrosa tiene un palmarés de auténtica leyenda. Tres títulos mundiales adornan su currículum, situándole como el piloto más laureado de este siglo en lo que se refiere a las categorías pequeñas. Cabe preguntarse cuántos campeonatos de dichas cilindradas podría haber conquistado de haber nacido décadas atrás, cuando el Mundial no estaba concebido como una pirámide hacia la clase reina y cada categoría disfrutaba de una entidad propia y un reconocimiento acorde.
En MotoGP, su bagaje también es, como poco, envidiable: 31 victorias, 31 poles, 44 vueltas rápidas y 112 podios. Marea sólo de pensarlo. Ha conseguido tantísimas cosas desde que llegó en 2001 que cuesta creer que haya quien quiera juzgarle por la única que no ha conseguido: el título en categoría reina.
Algo que, en toda la historia del motociclismo, solamente han logrado 26 pilotos. Sí, justo 26, ya es casualidad. De todos los demás pilotos que han competido en la categoría reina, nadie tiene mejores números que Pedrosa. De hecho, de esos 26, la gran mayoría no tiene mejores números que Pedrosa. Y eso que la mayoría no tuvo que jugarse las habichuelas con cuatro mitos como Valentino Rossi, Marc Márquez, Jorge Lorenzo y Casey Stoner.
Todos ellos se han rendido ante Pedrosa. A su virtuosismo técnico, a su forma de sobreponerse a los reveses, a su talento, su trabajo y su tesón. Da igual a quién de sus rivales preguntes: todos van a señalar lo que es Pedrosa (un gran campeón) por encima de lo que no es (campeón de MotoGP).
También señalarán el infortunio: esa cristalería que lleva por dentro disfrazada de esqueleto y que ha convertido, con una dolorosa eficacia, cada caída en lesión. Sin embargo, eso ha sido lo que fue moldeando al niño del Colacao hasta convertirlo en un auténtico Samurái.
No ha crecido solo. Toda una generación de aficionados le debe gran parte de su amor al motociclismo a ese niño que coleccionaba títulos, siempre vestido de azul. Fue el eslabón entre Álex Crivillé –que se despedía mientras Dani llegaba- y la dualidad Lorenzo/Márquez, la que ha terminado de convertir a España en la mayor potencia del motociclismo de velocidad actual.
Y, de igual forma que es injusto centrarse en lo que no es, ahora que su periplo en MotoGP ya tiene fecha de caducidad, sería injusto centrarse en la mala suerte que ha tenido, dejando de un lado la buena. Pedrosa tuvo la gran suerte de que Alberto Puig se fijara en él, de recibir el apoyo de gigantes como Movistar o Repsol, de cruzar las puertas de HRC y de compartir batallas con Rossi, Márquez, Lorenzo o Stoner. Pocos pueden decir algo así.
Pero la gran suerte de Dani Pedrosa es mucho más cercana que todo eso. Concretamente, la podemos encontrar en sus palabras ante los micrófonos en Sachsenring. La suerte de poder congregar a todo el mundillo para decir: ‘me voy yo, porque quiero’.
Con todas sus lesiones, ninguna ha conseguido retirarle, como han hecho con tantos grandes pilotos –como por ejemplo Mick Doohan- y como, desgraciadamente, volverán a hacer con otros muchos.
Con Dani no han podido. La fecha de su adiós la ha puesto él. No ha sido una decisión forzosa, ni tan siquiera forzada. Tenía incluso un equipo esperándole. Ha dicho que no. Que tiene casi 33 años –los tendrá cuando cuelgue el casco- y que, como les sucede a tantas personas, sus prioridades vitales han cambiado. Lo más lógico del mundo.
No se va por lesión, ni por falta de opciones. Al revés de lo que les sucede a la mayoría de pilotos, MotoGP no ha dicho adiós a Dani Pedrosa. Ha sido Dani Pedrosa el que le ha dicho adiós a MotoGP. Se va porque así lo ha querido. Ha meditado mucho al respecto y ha tomado la decisión que considera que es mejor para su vida.
Ha tenido una trayectoria deportiva envidiable, ha ganado infinidad de cosas, ha disfrutado del lujo de decidir cuándo irse y de comunicarlo cómo ha querido, encontrado el reconocimiento de todos sus rivales, de todo el paddock y de la inmensa mayoría de la afición. No existe ningún título que valga más que eso. Esa, y no otra, es la gran suerte de Dani Pedrosa.