Arantxa:
Lleva unos días diciéndonos el hombre del tiempo que el otoño “real” está llegando ahora, con la bajada de las temperaturas acompañadas de las habituales lluvias, en ocasiones torrenciales, y que son extraordinarias (no las torrenciales, desde luego) para el campo que tanto necesita del “riego automático” que cae del cielo. Los árboles se tiñen de colores caprichosos y, sobre todo, los de hoja caduca se tornan todavía más bellos que el resto del año.
Y sí, a mí me encanta el otoño. Sólo de pensar en cómo cambia el paisaje, cómo cambian los colores… Hojas que pasan de ser verdes a descubrir tonos marrones, rosáceos, amarillos, naranjas… ¡Es una pasada! No paro de pensar en la cantidad de excursiones que se pueden hacer, recorrer hayedos, campos, pueblos en los que se empieza a oler a chimenea encendida… Y a eso se suma que ya estaba algo cansadita del calor, estaba deseando que llegara esa época en la que sales abrigada de casa, y cuando llegas a la próxima parada del día, lo haces con la cara fresquita. Sí, debo ser una romántica, lo sé…
Luis:
Sí Arantxa, te entiendo perfectamente. Es un momento del año en el que disfrutar viajando es lo que nos pide el cuerpo a muchos; pero claro, hacerlo en moto tiene sus pros y contras que paso a relatar, a modo de reflexión, después de pensar en lo mucho que gozamos los que usamos la moto los 365 días del año. Pero claro, hasta para una afirmación tan auténtica y pasional como esta existen elementos de discordia que pelean en su contra. Es como aquél dicho que reza algo así como “hoy puede ser un gran día… hasta que alguien vendrá para estropeártelo”.
Lo cierto es que si hay una época del año en la que conseguiremos ese punto medio de temperatura mientras ruedas en moto, es esta. Las horas centrales del día durante el otoño nos reservan, en muchas ocasiones, las mejores condiciones climatológicas para disfrutar de la ruta. El sol apenas molesta y los alrededor de 20 grados marcados por el mercurio resultan ser providenciales para circular con una chaqueta no demasiado gruesa y aparatosa, o esos guantes intermedios que te enfundas tan pocas veces “porque en invierno se te pelan las manos y el verano te cueces dentro”.
Sin embargo, cuando las temperaturas no son constantes o ganamos altura en un puerto de montaña, las sensaciones cambian tanto como puede hacerlo el estado del asfalto. Tal y como sucede en invierno, una curva en zona de sombría nos reservará sorpresas de muy poco agrado, aunque no es menos cierto que a la época más dura del año ya llegamos “entrenados” durante el otoño; es precisamente en esta etapa donde más deberemos mentalizarnos para cambiar el “chip de anticipación”. Una de las “joyas” con las que nos podremos topar es, aparte de un asfalto más húmedo que unos metros más atrás, donde el sol calienta el firme y lo mantiene en perfectas condiciones, una fina capa de hojas decorando la superficie del mismo, lo que unido a su propia humedad convierte el suelo por donde pisas en un “espejo enjabonado”.
Me gusta el otoño y me gusta montar en moto, Arantxa, pero siempre que me encuentre preparado física y mentalmente para ello, incluido el equipamiento necesario para evitar un posible chaparrón al otro lado del puerto de montaña, o simplemente lo comentado más arriba: el asfalto se muestra mucho más traicionero que en los meses precedentes donde apenas nos preocupábamos de abrir y cortar gas, frenar y trazar por nuestro carril…