Si hay algo en lo que creo que podemos coincidir (casi) todas las personas es en el derecho de todas las personas a tener un techo en el que dormir y cobijarse, y que cuando se desahucia a una familia por no poder cubrir las pretensiones económicas, debe hacerse con la garantía de que esa familia va a tener una alternativa que no sea morirse de frío a la intemperie.
Pasando a un tema evidentemente muchísimo menos importante, se puede establecer un paralelismo con algo que está sucediendo con preocupante frecuencia en las principales categorías del motociclismo: con las parrillas ya cerradas para la nueva temporada, un equipo despoja a uno de sus pilotos –ya contratados- de su moto para dársela a otro, por motivos que poco o nada suelen tener que ver con lo deportivo.
Lo vivió Karel Abraham con Johann Zarco el año pasado, un movimiento que abocó al checo a la retirada. Más reciente está todavía lo de Tito Rabat, que fue el primer piloto de la categoría reina en tener contrato asegurado para 2021 (renovó por dos años a finales de 2019) y no estará en la parrilla al ocupar su sitio Luca Marini. Al menos, Rabat supo que le desahuciaban de la Desmosedici con algo de antelación (tampoco mucha) y ha podido encontrar hueco en Superbike con una buena moto.
No ha tenido tanta suerte el español Alonso López. El 14 de noviembre se hacía pública su renovación con el Sterilgarda Max Racing Team, con la foto de familia en la que unía el puño al del dueño, el italiano Max Biaggi, que en el comunicado mostraba su confianza en el madrileño. No han pasado ni dos meses y López está sin moto, asegurando que le fue comunicada la decisión en diciembre.
Pese a que acaba de cumplir 19 años y tiene una gran proyección, se ha visto desahuciado de su Husqvarna sin alternativa habitacional: las parrillas mundialistas están cerradas. Puede que sus resultados del año pasado no estuviesen al nivel esperado, pero eso es irrelevante: no se trata de que hayan decidido no renovarle, lo cual hubiera sido totalmente lícito; sino de echarle de la moto con el contrato firmado y sin opción a plan B.
El año pasado ya sucedió algo parecido con el BOE Skull Rider, que en noviembre de 2019 presentó como inscritos a Jakub Kornfeil y Makar Yurchenko. Sin embargo, en enero de 2020 el checo anunció su retirada por problemas con patrocinadores (aunque luego volvió para correr en MotoE). El ucraniano tampoco corrió: en febrero se supo que los pilotos del equipo serían los italianos Davide Pizzoli y Riccardo Rossi.
¿Saben dónde fue Yurchenko? Al campeonato ruso de Superbike, que ha ganado como rookie. No creo que nadie dude que si hubiese sabido que no correría el Mundial de Moto3 varios meses antes hubiese encontrado alguna opción mejor.
Son un puñado de ejemplos, podrían ser muchos más. Contarse por decenas o cientos si se baja a los campeonatos nacionales o regionales. ¿Cuál es la solución? Muy difícil. Los equipos son empresas y se rigen por un interés económico. Es posible que sin el aporte del nuevo piloto que llega –y que para nada tiene culpa en estas situaciones-, el equipo de Biaggi no pudiera pagar a sus trabajadores. A saber.
¿Puede MotoGP hacer algo al respecto? Complicado. No le puede decir a los equipos qué pilotos fichar –más allá de un lógico mecanismo de control para que den un nivel mínimo-, pero quizás sí puedan establecer unos plazos para hacer cambios de pilotos sin justificar por lesiones o similares.
Convertir el motociclismo en un deporte totalmente meritocrático entra en el terreno de la utopía: es un deporte caro y siempre habrá hueco para pilotos que lleguen con una pegatina grande para poner en la moto. Pero sería bueno para MotoGP impedir estos cambios de última hora, porque la imagen de que los pilotos son cromos de quita y pon no beneficia en absoluto al campeonato.