En un mundo dominado por las grandes y superpobladas ciudades, la palabra ‘desértico’ se usa para definir algo vacío, despoblado, con sus consiguientes connotaciones negativas. Sin embargo, hay quien tiene en el desierto su particular locus amoenus, lejos del mundanal ruido y de las prisas que dominan el planeta.
Un buen ejemplo serían los dakarianos, que encuentran en el desierto su punto de reunión, la cita que esperan durante todo el año. Más extraño es encontrar pilotos de velocidad que tengan esa conexión con el desierto, tan habituados como están a recorrer circuitos próximos a grandes urbes. Uno de ellos es Sandro Cortese.
Corría el año 2009 y, como cada año, la temporada mundialista comenzaba en el Losail International Circuit catarí. Eso fue lo único que tuvo de normal, ya que la lluvia apareció en el desierto y obligó a posponer la carrera de MotoGP, a recortar la de 250cc y a parar la de 125cc cuando sólo se llevaban cuatro vueltas. No se reanudó y sólo se repartieron la mitad de los puntos.
En esa cuarta vuelta, Cortese ocupaba la tercera posición, lo que le sirvió para subir por primera vez a un podio mundialista, que ya había acariciado el año anterior. Tuvo que llover en el desierto para ello, iniciándose en ese momento un extraño idilio entre la pista cataría y el piloto alemán que tendría algunos episodios más a lo largo de la próxima década, empezando por dos podios más: uno en la última temporada del octavo de litro y otro en la primera carrera de la historia de Moto3.
Aquel podio daría el pistoletazo de salida a un año inolvidable, en el que ganó cinco carreras y sólo se bajó del cajón en dos carreras para convertirse en el primer campeón del mundo de la historia de la categoría de forma incontestable, dándole además a KTM su primer título mundial en los grandes premios. Tenía 22 años y el futuro abierto de par en par en Moto2.
Nunca terminó de adaptarse a la categoría intermedia. Su segundo año prometía, con un podio y la novena posición final. Acabaría siendo su mejor temporada, y tras cinco años con tres exiguos podios (todos en tercera posición), no apareció en la parrilla de Losail en este 2018 tras los problemas económicos del Kiefer Racing, que le había firmado. Él no lo sabía, pero el desierto cataría le tenía guardado algo más grande.
Sin sitio en Moto2 aceptó la oferta del Kallio Racing para probar suerte en el Mundial de Supersport, y desde el principio se sintió cómodo con la Yamaha YZF-R6. Quedaba atrás un lustro de desilusiones, demostrando a todo el mundo que su talento no se había esfumado, que siempre había estado latente. Sobre todo, se lo demostró a sí mismo.
Su talento y experiencia hicieron el resto. Se aferró al podio como en Moto3 y llegó líder a la última cita, en Qatar. Como en 2009, se desató una tormenta en el desierto que puso en peligro el evento (la segunda manga de Superbike se canceló). Sólo corrieron las Supersport y, bajo el cielo abierto del desierto, Cortese se proclamó campeón del mundo.