Recuerdo que comencé en esto de las motos, como casi todos, en mi más temprana adolescencia. Los principios fueron a lomos de una humilde Suzuki Lido, un ciclomotor de solo 50 cc. Heredé, o, si soy sincero, más bien le quité la Suzuki a mi hermana. A partir de ahí fui aprendiendo a rodar de forma alocada entre los coches y haciendo verdaderas barbaridades, imagino que de alguna manera típicas de la adolescencia.
Al cumplir los 18 años se me acabó el gusanillo de las dos ruedas hasta que apareció la convalidación del carné A1. La posibilidad de poder llevar una 125 hizo que me volvieron las ganas. He ido subiendo de cilindrada poco a poco, comencé con 125 cc, pasé a una «dos y medio» y finalmente me subí a una de «seis y medio».
En mi etapa de convalidación conocí a unos amigos que formaron un grupo llamado clubybr, (hacemos este año la X concentración nacional). Junto con algunos de ellos he realizado la mayor parte de los kilómetros que tiene mi moto y aunque pasamos grandes temporadas sin vernos, les tengo a todos ellos en gran estima.
En mayo del año 2008 decidí comprarme una Kawasaki ER-6f nueva. Cuando la saqué del taller le dije a mi gran amigo Ángel Recio (DEP): «Esta moto tenía que llegar a los 100.000 kilómetros para hacer una crónica en la revista LA MOTO» y ese día ha llegado. La Kawasaki ER-6f la elegí por su tamaño, facilidad de uso, altura de asiento y protección del carenado. Si he decir algo de la protagonista de esta historia es que sirve para todo, puedes usarla sin problemas en el día a día, para luego realizar salidas domingueras e incluso con unas maletas laterales puedes pasar alguna semana fuera persiguiendo el horizonte. Respecto a la mecánica, la verdad es que no me ha dado muchos sustos. El mantenimiento básico, me refiero a aceite y filtros, se lo hago yo mismo. La primera avería que sufrí fue en el encendido, lo reparé y volvió a averiarse. Así que, de nuevo, me dejó tirado en la cuneta. El problema se solucionó sustituyendo el encendido por uno que adquirí en un desguace.
También se me partió la cadena de la Kawasaki en marcha debido a un mal tensado. ¡Qué cosas tiene el destino, ya que si se me hubiese partido la cadena veinte metros antes, no sé si estaría escribiendo esta crónica! El resto de las visitas al taller han sido para cambiar los neumáticos y también los kits de trasmisión.
A la hora de ponerle pegas, si es que tengo derecho a ponérselas, tendría que quejarme porque no tiene caballete central para engrasar la cadena. Un aspecto que solucioné instalando un engrasador automático. Además el bicilíndrico en línea de la Kawasaki vibra mucho pero con el uso llegas a acostumbrarte.
Para mí, la definición de motero no es tener la moto más cara, ni la más limpia, ni la que más brilla. Creo que una moto no es para tenerla en la puerta del bar y darse paseítos en chanclas y sin guantes. Para mí la esencia verdadera de ser motero consiste en desplazarte en moto a cualquier sitio, elegir siempre carreteras llenas de curvas antes que vías rápidas, pasar frío en invierno y calor en verano, no dejar tirado a ningún compañero, sentir las inercias durante la marcha, o notar las aceleraciones y las frenadas. Incluso reducir el equipaje a la mínima expresión para que te entren esos cuadros que compraste en un pueblo perdido de Marruecos.
Los viajes que he realizado han sido mayoritariamente por la península: Galicia, Asturias, Valencia, Cuenca, Cádiz, Valladolid… por donde más he rodado ha sido por el Valle de Alcudia en la provincia de Ciudad Real. Una zona con algunas carreteras interesantes para disfrutarlas en moto. He hecho una transpirenaica, visitado las Alpujarras, o ido al Algarve con mi compañero de fatigas Joaquín. Llegué hasta Marruecos en un viaje inolvidable con Manel, Isa y Luis, donde me di cuenta que tengo más afinidad con ellos que con amigos que conozco de toda la vida. Cada año hacemos un par de viajes durante una semana: sabemos desde dónde salimos y qué sitios queremos visitar. Al final de la tarde buscamos un sitio donde dormir hasta el día siguiente. Creo que no nos ha ido tan mal, aunque tengo alguna que otra anécdota para contar.
Para concluir esta pequeña crónica, desearía seguir haciendo kilómetros hasta que el cuerpo aguante. Quisiera mantener a mi lado a los amigos que tengo y llegar a conocer nuevos. Poder seguir sintiendo experiencias en moto, sensaciones, dolores, alegrías y tristezas… Vamos, que lo que realmente desearía es seguir viviendo el mundo en la moto.