Turismo Dos Mares: Meditarráneo-Cantábrico

Si de diversidad se trata, si buscas un lugar en el que mar, montaña e interior se fundan en una sola ruta, he aquí una buena excusa para disfrutarlo. Todo ello entre dos aguas, las del Cantábrico y el Mediterráneo, presentes como punto de partida y fin de un largo camino por delante que iniciamos sin mayor dilación.

Luis López. Fotos: Lluís LLurba

Turismo Dos Mares: Meditarráneo-Cantábrico
Turismo Dos Mares: Meditarráneo-Cantábrico

No sé de cuántos días de vacaciones al año dispones, pero si tu problema no es ese, si a la vuelta de tu desconexión estival eres capaz de recuperar el día a día como si nada hubiera pasado, pero con las pilas cargadas a tope, te propongo una de las rutas más gratificantes de las que puedas realizar a lo largo y ancho de la Península Ibérica. Tómate tu tiempo, pon a punto la moto y prepara el equipaje que necesites para pasar unos cuantos días fuera de casa, disfrutando de carreteras y paisajes extraordinarios.
Tomamos como excusa la unión entre dos mares, el siempre agitado Cantábrico y el más cálido y tranquilo Mediterráneo; entre medias, toda la belleza y el embrujo de Pirineos, con sus carreteras reviradas y salpicadas de pueblos llenos de encanto. De modo que nos situamos, ya sin más dilación, en el punto de partida que hemos establecido en la costa cantábrica. Hondarribia nos recibe con la belleza del parque natural de su ría, sus increíbles calles empedradas, algunas con fuertes pendientes, así como su emblemática playa donde resulta prácticamente obligado remojarse en un gratificante baño. Lo fino de su arena nos servirá de recuerdo hasta la llegada a nuestro destino final, donde las playas gerundenses mediterráneas servirán de reencuentro con el mar. Un rencuentro que, al menos de momento, se nos antoja lejano. Ten en cuenta que tenemos por delante algo más de 300 kilómetros en esta primera entrega, con otras dos más que iremos desgranando cada mes.

 

Abandonamos Hondarribia e Irún siguiendo de cerca el cauce del Bidasoa por la N 121, en un recorrido donde no falta tráfico precisamente. En realidad, es el paisaje el que ocupa nuestros sentidos, con una larga sucesión de curvas emplazadas en el valle formado por el río mientras nos acercamos a Bera, ya en tierras navarras. Encontramos aquí un pueblo elegante de atractivas casas solariegas. Nos llama la atención la estampa del ayuntamiento, donde brillan con luz propia las pinturas murales policromadas que aparecen en su fachada, obra de Julio Caro Baroja.
Continuamos por el valle al mismo tiempo que el Bidasoa serpentea hasta su llegada a Doneztebe, lugar en el que su destino y el nuestro, que continúa por la Nacional, se separan en busca de Olague, en dirección a Pamplona. Será justo aquí cuando abandonemos la N 121 para seguir rodando, ahora con menos tráfico y un ancho de asfalto reducido, por la NA 2520 hacia el Alto de Egozkue. Pocos kilómetros después nos topamos con el río Arga, justo en el cambio de carretera por la N 138 que acompaña al cauce del río hasta poco antes de Zubiri, donde la N 135 nos conduce hacia Aurizberri cruzando el Erro para dar con otro río, el Urrobi, a la altura de un nuevo cambio de carretera un puñado de kilómetros antes de alcanzar la emblemática población de Roncesvalles. Ahora será la NA 140 la que conduzca nuestros pasos a pueblos tan bellos como Garralda, Aribe o Garaioa, todo ello atravesando el Valle de Aezkoa y con varios miradores y puertos de montaña por medio, como el Alto de Remendia, poco antes de Jaurrieta y Escároz.

Nos acompaña la Sierra de Uztarroz, surcando el Valle del Roncal para franquear el pueblo del mismo nombre con el río Esca encajonado en él. Encontramos en este pueblo un ejemplo de naturaleza entremezclada con el hombre, donde el día a día de sus habitantes se adapta al medio. Así llama la atención la arquitectura de sus casas señoriales, el ayuntamiento o la ermita de la Virgen. En su cementerio encontramos el mausoleo de bronce del ruiseñor navarro, obra de Mariano Benlliure, que fue exhibido en la Exposición Universal de París de 1900.
A poca distancia nos topamos a la izquierda con la NA 176 que nos llevará a Ansó, donde ya circularemos sobre suelo oscense. Después de un pequeño tramo de enlace nos dirigimos hacia Hecho por la A 176, donde nos espera una buena ración de curvas… ¡por si nos parecía poco lo vivido hasta aquí! Algo llevado al extremo entre Jasa y Aisa, toda una locura de codos y recodos que te ayudarán a conciliar pronto el sueño la noche que llegues a Jaca.
Pero no adelantemos acontecimientos. Todavía nos queda la bajada, bien por la N 330 si te has desfondado entre tanto ángulo, o bien por Araguás del Solano, con más tranquilidad en cuanto a tráfico se refiere y menos ancho de vía. Si me pides consejo sobre cuál elegir… ya puestos, iría por Lastiesas; incluso me acercaría a Sinués aunque suponga una pequeña escaramuza de la vía principal. Por la Nacional, el río Aragón nos acompaña hasta Jaca, pero siempre será menos gratificante que rodar por zonas más perdidas.
Ya en Jaca, y si todavía no ha anochecido, resulta interesante dar un paseo por la zona fortificada a lo largo del parque que lo circunda. Con el sol a punto de ocultarse en el horizonte y una temperatura más agradable en pleno verano a estas horas del día, se agradece ese respiro que nos dará alas para afrontar la próxima etapa. Falta nos hará, te lo puedo asegurar.

 

1. Hondarribia
La enorme belleza de esta localidad invita a un exhaustivo recorrido a pie por las empinadas calles de su casco antiguo, el brillante colorido del barrio de la Marina, el no menos intenso paisaje de la Bahía de Txingudi donde las aguas del Bidasoa se encuentran con las del mar Cantábrico… El propio sendero que recorre la costa bien merece un paseo, así como la subida al monte Jaizkibel para contemplar unas de las vistas privilegiadas del entorno, con los Pirineos, el mar y la bahía como principales protagonistas.


2. Ansó
En el Valle de Ansó encontramos la localidad del mismo nombre, justo en la confluencia del barranco Arrigo con el río Veral, donde la tierra da una tregua a sus habitantes para que puedan realizar sus cultivos o simplemente como pasto para las reses. Resulta interesante comprobar cómo las fachadas de las casas de Ansó fueron levantadas gracias a la piedra extraída del río, manipulándola lo justo para que encajasen entre ellas. La teja es típica de este enclave, mientras que la madera es la encargada de las plantas y los armazones de los tejados. Todas ellas se afanan por ofrecer un apretado y tortuoso núcleo de calles donde apenas circula un coche…


3. Jaurrieta
Enclavado en el navarro Valle de Salazar, cuenta con apenas 250 habitantes dedicados exclusivamente a los trabajos habituales del campo. Una zona tranquila y pintoresca que bien podría servirte de base de operaciones para cubrir la primera parte de la ruta que te proponemos en estas páginas. Cuenta con hostales y casas rurales destinadas a viajeros como tú, que aprovechando el verano pueden disfrutar de escenas tan arraigadas en el pueblo como las que depara el denominado “Día de la Virgen”, durante las fiestas patronales celebradas entre el 15 y el 18 de agosto.


4. Jaca
La localidad oscense encierra más de un secreto en su término municipal. Destaca el convento de las monjas Benedictinas del siglo XVI, donde la cripta primitiva y el templo de San Ginés acaparan la atención del visitante, pese a que el recinto monástico se conserva muy reformado. También es recomendable la visita a la iglesia del Carmen, fechada un siglo después y destinada a la orden Carmelita. La iglesia de Santiago, de influencia románica, fue reconstruida en el año 1088 aprovechando las ruinas de un templo anterior. Y, por supuesto, el parque que circunda la Ciudadela merece un tranquilo paseo por sus caminos.