Abandonamos Mérida no sin cierta nostalgia y con la sensación de habernos perdido algo del incalculable tesoro que alberga la capital extremeña. Seguimos el curso del Guadiana, que tiene como siguiente parada la ciudad de Badajoz, y lo hacemos evitando la más práctica, aunque anodina, A-5. Para ello dirigimos nuestros pasos hacia la salida norte de la ciudad en busca de la EX-209. Al iniciar su recorrido, las aguas del río se embalsan en el pantano de Montijo. Esparragalejo, La Garrovilla, Torremayor y el mismo pueblo de Montijo, que da nombre al embalse, salen a nuestro encuentro al recorrer esta cómoda vía, acompañados por campos de cultivo de la más variada índole. Alcanzamos la capital pacense con la sugerente vista de su rehabilitada alcazaba y el Guadiana a sus pies.
Alojada en el Cerro de la Muela no nos resistimos a su visita, donde descubrimos que el antiguo Hospital Militar tiene ahora funciones docentes, albergando la Biblioteca de Extremadura y la Facultad de Ciencias de la Documentación y la Comunicación. Así como el casco histórico aledaño, que va experimentando una favorable transformación tras años de abandono y olvido institucional. Imperdonable para una capital con origen musulmán fechado en el siglo IX. Buscamos la EX-107 con destino a la histórica Olivenza. Donde su amurallado perímetro ya nos deja entrever que hasta hace apenas un par de siglos aquí el idioma oficial era el luso. Su interior alberga un cuidado casco histórico, con el inmaculado encalado de las paredes de sus edificios como denominador común.
Empieza el espectáculo
Dejamos Olivenza buscando el reencuentro con nuestro fluido guía, al que encontramos embalsado como pantano de Alqueva, frontera física entre ambos países. Lo hacemos por la EX-315 una entretenida carretera que, cual montaña rusa, nos llevará hasta Cheles a través del característico paisaje de la dehesa extremeña. La encina domina en estos ondulados parajes. La proximidad de la población al pantano ha motivado la construcción de un recogido puerto deportivo así como una playa de arena más retirada, pero auténtica, en tan incomparable escenario extremeño.
Por cierto, la misma provincia ya cuenta con una bandera azul en otra playa de esta misma cuenca del Guadiana. Salimos de España por la frontera próxima a Villanueva del Fresno, una interminable recta nos introduce en territorio luso tras superar los, ahora fantasmas, puestos fronterizos; acercándonos a la villa de Mourão. Sus altivas murallas nos ofrecen una excepcional vista sobre este mismo embalse de Alqueva, pudiendo apreciar la vasta extensión de agua del que es el mayor lago de la Europa Occidental. Éste, por cierto, será nuestro acompañante durante los próximos kilómetros rumbo a la fonéticamente similar, Moura. Recorriendo una tranquila carretera donde coincidimos con cicloturistas y que nos confirman la belleza y sosiego de estos parajes.
La tranquila vía desemboca en la N-255, que en breve nos permitirá alcanzar Moura, primera ciudad que encontramos en nuestro periplo luso. Continuamos por la nacional con dirección a Serpa, el paisaje pasa ahora a ser eminentemente vinícola. Hace rato que le perdimos la pista al Guadiana. Éste se encuentra algo más al oeste, pero el mapa nos informa acerca de la situación del Parque Natural del Valle del Guadiana un poco más al sur de nuestra posición. ¡Para allá que vamos! Sin llegar a Serpa, la N-265 va en esa dirección. El paisaje pasa a ser ahora boscoso.
En breve alcanzamos Mina de Santo Domingo, una sencilla y típica aldea portuguesa al amparo de la mina colindante. Explotada desde los tiempos del Imperio Romano, cuando todo el país era conocido como Lusitania y nuestro punto de partida de este mismo Turismo, Mérida, era la capital de todos estos territorios. En la mina, agotada desde 1965, se extraían metales preciosos (oro, plata y cobre), y bien merece su visita por la peculiaridad del paisaje artificial creado.
Unas sencillas pistas sin asfaltar conectan los distintos emplazamientos, destacando las oscuras montañas de escoria así como las fantasmagóricas edificaciones de los hornos, donde se extraía la pureza del mineral mediante un proceso de fundición, y ahora a punto de derrumbarse. Tal era el volumen de su producción −del orden de 25 millones de toneladas− que no muy lejos de aquí y por iniciativa de la empresa inglesa que se encargó de su explotación a partir de mediados del siglo XIX, construyó una vía de comunicación hasta Pormarão para ser embarcado el mineral y darle salida hasta el Atlántico, a través de un Guadiana ya navegable.
Navegable
Estas carreteras resultan muy acogedoras, para nada mal mantenidas y hacen que su recorrido resulte un gratificante paseo. Llegamos, a través de un vertiginoso puente sobre el Guadiana, a Mértola. Donde su prominente castillo resulta un imán, descubriendo unas ruinas romanas aledañas. Tras la visita, salimos por la N-122, un trazado bastante sinuoso. Un cartel nos anuncia que entramos en el famoso y turístico Algarve. No nos encontrarnos muy distantes de nuestra meta.
Tomamos un desvío hacia Alcoutim donde nos reencontramos con un Guadiana ya navegable, la población está volcada con el mismo, llamándonos poderosamente la atención los veleros atracados. En frente, Sanlúcar del Guadiana reivindica su posición desde España. Durante un buen trecho iremos de la mano del río, contando las embarcaciones y, sobre todo, las privilegiadas villas de la orilla contraria. Seguirlo hasta su desembocadura resulta imposible así que volvemos a la N-122, pero te propongo dos finales: continuar por esta vía hasta Vila Real de San Antonio o acabar en la margen de en frente, en Ayamonte, atravesando el Puente Internacional del Guadiana