Hay lugares del mundo a donde uno se jura volver, y uno de ellos, para mí era Kenia. No hay nada comparable a rodar en moto entre animales salvajes, surcando las planicies del África bella, entre las junglas de Tarzán y disfrutando de los atardeceres de Memorias de África.. En el año 1992 tuve el placer de descubrir África Oriental de la mano de mi buen amigo Topo Pañeda. «Vente, tengo una moto -Honda Dominator- y nos vamos a un lugar donde nunca he viajado, la costa este del lago Turkana» . Aquello fue demasiado para mí, no me pude negar. Hicimos un viaje inolvidable, duro en ocasiones, como en el caso de la travesía del desierto de lava, pero alcanzamos todos los objetivos previstos y, lo que es mejor, mi corazón se quedó enamorado de Kenia, donde la fauna y los paisajes son de película. Tenía que volver.
Durante estos 20 años no ha pasado uno solo en el que no hayamos intentado volver a rodar por aquellos parajes, y por fin, en Noviembre de 2012, Topo me dijo. «He conseguido motos en Nairobi». De inmediato preparamos el programa de viaje y se lo dije a mis amigos, aquéllos con los que he viajado por diferentes continentes, y todos los que pudieron se apuntaron de inmediato . Tardé 20 años, pero regresé, y esta vez, con un buen grupo de amigos.
Nairobi no es precisamente una ciudad para visitar en plan turístico, nació como una base logística durante el trazado de la línea de ferrocarril entre la costa -Mombasa- y el lago Victoria. Allí, en un lugar entonces bastante insalubre, se acumularon los materiales de construcción necesarios para afrontar el descenso del valle del Rift. Así que, como llegamos muy pronto, por la mañana fuimos directos a por la motos y salimos de la ciudad hacia el este. Unas decenas de kilómetros para adaptarse a la conducción «a la inglesa», es decir, por la izquierda, y a la primera pista, en la región de Aberdares. ¡Qué ansia de moto, qué ansia de libertad! Yo volvía a oler la tierra húmeda del oriente africano y aromas que mi cerebro tenia guardados desde hacía dos décadas. Y a los lados del camino… los primeros rebaños de cebras y antílopes, hasta que la aguda y acostumbrada vista del Topo distinguió un rebaño de los esquivos rinocerontes blancos. «¡ Allí, rinos !».
Pernoctamos a la vista del monte Kenia en uno de los «lodges» en plena naturaleza tan del estilo keniano. Este país tiene como herencia del colonialismo británico una buena infraestructura hotelera. Nada que ver con África occidental o central. Cómodos hoteles, «lodges» y «tent camps» permiten seguir disfrutando de la privilegiada naturaleza en plena noche, mientras se oyen los grillos y los pájaros nocturnos trinan con extraños y a veces hasta escalofriantes sonidos.
La siguiente jornada va a ser un poco más dura. Las pistas que se internan en la región de Laikipia son a tramos muy pedregosas. Es territorio Samburu, donde es fácil encontrarse con los guerreros portando sus lanzas a los bordes de la pista. Nosotros, asombrados de su colorista vestimenta y abalorios; y ellos, aún más, por nuestros trajes multicolores y cascos espaciales. No digamos ya con el tamaño de las «piki piki» -motos en suajili-. Un par de días para atravesar una planicie salpicada de retamas y acacias donde habitan las jirafas reticuladas con las que ya podemos hacernos fotos más tranquilos e incluso alguno, seguir durante unos centenares de metros su grácil carrera.
Pero África no perdona, y además de sufrir varios pinchazos en algunas motos, el coche de acompañamiento rompe una rótula de dirección. La penitencia es quedarse a pasar la noche en la sabana, mientras la motos seguimos avanzando, con otros numerosos pinchazos hasta alcanzar Thomsom Falls, las cataratas donde se rodaban las películas de Tarzán de los monos . A alguno le toca recorrer unos 40 kilómetros pinchado y tras las oportunas reparaciones no podemos refrescarnos el polvoriento gaznate con una cerveza fría. «Pombe» -cerveza- sí que hay, pero lo de «baridi» -fría- es imposible de encontrar, y eso que nos recorremos todos los bares del poblado, uno tras otro, donde los nativos nos aseguran que en el siguiente bar sí que habrá. Pero nada, todas calientes, aunque estuvieran metidas en la nevera, eso sí, sin enchufar, a estilo plenamente africano…
La gran sabana del oeste de Kenia son unas planicies casi permanentemente verdes. Una inmensa extensión de hierba que es capaz de mantener una abigarrada fauna. Decenas de especies de animales diferentes, que se mueven periódicamente de norte a sur, pasando la frontera con Tanzania para entrar en el parque nacional de Serengueti y volver la temporada siguiente al Masai Mara keniano. Llegamos a estas planicies después de atravesar otra singular zona, las plantaciones de té de Kericho. Colinas de intenso verdor donde prosperan alineadas las plantas de cuyas hojas se obtiene la infusión que junto con el café domina la producción mundial de bebidas legales estimulantes o relajantes. De cuando en cuando, un conjunto de casas prefabricadas rompe la monotonía verde. Son las viviendas de los trabajadores que recogen las hojas, a mano, con un saco a la espalda y encorvados durante horas.
Desaparecen las plantaciones de té, aparecen los arbustos y los primeros charcos como preludio de las planicies. Llanuras de verde brillante saturadas de rebaños de animales salvajes. Entramos en la zona de conservación de Masai Mara, aunque no dentro de los límites del parque nacional, que no se pueden traspasar en moto. Por suerte, en todo su perímetro, sin vallas de ningún tipo, no hay agentes forestales que indiquen a los rebaños si están dentro o fuera del territorio catalogado como tal. Los animales no entienden de fronteras trazadas por los humanos y campan a sus anchas. Emocionante, increíble, fascinante, mágico... los adjetivos admirativos se acaban cuando montas en plena naturaleza entre grandes rebaños de herbívoros. Pero Topo advierte: «no fiaros, porque igual que hay cebras también hay leones, hienas, leopardos. Aquí lo malo no es lo que se ve, sino lo que no se ve». El respeto a la fauna es fundamental y para eso la norma es no salirse de la pista, a veces sólo un par de roderas marcadas tras las últimas lluvias. El aire es puro, los olores, los colores, la temperatura.. todo llena tu alma como sólo puede hacerse cuando viajas en moto y más si es «off road», lejos de toda marca humana.
El terreno se encuentra bien, pero en ciertas vaguadas los charcos obligan a extremar la atención y concentrarse en pilotar sobre un terreno muy resbaladizo. Poco a poco, ahora ya todos extasiados ante la desbordante naturaleza africana y olvidados del reloj, viviendo un autentico safari, alcanzamos una «manyata», típico poblado masai, donde nos espera Raúl, un español que con su mujer Cristina ha montado un precioso «tent camp» -Ekerende- a orillas del río Mara. Sí, ese río de los documentales, donde los cocodrilos devoran a los ñus en su arriesgado vadeo que deben realizar dos veces al año con cada migración…
Antes de dirigirnos al campamento los masais nos reciben con hospitalidad. Si fuera en otro lugar se podría pensar que están disfrazados para los turistas, pero aquí no hay turistas. Este orgulloso pueblo de las llanuras viste como siempre lo hizo, con colores llamativos en sus ropajes, y muchos abalorios, desde que los primeros exploradores ingleses que aparecieron por estas tierras, hace poco mas de 100 años, descubrieran que eran muy aficionados a las cuentas de colorines. La lanza y la maza nunca faltan en el atuendo de los hombres, pero lo más llamativo de esta etnia son sus bailes y canticos rituales, en especial, sus saltos. La verdad es que no suben muy alto, pero con sus figuras estilizadas parece que tienen muelles en los pies. Tras los rituales protocolarios llega el momento de la interacción y para eso este pueblo es muy agradable. Les encanta ponerse las gafas de la moto, el casco, hacernos fotos con nuestras propias cámaras y en general compartir la vida con los invitados. Los masais son el pueblo más conocido de Kenia, pero ni mucho menos el único de esta región del mundo, donde se concentra un autentico crisol de razas. Donde según los arqueólogos el hombre dio su primer paso abandonando la rama de los primates para convertirse en la especie que domina el planeta.
Tribus, animales, naturaleza en estado puro… viajar por Kenia en moto es rodar dentro de un sueño. Superar colinas, cruzar llanuras y puertos de montaña, ciudades de hormigón y poblados de adobe, carreteras de impecable asfalto, pistas de piedra y barro, miles de kilómetros para dar gas y sentirte libre. Todo lo que os imaginasteis sobre África y mucho más se encuentra en Kenia. Por otro lado, Kenia y Tanzania están llenos de parques naturales, reservas de la flora y la fauna de renombre universal. Masai Mara, Serengueti, Kilimanjaro, Monte Kenia, Norongoro... Estos parques son una importante fuente de ingresos para estos países y su principal tarjeta de presentación ante el mundo. No está permitida la entrada en moto al interior de los parques, pero, como decíamos antes, sí se puede rodar por sus márgenes donde pululan los animales.