Los más de dos mil metros de altura del Ocejón ofrecen al simple mortal unos barrancos profundos salpicados por ruinas que cuentan antiguas historias. La herida en sus laderas, de tortuosas carreteras que se adentran en tan complejo paraje, nos transportará a una Guadalajara desconocida, lejana, casi extraviada. Esta serranía olvidada tiene la maravillosa característica de no tener cobertura casi la mitad de la ruta, y nos obliga también a ser precavidos a la hora de gestionar la capacidad de nuestro depósito. Solo dos gasolineras están cerca de nuestra ruta, y la de Condemios no siempre está operativa.
Como tuvimos la feliz idea de salir uno de los días más frio del año, 7ºC bajo cero al llegar allí, me quede tieso sobre la moto y con la mano derecha al punto de congelación. Menos mal que Isra iba en coche con las cámaras y además de darme unos abrazos, echó gasolina a la moto, mientras yo buscaba el rincón más caliente de la tienda. Necesitaba con urgencia tomar café o echarme uno por la espalda, fue tarea imposible, así que partimos hacia nuestro primer punto de interés, Beleña de Sorbe.
Pensábamos que sería más fácil dar con un bar… y sí, conseguimos un café, ¡¡pero no fue fácil!! En éste pueblito nos dimos cuenta de donde nos estábamos metiendo, todo un fantástico viaje a un mundo más perdido que el jurásico y, a una sola hora de la megacity madrileña. Preguntamos a un abuelillo que andaba dando un paseo en medio de ese frio helador, y se empeñó en llevarnos al único sitio donde podríamos tomar algo, -café? Dijo -no sé, depende de quien esté¡¡ Así que a golpe de bastón, en 10minutos llegamos a una casa un poco más allá, aún locutorio, y centro de mayores. Allí dentro, un tío genial y todo sabiduría, que ni siquiera trabajaba allí, solo iba de paso…, nos preparó un estupendo café, y mapa en mano nos contó todos los secretos de Beleña, las aventuras con la diputación, la historia del embalse, y a poco nos fue contando todas las carreteras, misterios y bondades de Beleña a Galve de Sorbe.
Divertidos, encantados y bien conversacionados (creo que esto no lo admite la academia de la lengua), salimos dirección a la presa, por donde no se puede pasar, pero sí… eso al menos dicen en el pueblo y la barrera está abierta… y nos metimos de lleno en las laderas de encinas y bosque mediterráneo cerrado dirección La Mierla. A poco cambiamos de carretera y tiramos dirección Retiendas, pero buscaremos un desvío a la izquierda a la altura del Barranco del Bustar, que nos llevará directos a las impactantes ruinas del Monástico de Bonaval. Ocupado durante ocho siglos por la orden del Císter, se asienta en tan bucólico paraje que incluso los monjes hablaban por signos para no perturbar la paz del lugar.
El Vado
En estos lares el trazado se complica por el firme, aunque resulta enmarañado todo el camino, no hay una sola recta en 160 kms. Paciencia si vas con rueda convencional, y así será todo entorno al escondidísimo embalse del Vado. A la Teneré le dio igual, volaba por encima…, y cada poco paraba a disfrutar cualquier bonito rincón mientras esperaba al coche de Isra. A esas horas, según todas las webs meteorológicas iba a hacer un sol de justicia… frío… pero sol. Bien, pues… pasamos al mitad del día sin vernos casi entre nosotros por una espesa y pegajosa niebla. Mucho no os puedo contar de un paisaje dominado por un oculto Ocejón salvo algunos atractivos rincones fantasmales y arbolados que parecían sacados de la serie de Netflix “Zone Blanche”.
El sitio es un enclave maravilloso, escondido y reservado a más no poder. Todas las carreteras, pistas, caminos que lo rodean, son una bonita excursión; siendo casi obligado hacer una incursión a cualquiera de los pueblos cercanos o, un poco más allá hacia Majaelrayo. Una pista continúa hacia la Vereda, es larga y fácil, y las trail se enseñorearan del lugar. La carretera que sale desde la orilla izquierda del embalse es muy bacheada y llena de socavones, toda una maravilla para pasarlo bien según gustos.
Acercándonos a Tamajón el asfalto va ganando en calidad, ya durante la mayor parte del itinerario, y tendremos que ocuparnos sólo de la trazada perfecta. Nos saltamos los desvíos del Tamajón y Majaelrayo (no dejéis de verlos) y nos fuimos directamente a Valverde de los Arroyos. La sierra gana mucho en arbolado y verdor en algunos puntos, encontrándonos bosques de robles, altos y sobrios, con un manto de colorido ocre sobre el suelo. Sorprende como progresa la vegetación sobre éstas laderas escondidas y pronunciadas y nos alegra la vista y el ánimo las pocas veces que podemos intuir algo.
Ruta en moto por la Sierra Norte de Guadalajara.Poco antes de Valverde nos encontramos con un rincón de altos y frondosos arboles de ribera, decorados con un montón de pequeños puentes de piedra, que bien merece una paradita para saltar por ellos y estirar las piernas. Los alrededores forman una red intricada sobre la propia carretera que se retuerce como puede haciendo una de las zonas donde más a fondo deberemos aplicarnos en el recorrido. Pasamos rápidamente de un abierto páramo a una espesa zona de bosque e iniciamos el rápido ascenso a la mayor altura del itinerario, el alto del Campanario (1.568m.).
Por fin la niebla se empieza a disipar con la altura, por aquello de la inversión térmica, y mis manos comienzan a sentir algo que no fueran cubitos de hielo golpeándolas. La diosa naturaleza decide premiar nuestro tesón u sufrimiento obsequiándonos con un precioso mar de nubes que cubría todo lo que la vista alcanza, mientras el Pico Ocejón se enseñoreaba de cielo y tierra allá hasta el infinito, como el Monte del Destino de nuestros pequeños amigos Frodo y Samsagaz. La verdad es que tan solitarios y perdidos parajes tienen algo en común, aunque la belleza de ésta sierra solo te anima cerrar los ojos y disfrutar del sonido viento (se sobreentiende que cuando paras…).
Tras entrar en calor tumbado un rato al sol, e Isra se volvía loco disparando con la cámara hasta a las ardillas, nos dejamos caer remoloneando por el bonito puerto de gigantescos pinos hacia un merecido avituallamiento en Galve de Sorbe. La silueta de este castillo tan emblemático, domina todas la vistas, vengas desde donde vengas, con paciencia imperturbable.
Salimos de allí por el camino más complicado posible hacia Condemios, atravesando un antiquísimo bosque de pino silvestre conservado en perfecto estado, por donde es admirable pasar. El itinerario hacia Bustares es magnífico, con rincones de bosque cerrado y curvas siempre heladas en invierno que no te dejarán perder la atención en ningún momento. Alguna antigua aldea abandonada en dirección a Villares de Jadraque, un requiebro de la carretera hacia algún profundo barranco y, unas vistas a una sierra siempre verde nos hacen recordar que estamos en una Guadalajara ni remotamente bien conocida.
