Viaje en KTM 690 al Cabo Norte

El Cabo Norte es uno de los destinos preferidos por muchos moteros para viajar, no porque sea especialmente bonito sino por lo que significa llegar tan lejos rumbo norte, sobre todo si lo haces a los mandos de unas supermotard, en concreto, unas KTM 690.

Salvador Corbera y Oscar Roselló

Viaje en KTM 690 al Cabo Norte
Viaje en KTM 690 al Cabo Norte

Los países que se atraviesas son de una belleza muy especial, tal es que se va incrementando conforme vas acercándote al norte. Inmensas montañas, abundante vegetación y cantidad de agua por tantas partes, que hace de la carretera los ojos del Guadiana. De pronto desaparece y tienes que coger algunos transbordadores para poder continuar, hecho que le da un sabor de aventura al soñado viaje.

Salva y Óscar, dos amigos aficionados a las motos de toda la vida deciden probar una modalidad que nunca han practicado, los grandes viajes. Todo empezó un domingo de paella con unos amigos, cuando en el tercer asalto a los «refrescos» uno de ellos soltó: «A mí me gustaría ir a Cabo Norte en moto». Óscar (narrador de esta historia), que estaba al lado moviendo la carne de la paella quedó quieto por unos instantes pensando lo que acababa de escuchar, y respondió: «¡A que no hay huev…!».

Así, de esta manera tan sencilla y eficaz, nace lo que unos meses más tarde se convertiría en «El viaje». Con la idea metida en la cabeza, y después de madurarla durante días, nos reunimos para hablar del tema. La primera pregunta que nos asaltó fue: « ¿Pero con qué moto vamos? Pues con la que tenemos…», la respuesta la dimos los dos casi al unísono: «¡¡¡¡¡Pero... si es una supermotard!!!! Qué más da, si lo importante es participar. Al menos los dos tenemos la misma máquina, por tanto nadie jugará con ventaja».

Finalmente iniciamos los preparativos. Con ilusión comenzamos a buscar accesorios para las motos. La respuesta de las tiendas de accesorios fue siempre la misma: «¿Accesorios Touring para una Supermotard? ¡No!». Si no hay accesorios, manos a la obra, los fabricaremos. Así comenzamos a fabricar de la nada soportes y maletas laterales, y el soporte del baúl trasero. Esta tarea nos llevó algún tiempo pero disfrutamos como niños. Después de una exhaustiva revisión en el concesionario KTM Dubonracing, la moto estaba lista. Todavía no sabía lo que le esperaba. Para calzar a la bestia elegimos los Battlax BT023R. Bridgestone nos aseguró que aguantarían todo el viaje.

Así fue, este fabuloso «bi-goma», no solo aguantó sino que nos hizo disfrutar en las reviradas carreteras noruegas. En cuanto al equipaje necesario para un viaje como éste, y con las limitaciones de espacio que tenemos en nuestras motos, decidimos hacer una lista ordenada por prioridades: «Lo que no quepa se queda en casa». Ya sabéis, como en España no se come en ningún sitio, así que algo de comida envasada al vacío ocupaba un lugar preferente en nuestra lista de prioridades.

Partimos el día 8 de junio de 2011 desde La Albufera (Valencia), las motos a tope de equipaje y nosotros cargados de ilusión.

Tantos meses esperando el día y por fin había llegado. Con nervios y mucha emoción, nos despedimos de familiares y amigos. Arrancamos a las 16 h con la brújula apuntando al norte, y así seguiría durante ocho días.

La primera etapa fue corta, hasta Barcelona, para probar cómo iba todo con las motos y con nosotros mismos. Primera parada: Circuito de Montmeló. Allí estaba nuestro amigo Juanma probando la Ariane2 de Moto2.

Un verdadero regalo para la vista poder contemplar prototipos como éste tan de cerca, quién pudiera darse unas vueltas con esa obra maestra. En fin, dejemos de soñar y, ¡a descansar!, que mañana nos esperaba un día muy largo. Atravesamos la frontera con Francia, y en este momento la sensación fue como si de verdad empezara el viaje, es como si abrieras una puerta a lo desconocido, y dejaras atrás todo lo que forma parte de nuestra vida.

Francia la cruzamos parando lo justo. Aquí los límites de velocidad en carretera todavía nos permiten mantener medias aceptables, por tanto paramos solo para repostar y comer algo rápido. Sobre las 23h encontramos un hotel de los que haces el «check in» tú solo con la tarjeta de crédito.

«Pero... ¡si estamos en Alemania!», menuda paliza nos habíamos metido, y todo por las aburridas autovías, ya llegarían carretas más divertidas para disfrutar con nuestra ligera KTM.

Nos acostamos cansados pero satisfechos de cómo había ido el día, lo cierto es que lo del intercomunicador fue todo un acierto, podías ir hablando y los kilómetros parecían más cortos. Si llegamos a cruzar Francia de un tirón, Alemania no iba a ser menos. Nuestro objetivo era llegar a Warin, un precioso pueblo cerca de Rostock donde a la mañana siguiente cogeríamos el ferry para cruzar a Dinamarca.

Conseguimos nuestro objetivo no sin antes sufrir los interminables atascos por las obras de las «míticas» autopistas alemanas, y cuando parecía que todo había terminado, nos metimos en otro atasco de más de 40 km cerca de Hamburgo. Llegamos a casa de nuestro amigo Ricardo, donde él y su familia nos recibieron con mucha hospitalidad, y una maravillosa barbacoa en la casa del lago situada en Warin. Si esto no es el paraíso, debe de estar cerca, al menos en esta época del año. Dijimos.

Al día siguiente nos levantamos temprano como todos los días, pero estuvimos tan a gusto con nuestros amigos que nos hicimos los remolones a la hora de marchar, y acabamos saliendo con el tiempo justo para llegar al ferry.

Como las cosas nunca vienen solas, cuando entramos en la autopista y circulando a unos 140 km/h (aquí no hay límite de velocidad), una cerradura de una maleta se rompió, la tapa salió volando situándose hábilmente debajo de mi rueda delantera. Afortunadamente no pasó nada, pero tuvimos que recoger varias cosas que cayeron en medio de la autopista. Solucionamos el incidente con un plástico y un pulpo y... «¡Vamos que aún llegamos!».

Así fue, nos vino justo para coger el ferry y pasar a la península escandinava. Llegamos a Gedser después de dos horas de navegación, y atravesamos Dinamarca con un precioso día soleado, haciendo una parada en Copenhague para reponer fuerzas.

Cruzamos el impresionante puente de Oresund que tiene una longitud de casi ocho kilómetros, y nos adentramos en los frondosos bosques de Suecia donde parece que los árboles, prados y lagos nunca terminan. Así sería durante varios días.

De repente y sin esperarlo, un alce cruzó la autopista por delante de nosotros, corriendo como si de un caballo salvaje se tratara. Fue fabuloso ver un animal como ése tan de cerca. Después del sobresalto pensamos: «A partir de ahora habrá que ir con cuidado con los animales».

Hay muchos accidentes graves por atropellos de animales, y por eso son tan insistentes las señales de peligro. Salimos de Jönköping después de dormir en un hotel de carretera, aquí la cartera se nos resintió, todo es caro, especialmente el alojamiento, pero no padezcáis queridos lectores, ya llegará Noruega. Empezamos el día junto a un impresionante lago y allí seguía 50 km después.

Hay vegetación y agua por todas partes, algo que nos llama mucho la atención a los que venimos de tierras castigadas periódicamente por la sequía. Los límites de velocidad son más bajos y somos conscientes de que no podremos hacer etapas tan largas como en Francia o Alemania, donde hicimos más de 1.000 km diarios.

A partir de aquí las autopistas desaparecen, lo que en parte agradecemos ya que nuestras motos se mueven mejor por carreteras convencionales. Llegamos a Enköping donde dormimos en casa de Anne, una amable mujer que vive en una antigua iglesia rodeada de árboles. Siete horas sobre la moto para hacer 450 km, no podemos correr más porque los límites son los que son y aquí los radares parece que los regalan.

Tendremos que incrementar las horas de moto, muy a pesar de nuestro trasero. A medida que avanzamos hacia el norte las horas de sol se incrementan, llegando a estar siempre soleado, podrías estar todo el día sobre la moto llegando a perder la noción del tiempo como nos ocurrió un poco más adelante.

Aquí en Enköping anocheció sobre las 12 de la noche y amaneció a las 4 de la mañana. Nos despedimos de Anne y partimos con un estupendo día soleado, pero la alegría duró poco, el cielo empezó a oscurecerse y ocurrió algo que sabíamos que podía a ocurrir a lo largo del viaje, empezó a llover, lo que no sabíamos era la magnitud de las borrascas en estos países del norte de Europa.

Tuvimos que atravesar verdaderas cortinas de agua durante 400 km, incluso llegamos a ver algunos copos de nieve sobre la cúpula. Acabamos empapados a pesar de llevar chubasquero, cubrebotas, etc. Por fin llegó la hora de comer y paramos en una gasolinera para repostar y comer algo, fue el mejor perrito caliente de mi vida. Por la tarde dejó de llover casi llegando a Sikea, donde encontramos un bonito camping con casitas de madera junto a un lago.

Después de acomodarnos, sobre las ocho de la tarde buscamos un sitio para cenar, pero solo encontramos abierto un local, y a punto de cerrar la gasolinera, donde compramos algo de pan, y una vez más el jamón envasado al vacío nos salvó la vida. Salimos de Sikea temprano para intentar adaptarnos a los horarios nórdicos, intentaremos llegar a tiempo para cenar.

Los paisajes cambian a medida que avanzamos hacia el norte, haciéndose notar el duro invierno que hace por estas latitudes, es verano y hace frío, pero de momento gracias a nuestro equipo lo pudimos soportar bastante bien.

Dejamos atrás Suecia para adentrarnos en Finlandia donde cruzamos el Círculo Polar Ártico, la jornada fue muy dura, teniendo que seguir sobre la moto después de cenar. Aquí ya no se hace de noche y la sensación es extraña, los pueblos parecen desiertos, la gente está durmiendo. «¡Pero... Si el sol está fuera!».

Los que sí salen son los voraces mosquitos, son como puños, y si no te pones protección te comen. Cenamos en un poblado lapón, con personajes un tanto extraños, nos pareció estar viendo «Abierto hasta el amanecer», en primera persona. Por fin el gran día. Salimos de Ivalo con intención de llegar a Cabo Norte a escasos 450 km, pero el viento parece que nos lo quiere poner difícil, especialmente los últimos 100 km donde la protección de las montañas desaparece y quedamos expuestos al Mar de Barents.

El paisaje es de una belleza indescriptible, hace frío, estamos cerca de los 0º C y cada vez hace más viento. Veo a Salva delante de mí en una recta y con la moto inclinada intentando compensar la fuerza del viento, deseando que llegue alguno de los innumerables túneles para poder descansar un poco.

Algunos de éstos, como el de Cabo Norte, pasa por debajo del mar, cuando entras la carretera se inclina bruscamente hacia abajo durante varios kilómetros, parece que vas a llegar al infi erno, cuando de repente, viene una fuerte pendiente hacia arriba y sales del túnel sin creerte por dónde has pasado. Por fin llegamos a Honningsvag, último pueblo antes de Cabo Norte donde nos alojamos en un camping. Sin perder mucho tiempo y con las motos algo más descargadas, arrancamos hacia nuestro ansiado objetivo.

Llegamos a Cabo Norte, y lo que sientes cuando llegas después de tantos kilómetros es difí cil de expresar, allí arriba en realidad no hay gran cosa: el monolito que señala Cabo Norte y un complejo turístico con sala de proyecciones, museo, tienda de regalos, etc.

Pero cuando miras hacia el norte y solo ves la inmensidad del mar, una extraña sensación recorre tu cuerpo, y te dices a ti mismo: «lo has hecho». Al volver a Honningsvag visitamos el Icebar, regentado por unos españoles, con los que estuvimos conversando un rato, nos dijeron una cosa que no he olvidado y que unos días después reconocí: «Vuestro verdadero viaje empieza ahora, por toda la costa noruega». Cuatro días y más de 3.000 km por carreteras de curvas bordeando los fi ordos noruegos por los paisajes más hermosos que jamás vimos.

La sensación al partir de Cabo Norte con la brújula indicando el sur fue como si el viaje hubiera terminado, habíamos conseguido nuestro objetivo y solo quedaba volver a casa, esta sensación solo duró algunos cientos de kilómetros, pronto nos dimos cuenta de que en realidad el viaje empezaba ahora.

Nos adentramos en «La Noruega profunda», un espectáculo natural de montañas inmensas a ver cuál de ellas más vertical, vegetación de un verde cautivador y cascadas de agua por todas partes. En ocasiones no eres capaz de saber si el agua que te rodea es un lago de agua dulce o el mar entrando por los fi ordos, o quizás las dos cosas cuando se unen las desembocaduras de los ríos con los fi ordos, algunos de más de 200 km.

Todo esto salpicado por pequeñas manchas de color que forman los desperdigados pueblos, con una gran implicación con el medio ambiente y con una integración en el mismo difícil de superar. Una de las imágenes más bonitas pero al mismo tiempo más peligrosas es ver cómo los renos cruzan las carreteras, ajenos a todo lo que pasa alrededor, cuando les apetece, sin más. Después de atravesar impresionantes paisajes nevados, llegamos a Bardu, a un camping con «hitters» (casas de madera) donde pudimos saborear una barbacoa hecha por nosotros mismos, y descansar.

Después del merecido descanso, torturados por las bacheadas carreteras del día anterior, nos adentramos en el archipiélago de las Lofoten, islas unidas por puentes y túneles por debajo del mar. Cuando pensábamos que Noruega no nos podría sorprender más, lo hizo de nuevo, parecía que habíamos aterrizado en el Caribe pero en un país nórdico, eso sí, sin sombrillas en la playa, aunque llegamos a ver a unos niños jugando dentro del agua, «seguro que son de aquí», pensamos.

Tanto nos gustó ese pequeño apéndice de la costa noruega que nos entretuvimos más de la cuenta y perdimos el ferry que teníamos previsto coger a las 14h en Moskenes, el próximo saldría a las 22h, así que aprovecharemos para hacer turismo por este bello lugar, cambiar el aceite a las motos y cenar tranquilamente.

Ya subidos en el ferry de vuelta a la costa intentamos disfrutar del paisaje una vez más, pero el frío no nos lo permitió, tuvimos que entrar en la sala de butacas del barco, y después de cuatro horas de travesía marítima llegamos a Bodo sobre las 2 de la madrugada. Descargamos las motos del ferry y partimos hacia el sur con la intención de buscar alojamiento lo antes posible, tras varios intentos fallidos nos colamos en un camping, cerca de Rocnan, donde afortunadamente el dueño había dejado las llaves de las «cabin» sobre una mesa.

Eran las 4:30 de la madrugada, hacía un frío que pelaba y con el sol fuera, por un instante tuvimos la tentación de no parar a dormir y seguir conduciendo nuestras divertidas motos sobre estas reviradas carreteras. Arrancamos el día sin saber muy bien dónde estábamos. Continuamos por la interminable carretera E6 dirección sur con las cunetas llenas de nieve y con un asfalto que parecía papel de lija, con mucho agarre pero con el consiguiente desgaste de los neumáticos, no obstante aguantaron de maravilla todo el viaje.

En cuanto nos subimos a la KTM ciertas partes de nuestro cuerpo parecían tener memoria, el dolor fue instantáneo, como si no hubiésemos bajado de la moto el día anterior. Te mueves a un lado, al otro, hacia delante, hacia detrás, incluso en algunos momentos de pie, al más puro estilo off road, pero el dolor solo amaina un poco cuando te entretienes observando los paisajes que te rodean. Cruzamos de nuevo el Círculo Polar Ártico, esta vez rumbo sur, allí hay menos vegetación y más nieve debido a la altitud, al fi nal del día llegamos a Trondheim, una de las ciudades importantes de Noruega.

A medida que nos acercamos a la zona más poblada de Noruega, las carreteras tienen mucho tráfi co y por alguna extraña razón también más obras, el día ha sido interminable, la velocidad media por debajo de los 60 km/h y llegar a Oslo ha sido una auténtica tortura, tráfico, obras y lluvia, una receta que no gusta mucho a los que circulamos en moto.

Oslo, una parada importante para nosotros, allí haremos un paréntesis para hacer unos días de turismo por el sur del país con la esperada visita de nuestras chicas. Visitamos Bergen y los fi ordos que la rodean, también nos maravillamos con uno de los lugares más impresionantes que he visto nunca: el glaciar Nigardsbreen.

Salimos de Oslo con cierta tristeza por abandonar ese impresionante país, hablamos menos por el intercomunicador y no dejamos de pensar en los días que hemos disfrutado con esos increíbles paisajes, me digo a mi mismo: «Volveré, no sé cuándo, pero volveré». El día termina en Malmö (Suecia), donde esta vez sí que llegamos a tiempo para regalarnos un pequeño homenaje en la cena y visitar la ciudad. Hablamos de las etapas que nos quedaban para regresar.

Nos lo queremos tomar con algo de calma y volver en cuatro días, finalmente las ganas de ver a los nuestros pudieron más y lo hicimos en tres. Cruzamos nuevamente el puente que une Suecia con Dinamarca, y otra vez nos sorprende la grandeza de esta obra del hombre: 8 km de puente seguidos de una isla artifi cial de 4 km donde comienza un túnel por debajo del mar Báltico. Alemania nos vuelve a torturar con sus atascos y con una ola de calor que nos acompañó por toda Francia , 37 grados, y para postre en el sur de Francia viento fuerte o «vent violent» como así lo anunciaban en los paneles informativos.

Adelantar a los camiones era toda una aventura, cuando salías de la «protección» de los camiones necesitabas un par de carriles para ti solo. Al cruzar los Pirineos el viento amainó, ya faltaba poco para llegar a Barcelona donde teníamos previsto parar a dormir, pero… «Si solo quedan 400 km de nada, ¿por qué no seguimos?», nueva paliza de 1.200 km hasta casa. A medida que nos vamos acercando a casa empiezas a sentir un nudo en el estómago, tienes muchas ganas de llegar pero por otro lado te apena pensar que todo ha terminado.