Experiencias con motos de segunda mano

Los moteros tenemos anécdotas e historias que contar con todas las motos que pasan por nuestras manos. Algunos de nuestros compañeros de MOTOCICLISMO quieren compartir contigo sus experiencias para poder ayudarte, aconsejarte o simplemente hacer que pases un buen rato leyéndonos.

Andrés G. Dorado

Experiencias con motos de segunda mano
Experiencias con motos de segunda mano

La verdad es que mis experiencias comprando/vendiendo motos (y coches) usados siempre han sido positivas. De hecho yo -y salvo excepción- no me planteo comprar nunca un vehículo nuevo, y ahora que lo pienso en más de 25 años solo he estrenado dos motos y un coche...

Una buena anécdota fue una vez que alguien que me compró una moto descubrió algo después «quién era yo» (soy muy discreto) y ¡quería pagarme más! porque me había regateado bastante el precio.

Yo solo he estrenado dos motos en mi vida, el resto ya estaban catadas. Cuando corría en enduro, por cierto no mucho, quise terminar una temporada con una Suzuki RM 250 para compatibilizar piezas y alguna que otra documentación con mi RMX 250 averiada.

El caso es que una de las candidatas que fui a ver me sonaba mucho, sobre todo porque el escape estaba pintado de otro color diferente al de serie. El vendedor me perjuraba que la moto nunca había competido, pero el neumático trasero ecológico que llevaba me desconcertaba.

La deseché por una fuga en el radiador al probarla y cuando llegué a casa la reconocí en una foto junto a la mía en parque cerrado de una carrera. En la siguiente carrera coincidí con el vendedor y el tipo se aferraba a sus métodos de venta.

La primera moto que tuve fue una TZR 80 del año 94 que compré junto con mi hermano mayor juntando los ahorros de ambos y la aportación de mi otro hermano. Fue un chollo: una agencia de viajes la usaba para llevar papeles de una sucursal a otra aquí en Madrid y, a los tres días de usarla, el empleado se metió debajo de un coche.

Como no tenían ni idea de motos y ésta tenía carenado completo, al verla con todos los plásticos desvencijados pensaron que estaba siniestro y la vendían con el objetivo de sacar para la cena de Navidad de la empresa.

Nos la describieron por teléfono como que estaba reventada y cuando la vimos en el almacén donde la guardaban... ¡casi se nos escapa la risa al evaluar los daños así a ojo! Recuerdo que nos costó unas 70.000 pesetas, cuando solo unos meses atrás habían pagado por ella 320.000.

Un semimanillar, un pedal de freno y un faro de la versión naked y disfrutamos de moto prácticamente nueva durante unos añitos (aún está en nuestro garaje). Conclusión: no vuelvo a comprar una moto nueva jamás a no ser que me sobre el dinero.

La anécdota que voy a contar le pasó a un amigo. Vendía su Honda CR250 de motocross y quedó con un comprador en el campo, cerca de un circuito. El tío llegó con un BMW, tenía buena pinta, de hecho le entregó las llaves del BMW a mi amigo cuando fue a coger la moto para probarla.

Arranca la moto y se va lejos, muy lejos, tanto que se le deja de oír. Pasan los minutos y no viene, dos horas y nada. Mi amigo coge el BMW y se va al cuartel de la Guardia Civil a contar lo sucedido. El coche era robado y la moto, también robada y en sus narices.

Moraleja: no te fíes de nadie y no aceptes las llaves de otro vehículo como garantía.

Los que tenemos mucho vicio en el off road vamos cambiando la moto casi por temporada, por lo que tenemos bastante experiencia en eso de la compra-venta. En general, nunca he tenido ningún problema, pues siempre he vendido las motos en buen estado y, por lo general, a gente más o menos conocida, por lo que no tenía reparos en dejar que la probaran previamente.

Solo he vendido una moto a una persona que no conocía de nada, entonces firmamos los papeles en la calle y fuimos directamente a una gestoría. Prefiero ser yo mismo quien pague los 80 euros que puede costar la gestión y asegurarme de que el traspaso de la propiedad quede realizado correctamente.

En mi vida solo he comprado una moto de segunda mano. Mi compañero Víctor Gancedo había apalabrado una Suzuki GSX-R 1000 en el año 2008 sin placa, pero en el último momento se quedó sin pasta.

Yo tenía mi R1 que era un coñazo, porque se trataba de una moto de carreras y para ir por la calle, entre el ruido, el difícil arranque y el carácter del motor me tenía harto. Víctor se puso tan pesado que al final la compré yo, pero tampoco tenía «dinero suelto», así que hice un encaje de bolillos con un crédito y la compré.

Jubilé la R1, pero nunca llegué a utilizar la Suzuki, que se tiró más de un año almacenada a la espera de que encontrase pasta para pagar los impuestos y matricularla, pero nunca la conseguí. Al cabo de ese tiempo, me cansé de pagar intereses y logré venderla más o menos por el mismo precio con la sensación de haber hecho el idiota.

Las dos moralejas que saqué fueron las siguientes. La primera, nunca le vuelvas a hacer caso a Víctor aunque se ponga muy pesado; la segunda, no te gastes todo lo que tengas en la moto, siempre hay extras que te pueden arruinar la dicha.

Esto me pasó cuando vendí una moto de segunda mano de enduro. Al matricularla nueva no me di cuenta de que me habían puesto en la casilla de «Uso al que se destina» en vez de Particular, Profesional -como si fuese para Autoescuela-.

Por ese motivo, al ir a venderla en Tráfico me pedían datos de empresa, cuando yo no lo era. Finalmente se pudo solucionar, tras muchas vueltas, y visitar muchas ventanillas, hasta lograr que admitieran que había sido un error administrativo suyo.

Importante pues, verificar bien los papeles antes de comprar la moto. Y, sobre todo, ITV pasada, algo muy importante en una moto de campo, pues, la mayoría, tienen elementos de homologación desmontados -intermitentes, claxon, clausor...-.

La mala experiencia de perder una deportiva por culpa de algún amigo de lo ajeno, me hizo descartar cualquier R en mi lista de posibles candidatas. Esto, unido a mi limitado presupuesto (aún me quedaban tres años de plazos para acabar de pagar la Sussie) me empujó a buscar en el mercado de segunda mano.

Pero la suerte se puso por una vez de mi lado, y cuando me estaba volviendo loco buscando por la red entre infinidad de ofertas, recibí un mail en el trabajo, en el que un compañero (Álvaro Gavín) comentaba que su hermano vendía su moto; una preciosa Triumph Thunderbird 900 de 1999.

Cuando pregunté en el curro, la respuesta fue unánime: «A los Gavín les puedes comprar cualquier vehículo con los ojos cerrados, que lo habrán cuidado como a un bebé». Y no mentían.

Cuando quedé con Iñaki (el hermano de Álvaro) para ver la moto, no me lo podía creer, estaba como recién salida del concesionario, y apenas contaba con algo más de 20.000 km. Fue amor a primera vista (me encanta el rollo «retro») y, tras probarla, rápidamente llegamos a un acuerdo.

La verdad es que creo que tuve suerte de dar con esta moto (y con Iñaki), porque si me hubieran querido engañar, seguro que lo hubieran conseguido. Mi consejo, a no ser que seas un «pro» en el mundo de las motos, es que antes de decidirte, busques la ayuda de alguien que realmente sepa algo de motos y te pueda echar una mano.

En 1975, con 16 años, adquirí mi primera moto, una «inmaculada» Derbi Tricampeona Olímpica, blanca y roja, de quinta mano. Mirando hacia atrás, es posible que aquella maravilla, que me costó 5.800 ptas (34,86 euros), fuese robada. Sí, hoy en día parece muy barata, aunque hace 37 años te aseguro que 5.800 ptas era una cantidad respetable, sobre todo para mí.

En aquella época no me enteraba de nada, más o menos como ahora. La única documentación que tenía mi moto era un papelito del tamaño de una servilleta de bar doblado por la mitad, comprabas la moto, escribías tu nombre «en la servilleta» y a correr. En este momento me doy cuenta que ni tenía seguro.

La «paleta» perlaba la bujía diariamente y a veces le quitaba gasolina al coche de mi padre y de aceite de mezcla usaba la que había en la despensa de casa. En fin, si tienes 16 años, espero que todo esto te sirva para no imitarme. A pesar de todo me lo pasé muy bien, soñando con algún día subirla a 74 cc, cosa que nunca conseguí.

Todas las motos que he tenido en mi vida, 12 sin no recuerdo mal, han sido de segunda mano, incluso las de carreras. De hecho la CBR 600 F del año 1992 con la que empecé a correr en el 1998 tenía ya 50.000 km. Pero lo más curioso fue como conseguí la primera, un Vespino NL.

Era un chollo y lo vendía una chica bien de la sierra, así que la tuve que traer en el maletero del coche de un amigo con la rueda desmontada. Lo peor es que con las prisas no tenía ni candado, ni garaje, con lo que no me quedó otra que subirla a casa de mi madre en el ascensor (levantada sobre la rueda trasera como si fuera una bici) y pasó la noche en el recibidor. Me echó una buena bronca pero tuve mi primera moto...

He vendido varias motos y tengo varías anécdotas, pero recuerdo una en especial. Me compre una preciosa XT 600 en 1989, con una decoración que Yamaha denominaba azul Sonauto, en referencia a la que lucían las motos de Yamaha Francia en el Dakar. La puse en venta a los dos años, y para la ocasión le hice un buen lavado de cara, montándole gran parte los plásticos nuevos.

El caso es que a través de un anuncio en el Motomercado de Motociclismo quedé con un posible comprador en una zona de campo cercana a la localidad madrileña de Colmenar Viejo. El interesado llegó en un Land Rover Defender y tras observar la moto, me pidió si podía darse una vuelta. El caso es que parecía un tío de confianza y le respondí afirmativamente, así que me mantuve junto a su coche mientras seguía visualmente su paseo con mi flamante XT.

Se fue alejando con cierta velocidad por una pista y parecía que todo iba bien, pero una gran nube de polvo me advirtió de que algo había pasado. Y efectivamente, al rato apareció magullado y con la moto, aunque andando, bastante maltrecha. Nos miramos y me pidió disculpas, pero le respondí: "Yo también lo siento, pero me la tienes que comprar...". Y bueno, el tío respondió y me la pago sin ningún tipo de regateo. La verdad es que la moto no estaba nada mal antes de la caída...

Tuve una Yamaha a la que tenía tanto cariño que sólo la vendí cuando me di cuenta de que me destrozaba la espalda. Por aquella temporada además viajaba mucho y, como corría una barbaridad, me jugaba constantemente una receta y no del médico precisamente.

La cuidaba como a mi novia, que además por aquella época no tenía y todos los mimos se los llevaba ella. Por eso la pude vender bien y comprarme una BMW bastante más tranquila y cómoda. Mi sorpresa fue que volví a verla anunciada en Internet… completamente destrozada. No se me olvidará nunca.