(Continúa del segundo fragmento)
Me sacaron los tubos del cuello, pero no recuerdo bien cómo lo hicieron. Lo que sí recuerdo es que me empezaron a traer comida. No podía beber agua ni ningún líquido sin una pastilla que lo hacía más espeso. La pastilla era blanca y, además de espesar el líquido, lo dejaba todo con un color blanquecino asqueroso.
La doctora me había explicado que no tragaba bien por lo que existía mucho peligro de que el líquido, en vez de ir al estómago, acabara en los pulmones. No hacía correctamente la función de separar la vía respiratoria en el cuello. Vamos, que a casi todo le teníamos que añadir esa pastilla blanca que yo odiaba.
En la bandeja de comida que traían, siempre había una botellita de agua que alguno de mis familiares tenía que quitar para añadirle la pastilla blanca. Cada día vigilaba la bandeja, y una vez, mis familiares, no se dieron cuenta que los enfermeros la habían dejado. Sigilosa y rápidamente saqué la mano para pillar la minibotella de agua. ¡Pero mi hermano me vio!
—Kenny, ¿Qué has HECHO? —me gritó. Pero yo ya tenía la botellita y sin decir nada la intenté esconder.
—Kenny, ¡dame la botella! —insistió mi hermano, levantándose y andando hacia mí. Yo seguía en silencio pero sabía que me habían pillado. Mi hermano la buscó para intentar quitármela, pero yo la sujetaba con todas mis fuerzas. Tiramos de la botellita un rato, mientras mi pobre hermano intentaba convencerme.
Mi hermano era infeliz por mil razones: por mi situación dramática, porque no paraba de quejarme y de luchar contra todo. Además, todavía no estaba claro si saldría de esta ni en qué condiciones acabaría.
—Recuerda que no quieren que bebas agua sola para que no te atragantes. Dentro de un tiempo te harán otra prueba y, si la pasas, te dejarán beber líquido sin espesante —me repetía continuamente.
Al final no pude más y me la quitó. Estábamos los dos respirando fuerte y muy infelices, pero por diferentes motivos. Yo porque había perdido la batallita por la botella sin poder beber de ella. Mi hermano por mil razones: por mi situación dramática, porque no paraba de quejarme y de luchar contra todo. Además, todavía no estaba claro si saldría de esta ni en qué condiciones acabaría.
Otro recuerdo que tengo grabado de Guttmann también tiene que ver con la comida. Siempre traían también un postre, aunque no podía comerlo, y a menudo era un flan. Un día estaba allí mi amigo y mánager, Fermín Villar, se dio cuenta que había un flan que nadie quería. Él lo sacó de su vasito de plástico dejándolo en un plato normal y todos nos preguntábamos qué haría Fermín con el flan. El tío se puso las dos manos detrás de la espalda, se agachó para acercar la cara al plato, abrió un montón la boca, puso los labios alrededor del flan, hizo una succión muy fuerte haciendo que el flan desapareciera. ¡Luego se lo tragó entero!
Me quedé superimpactado con Fermín. Él, bajo la lluvia de preguntas de mi familia, dijo que uno no era nada, que su récord personal era tragarse así trece seguidos. Luego nos vaciló un poco diciendo que fue después de cenar y, que si no hubiera comido tanto, su récord sería cincuenta o sesenta.

Recuerdo estar asustadísimo.
—¿Y no te sienta mal? —le pregunté.
—¡Qué va! Pero conmigo el flan no es un buen plan —nos dijo Fermín.
Lo del “flan no es un buen plan” me hizo mucha gracia y no podía parar de reírme. Visto el éxito de la frase, mi hermano cogió un rotulador y la escribió en la ventana de la habitación. Me hizo tanta gracia que es uno de los buenos recuerdos de Guttmann que tendré para siempre.
También recuerdo entrenar físicamente en la habitación con mi hermano. Cuando no podía salir de la cama, jugábamos al baloncesto con una especie de canasta pequeña que fabricó, y la coloco al final de la cama. Tirábamos con una mini pelotita, como de tenis. Era muy difícil para mí, pero toda mi familia aplaudía mucho cuando yo conseguía meter canasta motivándome para seguir intentándolo.
A veces jugábamos con pequeños helicópteros teledirigidos. Había que aterrizar en cojines o libros a diferentes alturas teniendo cuidado de que el helicóptero no chocara contra nada. Esto asustaba a los enfermeros, pero iba superbién para la coordinación, con los movimientos pequeños y precisos.
Todo me ayudaba, de una forma divertida, sin que me enterara de mucho. Para mí eran juegos en vez de ejercicios de recuperación. Mi familia contribuía, y ahora me doy cuenta de lo importante que era.
Estaba bastante obsesionado con poder andar y mis familiares siempre estaban atentos por si en uno de mis intentos perdía el equilibrio.
Cuando ya me podía levantar, conseguía meterme (con ayuda) en la silla de ruedas, en la que mi mujer me empujaba por todos los pasillos de Guttmann.
Siempre quería levantarme y andar, pero no tenía ni fuerzas ni equilibrio suficiente para hacerlo. Cuando lo conseguía era con ayuda de mi familia y, muchas veces, de la pared. Me ofrecían siempre la mano para ayudarme. A veces la cogía, aunque a veces iba sin ayuda, siempre con la pared cerca. Estaba bastante obsesionado con poder andar y mis familiares siempre estaban atentos por si en uno de mis intentos perdía el equilibrio.
Luego me empecé a alejar de la pared. Iba muy lentamente, con mucho cuidado para no caerme. Recuerdo que al caminar solo unos pocos metros, me sentía como si estuviera practicando un deporte de máximo riesgo. Ahora me parece absurdo que tuviera tanto miedo de caerme al suelo… pero lo sentía, enfrentándome al miedo cada día.
Con mi mujer empujándome en la silla de ruedas por los pasillos, me impresionó lo grande que es Guttmann y la cantidad de pacientes que hay. Cada mañana, ambulancias traían a nuevos pacientes. Creía que todos eran pilotos de motos de carreras y que todos habían sufrido una caída como la mía. Aunque no les conocía de nada, necesitaba saber qué moto tenían y si se acordaban de su accidente. Tampoco me daba ningún tipo de vergüenza preguntarlo.
Empecé muy pronto, antes de poder moverme bien e incluso antes de que se me entendiera con facilidad. Al no poder hablar con claridad, pedía a mis familiares que consiguieran la información y, gracias a mi insistencia, al final la conseguían.
Seguía pensando que todos eran pilotos, pero que por algún motivo incomprensible mentían a mis familiares
Pero sus respuestas no me cuadraban porque mis familiares decían que ninguno era piloto de motos, ¡ni de nada! La mayoría se había caído mal por las escaleras, o de una silla al intentar cambiar una bombilla en el techo. El impacto de la caída había sido lo suficientemente fuerte para romper su cuello, la espalda o de darse un golpe fuerte en la cabeza que les había causado un traumatismo craneoencefálico. Unos pocos decían haber tenido accidentes de tráfico, en coche por la calle, no en moto de carreras en un circuito. Seguía pensando que todos eran pilotos, pero que por algún motivo incomprensible mentían a mis familiares. En cuanto me pude mover, se lo empecé a preguntar directamente a cada uno de ellos.
Me costaba mucho vocalizar y además había todo tipo de distracciones. Al ir mejorando tenía que ir a diferentes terapias en las que mis familiares me dejaban con el médico/terapeuta y con un grupo selecto de pacientes que estaban en la misma sesión.
Estas sesiones de terapia me ofrecían la oportunidad perfecta para preguntar a los otros pacientes sobre su accidente. Lo intentaba antes de empezar pero pocos me comprendían. Había algunos que sí me entendían, pero les costaba mucho hablar a ellos también. La mayoría estaban muy confusos porque les parecía una pregunta demasiado inapropiada, sobre todo cuando venía de un total desconocido. Por suerte, algunos me entendieron, podían hablar y no tenían ningún problema en contestarme.

Sus respuestas directas me dejaron todavía más perplejo. Ninguno era piloto, muy pocos tenían moto… empecé a pensar que, por algún motivo, todos me mentían a mí también. Aun así, seguí preguntando hasta que por fin encontré a uno que me dijo que sí tenía moto.
—Tengo una Ducati y creo que está todavía en mi garaje, pero… ¿por qué me preguntas esto? —se extrañó.
—Pero del accidente, ¿te acuerdas de cómo pasó? —insistí.
—Sí, me acuerdo del accidente que me dejó tetrapléjico, pero no tiene nada que ver con mi Ducati. Un momento. ¿Crees que mi accidente fue en moto? — dijo, intentando entender mi pregunta.
Le contesté que sí, que soy piloto y creo que todos los lesionados han tenido un accidente como el mío.
—¿Piloto, en serio? ¿Tú eres piloto y te caíste corriendo una carrera? ¿Piensas que todos también tuvimos nuestro accidente así?
—¡Claro! Pero mi caída no fue en carrera, fue en entrenos. La tuya, ¿cómo pasó?
Entones hubo un momento de silencio tenso. Después, el hombre sonrió.
—¡Qué suerte tienes! —exclamó.
(Continuará)