Saber perder es mucho más importante en el deporte que saber ganar. Sobre todo, porque la inmensa mayoría de deportistas se retiran con más derrotas que victorias, especialmente en deportes donde concurren varias decenas y tan solo gana uno. En el motociclismo, ni siquiera los más grandes de la historia presentan más de un 50% de triunfos sobre carreras disputadas.
Por eso es vital saber perder, y hacerlo en los dos planos: el público y el personal. El primero es el que afecta a la imagen de cara al resto, y consiste en algo tan sencillo y complicado a la vez como poner buena cara, dar la mano o abrazar al ganador, esbozar una media sonrisa y dar las gracias a los aficionados en el circuito.
Después, delante del micrófono, es el momento de dedicar unas buenas palabras al equipo y prometer hacerlo mejor al día o la semana siguiente. En esa parte, Jonathan Rea es todo un experto. Siempre tiene buenas palabras para el Kawasaki Racing Team y no se olvida de felicitar a sus rivales, a los que antes ya ha saludado cordialmente en el parque cerrado.
La parte (aún) más difícil de saber perder es la otra. La que va por dentro. Es un aprendizaje que no descansa desde los primeros pasos hasta el día de la retirada. Aunque puede haber altibajos, por lo general es un viaje lineal en el que la madurez alcanza una gran importancia y permite al deportista crecer también en ese sentido.
No siempre es así, y Jonathan Rea lo sabe. El norirlandés lo aprendió a marchas forzadas en Honda, donde las alegrías llegaban a cuentagotas y la frustración era el pan de cada fin de semana, bregando con una moto inferior, caídas, alguna lesión de gravedad y con las promesas incumplidas de la marca del ala dorada, que jamás le ayudó a ir a MotoGP.
Todo eso cambió radicalmente al llegar a Kawasaki en 2015. Con una moto ganadora, no tardó en demostrar su superioridad en la categoría. La victoria se tornó el pan de cada ronda, el podio se transformó en su hábitat natural y las caídas se convirtieron en anomalías. Su nivel de pilotaje era tan alto que prácticamente se le olvidó cómo era perder.
Sin embargo, las épocas pasan y las motos se quedan obsoletas. La ZX-10RR llevaba muchos años dando sutiles síntomas de debilidad, pero el talento de Rea lo tapaba. Hasta que en 2021 se le empezaron a ver las costuras, que de cara a 2022 se tornaron en grietas. Ducati y Yamaha no solo les habían adelantado: les habían dejado muy atrás.
En cuanto Álvaro Bautista entró en simbiosis con la Panigale y Toprak Razgatlioglu recuperó el feeling con la R1, obligando a reaprender a perder a Rea; que -salvo un lapsus en Magny-Cours- ha dado una clase magistral de gestión de impotencia para aferrarse al podio hasta encontrar un pequeño premio ganando en Phillip Island. Ahora la pelota está en el tejado de Kawasaki.
