El motociclismo es un deporte en el que el piloto es la pieza final de un engranaje en el que todo tiene que funcionar al borde de la perfección. Por eso, por muy bueno que un piloto pueda llegar a ser, jamás podrá exprimir todo su potencial sin que todas las piezas previas encajen como si de un puzle se tratase.
Esto no significa, ni tan siquiera, que el trabajo bien hecho de todas las partes asegure el éxito. Son incontables los trabajadores que realizan una labor intachable, pero a veces son piezas que están en el puzle equivocado. Por motivos de lo más variopinto, ciertos pilotos pueden llegar a encajar muchísimo mejor con un equipo en concreto y, sobre todo, con cierta moto.
El británico Bradley Ray lleva en torno a una década buscando precisamente eso. Su potencial quedó patente más que de sobra en la MotoGP Rookies Cup, cuya KTM compaginó con una Honda -primero con el Motostar británico y con el CEV y FIM CEV después-. Cuando las Moto3 se le quedaron pequeñas decidió buscar una máquina que se ajustara mejor a su evolución corporal.
Ansioso por encontrar su sitio, probó tanto la FTR de Moto2 en el Europeo como la Kawasaki ZX-6R en el nacional británico de Superstock 600. Iba encontrando el rumbo y, en 2016, dio un paso que sería clave al saltar al British Supersport con una Yamaha YZF-R6. En su año de rookie terminó tercero, lo que le catapultó hacia el British Superbike.

Tras ver cerradas todas las puertas mundialistas (con solo un wild card en Moto2) había logrado trepar por la escalera del mejor nacional del mundo hasta el Buildbase Suzuki, donde estuvo tres temporadas logrando dos victorias y meterse en el Showdown en el segundo de ellos. Sin embargo, seguía buscando ese sitio en el que adaptarse como un guante.
En esa búsqueda fue cambiando algo cada año: en 2020 cambió de moto y equipo al fichar por el TAS BMW… la misma moto que llevó en 2021 con el OMG, estructura en la que se mantuvo de cara a este 2022… pero con una Yamaha. Un mundo nuevo después de cinco temporadas y un discreto bagaje de apenas dos victorias y 10 podios.
Algo no iba bien. Los años pasaban, tenía casi 25 y su talento no terminaba de fluir. Hasta que se subió en la Yamaha YZF-R1. De repente todo adquirió sentido: había encontrado su guante y, desde ahí, todo fue como la seda. Dos podios en Silverstone y dos victorias (y otro podio) en Oulton Park fueron solo el comienzo de un 2022 mágico.
Salvo un cero no se bajó del top 4 hasta el Showdown, donde se limitó a gestionar la ventaja administrada para proclamarse campeón con 9 victorias y 23 podios en 33 carreras. Ahora toca soñar en grande: una vez encontrada esa moto que se adaptase a él como un guante de seda, es el momento de pasear su talento por el Mundial de Superbike.