Luna de miel en Cabo Norte

Turismo. Viaje de novios de Ávila a Cabo Norte en moto. (1ª Parte). La idea de vivir nuestra luna de miel en Cabo Norte fue algo que surgió sin pensar mucho. Estábamos absortos con los preparativos de la boda y en un momento de silencio, le pregunté a Jose: «Anda, ¿y el viaje de novios?», el me respondió: «A Cabo Norte». Cuando mis ojos volvieron a sus órbitas empecé a leer crónicas y a diseñar el que ha sido el viaje de nuestras vidas.

Kahuna y Crispy

Luna de miel en Cabo Norte
Luna de miel en Cabo Norte

Érase una vez dos moteros, "Kahuna" y "Crispy", que se conocieron en una quedada del Club CBF en La Bañeza en agosto de 2007. Cuatro años después, estos abulenses de 29 y 27 años, se casaron (18 de junio), en una boda con sabor motero. Entre sus viajes y quedadas están los Alpes, Pirineos… y se estrenaron como recién casados con El Viaje: el mítico Cabo Norte. En los últimos años sus fieles compañeras de viaje han sido: «Poshy», una BMW K1200 R Sport; y «Shelley», una Honda CBF 600 S que han hecho las delicias de estos moteros.

Pues estos somos nosotros. Dos días después de la boda, el lunes 20 de junio, comenzaba nuestra aventura vestidos «de romanos» y con todo preparado para partir a Cabo Norte… ¡Un momento! Un corte de pelo rápido antes de salir para viajar mucho más cómoda y lista.

Europa: Sol, lluvia y nos quedamos sin intercomunicador
Habíamos planteado El Viaje para que cada etapa tuviera algo especial que rompiera la monotonía de las autovías europeas: San Sebastián, preciosa; París, con su caótico tráfico; y Colonia, cuya catedral nos decepcionó un poquito.

Después de cruzar España, Francia y Bélgica con relativo calor; el diluvio universal hizo presencia en Alemania, de la que solo recuerdo una nube de agua pulverizada procedente de coches, y camiones que poco a poco, fue calando la braga del cuello, el pelo, el interior del casco, los hombros… y así, casi sopas (mi intercomunicador pasó a mejor vida por lo que el resto del viaje José y yo tendríamos que comunicarnos por señas), llegamos el miércoles 22 a Travemunde (Alemania) donde cogíamos el ferry que nos dejaba en Malmö (Suecia).

El billete lo habíamos comprado por internet. Cien euros por dos motos, dos personas y un camarote con baño y dos literas. Era nuestro primer viaje en ferry y haciendo cola, me preguntaba por qué no habríamos ido por Dinamarca: ¿y si me mareo?, ¿y si no atan las motos?, ¿y si las atamos mal?...

Suecia: Los primeros alces y el anillo en el bolsillo
Malmö nos recibió con sol y mucho viento, de modo que nos equipamos con chubasqueros. Suecia es un país que conocemos por motivos de trabajo y conducir por sus tranquilas carreteras es algo emocionante. Todo verde, la gente respetando los límites de velocidad sin pasarse ni un poquito. Nos cruzamos con otro motero, nos saludamos con los dedos en V y casi lloré dentro del casco. Cuatro días después estábamos aquí y entonces empezaba lo bueno.

Nuestro primer destino era Karlshamn, a solo 150 km de Malmö, donde tenemos unos amigos. Una vez que llegamos a su casa, lo primero una ducha reparadora y les invadimos el jardín.

A estas alturas de viaje físicamente íbamos bien. Sorprendentemente el trasero no se quejaba mucho y dado que íbamos parando cada dos horas a repostar, no se llevaba muy mal la cosa. No podía decir lo mismo de mi dedo anular, ese que porta la alianza, que tenía una ampolla tamaño embalse del Burguillo que me obligaba a viajar con él en el bolsillo.

Tras hacer noche en Karlshamn pusimos rumbo a Estocolmo por la carretera 30 que nos encantó. Sería como una de nuestras nacionales, discurriendo entre pueblecitos escondidos en un gran bosque de pinos. Llovía de vez en cuando, lo que daba al ambiente un aroma a «verde» que nos hacía disfrutar aún más del paisaje. Vimos las primeras señales que avisan de «peligro, alce» pero no las hacíamos mucho caso… Cuando, de repente, ¿qué es eso?

Un bicho marrón oscuro, patilargo, parado en medio de la carretera, cruzando de un salto el guardarraíl y escondiéndose en el bosque. ¡Era un alce!

Me encanta Suecia, con sus casitas rojas, con sus banderas ondeando, todo verde, el carácter de su gente. Estocolmo nos enamoró. No sé si la ciudad estaba así de tranquila porque era fiesta (24 de junio) o quizá siempre sea así, pero fue un lujazo pasear por sus calles, sin rumbo fijo disfrutando de sus puentes, sus palacios, sus barcos… Recorrimos la E4 casi en su totalidad. Carretera que a veces es una autovía, a veces una nacional con esos cables de acero para separar ambos sentidos y siempre rodeada de pinos, pinos y más pinos. A veces, surgen lagos que abren un poco el paisaje.

Puede llegar a hacerse muy monótono, pero es lo que hay. Afortunadamente, como nos habían contado, la cosa cambia al llegar a la «Höga Kusten» (costa norte sueca) donde un puente impresionante da lugar a un paisaje distinto, creo que había alguna curva y todo.

Finlandia: Un mecánico español y una pareja de Albacete
Tirando, tirando, llegamos a Finlandia y en Rovaniemi intenté ponerme en contacto con un mecánico español para ver si podía pasarle la revisión a «Shelley». Después de tres intentos, lo conseguí pero me dijo que en aquel momento estaba a 500 km de allí y ¡que era domingo! «Mil perdones». Perdimos la noción del tiempo. El único día que teníamos claro era el miércoles 22 porque cogíamos el ferry a Malmö. El resto de días eran festivos que para eso estábamos de luna de miel.

Al día siguiente «Shelley» pasó la revisión y nosotros nos quedamos muy contentos y satisfechos por haber dado con este gran mecánico y mejor persona.

Rumbo al norte, siempre al norte, coincidimos con un italiano que lleva una GS con cafetera y todo. Viene de Cabo Norte y nos contagia su ilusión y lo increíble de los paisajes que veríamos en unos días. Era el primer motero con el que teníamos ocasión de charlar sobre nuestro viaje. ¡Me encanta ser motera!

La siguiente escala era en Napapiiri donde nos hicimos las típicas fotos con la línea del Círculo Polar Ártico y de paso le cogimos algo de repelús a la navidad. ¡Vaya circo que tienen montado! Como es tradición en nosotros, le pusimos la pegatina de Ávila y ¡territorio conquistado! Dando un paseo por la ciudad vimos un montón de motos, algunas con matrícula española y todo, y allí conocimos a una pareja, Ervi y Teresa, que venían desde Albacete en su V-Strom y con los que coincidiríamos en alguna otra ocasión más adelante.

Noruega: Fiordos, frío y un sueño cumplido
Entrar en Noruega me produjo una sensación especial, un cosquilleo, una emoción. Hacía justo una semana que habíamos salido de casa y esa noche, si todo iba bien, estaríamos en Cabo Norte.

El camino se iba haciendo ligero. No importaban los kilómetros y, casi sin darnos cuenta, llegamos a Karasjok, donde aprovechamos una parada para comer y cambiarle la lámpara de las cortas a «Shelley», que habían dicho basta.

Allí nos hicimos otra foto típica, con la señal que indica 343 km a Nordkapp, con una sonrisilla en los labios que mostraba satisfacción, nerviosismo, emoción…, y también ya algo de fresquito.

Noruega, ese país tan lejano… Avanzando entre fiordos y notando cada vez más y más frío, llegamos a la mítica E69. Aquí ya empezaba a oler a Cabo Norte.

Los últimos kilómetros se hacían eternos. El ritmo bajaba porque la carretera va empeorando y también nos llevamos algún sobresalto debido a los curiosos renos. Había oído muchas historias sobre el túnel de Nordkapp, que para nosotros supuso un tramo de mucho, mucho frío, con un desnivel «majo», pero que no sería de los peores túneles por los que hemos pasado. Eso sí, a estas alturas ya llevaba los puños calefactables a tope.

A José, mi marido, le llamaban la atención las parabólicas, que por aquellos lares apuntan hacia el suelo. El paisaje es desértico, tundra, roca, renos, nieves perpetuas y frío. Antes de llegar (en Skarsvag, a 13 km de Cabo Norte), hicimos una parada técnica a repostar cenar y abrigarnos como si fuéramos a Pingüinos. Los últimos kilómetros fueron los más emocionantes, tensos e inhóspitos de todo el viaje.

Eran casi las doce de la noche. Tenía sueño y frío. Con los guantes de invierno no sentía el freno, ni el embrague. Un reno tonto se quedó pasmado en medio de la carretera («ya verás como no llegamos»). Lo único bueno de la hora de llegada fue que nos ahorramos el peaje ya que al ser casi las 12 estaban cerrando la caja.

Aparcamos las motos. Gorro puesto, guantes también, solo se nos veían los ojos. No había niebla pero sí nubes y no pudimos ver el sol de medianoche, pero estábamos aquí y eso era lo mágico. No importaban los 33 autobuses de turistas, que la gente nos esquivase al pedirles que nos hicieran una foto ni que te pidiesen «educadamente» que te quitases de en medio para no estorbar en la suya.

Una semana y no sé cuantos kilómetros después, estábamos aquí. La sensación era de paz, de silencio a pesar del bullicio, de sueño cumplido.

Habíamos puesto el pie en Cabo Norte, el reto, el destino por excelencia de todo motero, pero «El Viaje» continúa…