Radares y caza furtiva... ¿justificada?

Hay motivos para criticar el empleo de los radares en nuestro país.

Luis López

Radares y caza furtiva... ¿justificada?
Radares y caza furtiva... ¿justificada?

Es por todos sabido que los radares se sitúan en los lugares más peligrosos de las vías públicas para velar por nuestra seguridad en carretera. ¿Alguien se ha creído alguna vez esto? Quien más quien menos piensa que los aparatitos en cuestión se emplean para recaudar una más que seria suma de dinero para “vaya usted a saber qué”. ¿Alguien lo duda?

Lo cierto es que ni lo uno ni lo otro son verdades, por decirlo de algún moto, absolutas… o tal vez sí, pero supongo que no está de más darle una vuelta a un argumento que, a priori, parece sensacionalista, populista, con líneas rojas y toda esa parafernalia de palabras y frases hechas tan de moda en nuestros días, desgraciadamente, por nuestro devenir político.

Entre pecho y espalda llevo un buen número de kilometros a cuestas, ya sea por ocio o trabajo, el 90 % de ellos a los mandos de un manillar, y puedo certificarte que existen radares situados en zonas de peligro latente por diferentes motivos (incorporaciones delicadas, cruces peligrosos, curvas traicioneras, tráfico muy denso en puntos críticos, etc), pero da la sensación de que ni están todos los que son ni son todos los que están. ¿Se podría explicar la razón, mínimamente verosímil, por la cual en una larguísima recta, parte de una vía con tres carriles por sentido, se encuentra agazapado un vehículo de la autoridad competente con el radar celosamente oculto en su interior? Un guardarraíl elevado, un pilar de puente, un matorral salvaje sin cortar tal vez para dar cobertura a ese vehículo… Cualquier cosa sirve para esconderse y “cazar” al infractor. “Te pillé”, dirá mientras se frota las manos la directora de la DGT, María Seguí, porque la amortización del último paquete de radares adquiridos bajo su orden y supervisión es inmediata. Llena de orgullo y satisfacción, aboga por la buena conducta del usuario de la vía con medidas disuasorias de este estilo. Palo y tentetieso.

¿Cómo podría decirse sin que nadie se sienta ofendido? Supongo que tal vez lo mejor sea escribirlo de forma directa, empleando pocas y llanas palabras: una parte de la culpa la atesora el cada vez más preocupante número de conductores, tan estúpidos como negligentes, que se sienten importantes adelantándote a toda velocidad a un palmo de tu codo izquierdo. ¿Qué demuestra con eso? ¿Pericia al volante o, lo que todavía resulta más penoso, al manillar? Creo que no es eso exactamente, sino el fiel reflejo de ciertas conductas que parecen estar relacionadas con la muestra de cierta hombría o habilidades que más de uno, con un cerebro cortado bajo el mismo patrón, aplaude.

La conducción da como para escribir un relato tan extenso como la Biblia. En cierto modo, no es más que el espejo de la cultura de una sociedad, sus formas y costumbres, su idea y valores de respeto a los demás… En definitiva, la educación recibida a lo largo de su formación como persona, desde la cuna.

En cualquier caso y como se suele decir, “lo uno no quita lo otro”, por lo que nada justifica ese comportamiento de “caza furtiva” que tanto parece apasionar a la DGT. Ni todo debe centrarse en la velocidad, ni su política debe ampararse en la falta de educación a los mandos de cualquier vehículo por parte de ciertos elementos (lo peor es que, cuando lo estacionan, no cambian). Sin embargo, no nos faltan ejemplos cercanos de sanciones por haber sobrepasado apenas 5 km/h la velocidad permitida, en ocasiones exageradamente lenta, capaz incluso de generar paradójicos conflictos que contradicen lo supuestamente correcto. ¿Tan complicado resulta acercarse al término medio para hacernos valer de la tecnología en pro del usuario, y no al revés? Va a ser verdad aquello de que la recaudación “fácil” es tan tentadora como la cata de un buen jamón: una vez que lo pruebas, se convierte en la pieza insustituible de tu dieta… mediterránea, por favor.