A lo largo de las siete últimas temporadas, ha tenido opciones muy reales de conquistar un título en tres campeonatos diferentes. Es más, hasta en cinco ocasiones se ha situado en parrilla con opciones matemáticas de proclamarse campeón al cruzar la bandera a cuadros. Sin embargo, no solo no fue campeón en ninguna de ellas, sino que acabó tres de esas cinco en el suelo.
La trayectoria de Ai Ogura desde 2015 ha sido intensa, casi meteórica y más marcada por lo que ha estado a punto de conseguir que por lo que ha conseguido, que no ha sido poco: ha coleccionado victorias y (sobre todo) podios en Asia Talent Cup, MotoGP Rookies Cup, Mundial Junior de Moto3, Mundial de Moto3 y Mundial de Moto2.
Una trayectoria que, sobre todo, ha estado marcada por los segundos. No tanto por los segundos puestos -pese a que ha sido su techo en la general-, sino por los segundos años. El esquema general es el siguiente: un buen curso como rookie sirve de preludio a un segundo año espectacular que le catapulta al siguiente nivel, que a veces compaginaba.
Por ejemplo: mientras cuajaba un buen año de debut en la Rookies perdía el título de la Asia Talent Cup -en favor de Somkiat Chantra- al caerse en la caótica carrera final. Un año después, pese a que una lesión le impedía luchar por el título en la Rookies, logró victorias tanto ahí como en el FIM CEV, donde terminó de despuntar en 2018.
Llegó a los grandes premios y no tardó en postularse como la gran esperanza de la nueva hornada japonesa, un poco decepcionada con el estancamiento de pilotos como Kaito Toba o Ayumu Sasaki. Mientras, a base de regularidad, Ogura llegó a la cita final de 2020 sin haber ganado nunca… pero con opciones de título. Acabó octavo y no fue ni subcampeón.
Aun así, ya tenía apalabrado el salto a Moto2, donde nuevamente firmó un primer año muy prometedor que le situaba en la terna de candidatos al título para este 2022. Eso sí, en un segundo escalón. Por delante había unos cuantos nombres; a los que poco a poco fue dejando atrás, añadiendo a su proverbial regularidad sus primeros triunfos mundialistas.
La exhibición en Jerez, donde ganó desde la pole, le quitó a la vez el peso de no haber ganado un GP. Meses después, ganaba en Motegi para devolver la bandera nipona a lo más alto del podio de su país. Estaba crecido, y el fallo de Augusto Fernández en Australia le ponía líder a falta de tan solo dos carreras. Se cayó en las dos.
La caída de Valencia fue casi comprensible, provocada por la desesperación de la de Malasia, donde tiró medio título intentando un adelantamiento tan imposible como innecesario; que le granjeó críticas desmesuradas. Y, seguramente, injustas; porque Ogura lleva años soportando las toneladas de presión que implican cargar con el peso de saber que el motociclismo japonés apenas lleva un título en dos décadas.
