Si hay un mérito indiscutible en la figura de Álex Rins es haber conseguido vincular su nombre al de la última era de Suzuki en MotoGP a la par que Joan Mir, pese a que el balear fue capaz de conquistar el mundo con la GSX-RR.
Rins llegó a la casa de Hamamatsu en un momento delicado: como rookie y con la misión, compartida con Andrea Iannone, de hacer olvidar al que ya se había convertido en el ídolo de la marca: Maverick Viñales, que con su triunfo en Silverstone 2016 y la cuarta posición final les había devuelto al mapa de MotoGP muchos años después.
Tras un primer año duro llegaron los podios en 2018 y las victorias en 2019, antes de finalizar tercero en ese inolvidable 2020 donde contribuyó al título mundial de equipos al tiempo que se veía eclipsado por Mir, del que se quedó muy lejos el pasado 2021.
Comenzó 2022 con energías renovadas, con dos podios seguidos en Termas y COTA y un cuarto puesto en Portimao que le situaba colíder. La noticia cayó como una losa, tornando en pesadilla el sueño de ser campeón: Suzuki había decidido cerrar la persiana de box a final de curso.

El bajón inicial dio paso a una entrada en barrena increíble: no volvió a puntuar hasta Assen, enlazando cinco ceros con lesión incluida. Tras el parón veraniego llegaron resultados más decentes. Aun así, el Suzuki Ecstar parecía sumido en una inercia letárgica, como quien pasa las últimas hojas de un libro inolvidable, donde la tristeza por el inminente final apenas te deja disfrutar los capítulos finales.
Hasta que llegó Phillip Island. Allí, Rins levantó de golpe a todo el equipo y a toda la marca con una victoria inapelable. Un triunfo que se entendió como una última fiesta y merecida fiesta después de un año lleno de pena y decepciones.
Cuando la aventura de Suzuki en MotoGP encaraba ya su cuenta atrás inexorable y definitiva, muchos parecían ya centrados en los homenajes y las despedidas. Camisetas y reconocimientos con un ojo puesto ya en el martes de test, donde nuevas aventuras se abrirán paso para pilotos y técnicos. El hundimiento del barco era inminente y lo lógico era saltar a los botes salvavidas.
Álex Rins tenía otros planes.

Cuando se apagó el semáforo cogió su batuta y puso a todo el mundo a bailar. Irrumpió en el salón de primera clase donde bailaban Pecco Bagnaia y Fabio Quartararo para hacer olvidar a todo el mundo, durante al menos 40 minutos, que el barco de Suzuki en MotoGP acabaría en el fondo del mar del olvido de MotoGP.
Fueron 40 minutos de auténtica música celestial con la GSX-RR como instrumento, demostrando que hasta en el último baile seguía perfectamente afinada y que él no había perdido un ápice de su virtuosismo al interpretar sus partituras.
Una vez asumido el adiós, se dedicó a lo que mejor ha hecho durante sus seis temporadas en MotoGP: llevar el nombre de Suzuki lo más arriba posible, sumando su quinta victoria para la marca que un día creyó en él y con la que ha protagonizado actuaciones memorables. Tras un viaje tan intenso, era lo único que podía hacer: seguir tocando hasta la bandera a cuadros. Hasta que ya no quedará ningún pentagrama.