Parecen haber pasado siglos de aquel Gran Premio de Austria de 2017 en el que Jaume Masià recibió la llamada del Platinum Bay Real Estate para sustituir a Darryn Binder, sorprendiendo a propios y extraños con el descaro con el que se movía entre los capos de la categoría en su debut, firmando un interesante noveno puesto y haciendo la vuelta rápida en el camino.
Apodado Macaulay por su enorme parecido con el entrañable protagonista de la archiconocida saga de ‘Solo en casa’, el piloto valenciano ya había dejado destellos en su paso por Cuna de Campeones y, con el subcampeonato del Mundial Junior de Moto3 en ese mismo 2017, llegó al Mundial a tiempo completo el curso siguiente con muchísimas miradas posadas sobre él.
Después de terminar el año sin conseguir subir al podio, en 2019 se destapó logrando la victoria en Argentina, la segunda carrera del año. Mezclando buenos resultados con bastantes ceros, el fichaje por el Leopard Racing para 2020 parecía ser la ocasión de oro para pelear por el título mundial, pero terminó sexto con apenas dos victorias, un rendimiento lejos del esperado.
Fichó por la estructura de Aki Ajo para volver a llevar una KTM y pasó allí dos años, logrando en total tres triunfos para concluir cuarto y sexto en la general. Siempre estaba en la pomada, pero no terminaba de rematar y, mientras tanto, los años pasaban y pilotos más jóvenes como Pedro Acosta o Izan Guevara le iban adelantando por la derecha.

Para su sexta temporada en la categoría, regresó al Leopard en una decisión arriesgada, ya que las Honda se habían ido quedando detrás de las KTM. Pero él se había empeñado en desmontar eso de que segundas partes nunca fueron buenas y, tras un quinto en Portugal y un cero en Argentina, encadenó tres podios para recordar al resto que seguía estando allí.
La primera victoria, en Assen, llegó seguida de dos ceros. Los fantasmas de la irregularidad volvían a aparecer y su discurso no invitaba al optimismo: Masià confesaba sentirse muy solo ante el ejército de KTM, GasGas, Husqvarna y hasta CFMoto, llegando a asegurar que los pilotos del grupo austriaco hacían táctica conjunta contra él. Fuese o no verdad, él lo sentía así.
Entre esos dos ceros se produjo su fichaje por el SAG para saltar a Moto2, lo que significaba que estaba ante su última oportunidad de ser campeón de Moto3. Y, quizás más liberado por la noticia, enlazó una racha fantástica con dos segundos puestos y dos victorias, situándose líder de la general en Japón, la casa de Honda. De repente todo funcionaba.
Contra todo y contra todos, Masià se apoyó en un equipo que sentía como una familia, hasta el punto de que cambiaron a su compañero para que tuviese un fiel escudero. La táctica funcionó y, con un polémico desenlace, conquistó el título que llevaba seis años anhelando; y lo logró en una temporada en la que siempre se sintió solo, pero en casa.