En la temporada más extraña que se recuerda en la categoría reina, marcada de inicio por el Covid-19 para acto seguido verse totalmente condicionada por la ausencia de Marc Márquez y la subsecuente falta de un referente claro, el español Joan Mir impuso el neo surrealismo para proclamarse campeón del mundo contra todo pronóstico.
Con una Suzuki que se erigió como la moto más equilibrada, el balear aprovechó el vacío de poder para auparse a lo alto de MotoGP y conseguir su segundo título mundial tres años después del de Moto3, llevando al delirio a la casa de Hamamatsu exactamente dos décadas después de su último título de 500cc a cargo de Kenny Roberts Jr.
Habían tocado el cielo antes de lo esperado, lo que inevitablemente conducía a una pregunta: y ahora, ¿qué? Ya dice el refrán -y con mucho acierto- que lo difícil no es llegar, sino mantenerse. Una dificultad que se vuelve todavía más acusada cuando se ha llegado antes de tiempo y por sorpresa, porque puede dar la sensación de ser fortuito e incluso (para las malas lenguas) inmerecido.
Eso hacía que el curso 2021 cobrase forma de reválida en el caso de Mir. De forma un tanto paradójica, ser el defensor del título no le otorgaba el favoritismo. No eran dudas sobre su nivel ni el de la Suzuki, sino la percepción de que otras marcas y pilotos debían dar un paso al frente y adelantar por la derecha a la moto azul del 36 amarillo.

Y eso es exactamente lo que ha sucedido. Prácticamente desde el inicio, Fabio Quartararo y Yamaha impusieron su ley para adquirir una ventaja que se fue volviendo insalvable. En el tramo final, Pecco Bagnaia fue capaz de canalizar como nadie el potencial de la Ducati para erigirse en el mejor piloto de la segunda vuelta y acabar el año como subcampeón.
Durante el curso brillaron otros pilotos: Marc Márquez con sus tres triunfos en su retorno, Jack Miller con sus dos victorias consecutivas, Johann Zarco con su liderato en los primeros compases… pero al final fue Joan Mir el que acompañó a Quartararo y Bagnaia en la foto final del curso al acabar tercero en la clasificación general.
Una medalla de bronce que puede saber amarga tras poner su nombre en el trofeo un año antes, pero que parece petróleo a tenor del rendimiento de Suzuki en un curso que ha sido una dosis de realismo después del sueño de 2020. Ducati fue claramente superior, Yamaha también estuvo por delante y, por momentos, Honda y KTM se antojaban más rápidas.
Suzuki ha vuelto a ser esa moto a la que le falta un poco para estar con el resto, y su año podría haber sido un auténtico descalabro (Álex Rins acabó 13º con un solo podio) de no ser por Joan Mir, que ha logrado seis podios demostrando estar por encima del nivel de la GSX-RR. En Hamamatsu tendrán que subir el nivel si no quieren perder a su estrella.