El último lustro de MotoGP dejó siempre un adiós ilustre por temporada: Dani Pedrosa en 2018, Jorge Lorenzo en 2019, Andrea Dovizioso en 2020, Valentino Rossi en 2021 y Suzuki en 2022. En este 2023 también hay otra gran despedida.
La diferencia es que esta vez no es un adiós a MotoGP, aunque puede que sea más inesperado que todos ellos. Por lo abrupto y por lo prematuro, pero sobre todo porque hace unos pocos años se antojaba casi imposible atisbar que esas dos leyendas iban a bifurcar sus caminos en algún punto del trayecto.

Si el adiós de Suzuki a MotoGP dolía por innecesario e inexplicable, la despedida de Marc Márquez y Honda duele porque se antoja anómala. Porque ninguna de las dos partes quiso. Porque el amor sigue intacto, y cuando el amor no triunfa es doloroso. Porque la cabeza se ha impuesto al corazón.
Porque de la época previa al binomio Márquez-Honda apenas queda Aleix Espargaró como piloto fijo, y los nostálgicos wild cards de Dani Pedrosa, Álvaro Bautista y Cal Crutchlow. El inexorable paso del tiempo había ido cambiando todo lo demás, permaneciendo solo inmutable la presencia de una Honda RC213V con el 93 en el carenado.

NIÑO GUINNESS DE LOS RÉCORDS
La primera vez fue de blanco inmaculado, metáfora de una página de ese color todavía por rellenar. Se intuía que aquel 14 de noviembre de 2012 era el inicio de una larga historia. Era imposible predecir cuántas páginas vendrían después.
Podio en la primera carrera y victoria en la segunda, Marc Márquez comenzó a destrozar todos los registros históricos de precocidad en el motociclismo hasta convertirse en el Niño Guinness de los Récords con la coronación en su primer año en la categoría reina ante rivales de la talla de Jorge Lorenzo, Dani Pedrosa y Valentino Rossi.
Una irrupción que refrendaría en un 2014 memorable, cuando arrancó la temporada logrando diez victorias consecutivas hasta el punto de convertir la derrota en excepción, algo realmente extraño en un deporte donde por cada uno que gana hay veinte que pierden. El segundo título mundial cayó de maduro, lo que hacía presagiar una era de dominación absoluta.

Se olvidó que Márquez todavía era casi un niño y que la máquina juega un papel capital. En 2015, Yamaha fue superior y Marc fue mucho más allá del límite para intentar compensarlo, lo que se tradujo en varias caídas que le dejaron totalmente fuera de la pelea por el título. Y así fue como, después de dos años de vino y rosas, el niño descubrió que podía perder.
UN BINOMIO IMBATIBLE
Y perdiendo se hizo hombre. Sus facciones se fueron endureciendo y, con ellas, el piloto. Si en 2013 y 2014 ganó un título en cada año, en 2015 ganó muchos más. Empezando por el de 2016, donde su Honda seguía por detrás de la Yamaha. Pero Marc Márquez había aprendido a aferrarse al campeonato, a rascar puntos de debajo de las piedras y a minimizar los errores.
Una carambola le permitió coronarse antes de tiempo en Japón, algo realmente simbólico: la reconquista llegaba en casa de Honda, sellando así un vínculo que empezaba a antojarse eterno. Volvieron el vino, las rosas, los bailes, las cenas y las fiestas hasta las tantas, paseando su amor por todos los puntos del mundo.

No ganaban tanto y tan fácil como en 2014, pero ganaban mejor. Así, cuando llegó un nuevo rival con una moto claramente superior como la Desmosedici GP17, supieron cómo encarar la situación. Nuevamente, el aprendizaje de dos años antes cristalizó en la conquista de otro título mundial. Sexto en total, cuarto en MotoGP y segundo como vigente campeón.
Erosionada la resistencia de Dovizioso y cada vez más cómodo con la RC213V, la temporada 2018 fue dominada a placer por el 93, que ganaba cuando podía, se aferraba al podio cuando no y dejaba la mitad de los errores para el tramo final del curso, cuando ya era campeón. Pentacampeón de clase reina y hat-trick consecutivo. Ahora sí que había comenzado una era.
DEL CIELO AL INFIERNO
Y así llegó 2019. La sublimación del binomio entre Marc Márquez y la Honda RC213V. Pese a que la Desmosedici seguía siendo la mejor moto de la parrilla, la simbiosis entre el español y la japonesa parecía alcanzar las propiedades de la fusión. Como si fuese imposible saber dónde terminaba el hombre y dónde empezaba la máquina.
Salvo Austin -donde se dice que el fallo fue mecánico-, redujo toda la temporada a un mapa binario donde todo se medía en unos y doses hasta sumar 420 puntos de 475 posibles. Caminaban unidos de la mano por las cimas del mundo y, obnubilados por el jolgorio de otro triplete de pilotos, constructores y equipos, se lanzaron a una hipoteca sin precedentes en MotoGP.

Hasta el día fue poético: el 20 del 02 del 2020 para consumar una unión de dos con un contrato de cuatro temporadas (más la que ya tenía en vigor) para juntar sus destinos hasta 2024. Giacomo Agostini temblaba.
Nadie podía imaginar que apenas les quedaban tres victorias y seis podios por celebrar. Cualquiera que hubiese pronosticado que ese sería el bagaje del resto de su relación hubiese sido enviado al manicomio más cercano sin necesidad de triaje previo.
El 19 de julio de ese mismo 2020 todo cambió. Jerez abría la temporada de MotoGP y Marc cometió un pequeño error, que trató de subsanar con una apoteósica remontada en la que rodaba con una superioridad apabullante… hasta que llegó el segundo error y salió volando.
Allí se detuvo el tiempo para el 93. Lo que pasa es que MotoGP siguió girando.
HAMBRE Y CORAZONES ROTOS
El tercer error fue tratar de reaparecer antes de tiempo, y el resto es historia. Todo el curso 2020 en blanco dio paso a un 2021 que comenzó más tarde de lo esperado. Para cuando llegó la balsámica victoria en Sachsenring, toda posibilidad de título mundial se había esfumado. Tuvo tiempo de ganar dos carreras más y sumar otro podio en Aragón, donde le batió Pecco Bagnaia para lograr su primer triunfo mundialista. Visto desde el futuro, resulta curioso.

Para 2022 siguieron los problemas del hombro y decidió parar para arreglarlos de raíz. Pero, mientras su cuerpo se reconstruía, era la Honda la que se rompía. La dependencia de Marc llevó a la marca a cambiar por completo la moto de cara a 2022, y en vez de funcionar bien para todos, ya no ganaba ni con el 93.
En 2020 se quedó a cero, en 2021 pisó el 1 varias veces, en 2022 apenas rascó un 2 en Australia y, en este 2023, el techó ha sido el 3. Fue el cajón que piso en tres sprints -incluidos el primero y el último- y en una sola carrera. Fue en Japón, como si se tratase de la última ofrenda a la marca de sus sueños.
No mucho después anunció la separación, que no ruptura. Es el hambre de victorias el que aprieta y ahora mismo la gastronomía que reina en MotoGP es la italiana.
Así que, en Valencia, con sus corazones rotos en millones de pedacitos, Marc Márquez y Honda se despidieron en algo más parecido a un hasta luego que a un adiós. Puede que el futuro les vuelva a juntar, pero de momento dejan atrás 6 títulos mundiales -o 17 si se suman seis de constructores y cinco de equipos (en 2016 se les escapó), 59 victorias, 101 podios, 64 poles, 59 vueltas rápidas y 2.626 puntos en 169 grandes premios.