25 carreras llevaba Yamaha sin llevarse los 25 puntos, hasta que el número 25 volvió a ganar poniendo fin a su propia sequía después de 525 días de su victoria en el Gran Premio de Le Mans.
En Australia, Maverick Viñales no tuvo rival y logró una victoria aplastante al escaparse de un nutrido grupo que rodó unido hasta el final para repartirse el honor de acompañar al español en el podio de Phillip Island.
Algo más de 40 minutos bastaron para que MotoGP recordase de lo que es capaz el joven piloto cuando se encuentra cómodo sobre su máquina. No han pasado ni dos años desde que unos impresionantes test en Philipp Island le colocasen como favorito al título de MotoGP, con el consiguiente sambenito de anti (Marc) Márquez.
Después llegarían los días de vino/champán y rosas para el de Rosas, que empezó el año apabullando con dos victorias en Qatar y Argentina, otra más en Le Mans y una que pudo ser y no fue en Mugello, donde fue segundo tras Andrea Dovizioso pero donde se sintió ganador. Desde entonces, empezó a desdibujarse poco a poco.
Una segunda mitad de 2017 discreta dio paso a un inicio de 2018 igual o peor. Los halagos se convirtieron en críticas y las certezas de que pelearía por el título se tornaron en dudas sobre de qué pasta estaba hecho el joven talento, con frecuencia superado por un Valentino Rossi cuyas tablas le hacían capear mejor el temporal en el que se había convertido la M1.
Una situación difícil de gestionar para un chico de 23 años que ya ha visto las luces y las sombras de MotoGP; al que le ha tocado vivir en su propia piel la peor sequía de una marca histórica en los albores de su carrera deportiva. En ese contexto, a Viñales le tiene que resultar complicado no pensar que errores ajenos están hipotecando sus mejores años.
Un pensamiento comprensible pero capaz de bloquear a cualquiera, e incluso hacerle dudar de sí mismo. Si algo no se le puede reprochar durante este tiempo es no haberlo intentando. Ha hecho caso a todas las directrices de la marca y tampoco ha funcionado, así que optó por volver a su propia esencia y hacerse caso a sí mismo.
El podio en Tailandia fue la señal que le indicaba el camino, y Phillip Island el escenario para un retorno triunfal. Una isla de la que Yamaha extrae tesoros y donde él se siente como en el patio de su casa, habiendo ganado en Moto2 y subido al podio de MotoGP tanto con Suzuki como con Yamaha. Como mínimo, tenía la ocasión de lograr repetir podio por tercer año seguido en un circuito, algo que no había conseguido nunca.
Su cabeza tenía otros planes, y tras la clasificación –donde fue segundo- lanzó un aviso. Mientras Marc Márquez señalaba a Andrea Iannone como favorito, Viñales dejaba claro que se había guardado lo mejor para carrera. Una simple operación matemática permitía descifrar el mensaje: si salía segundo y se había guardado lo mejor, esta vez sólo valía la victoria.
Cuando decía que se guardaba lo mejor, no se refería a lo mejor del fin de semana australiano. Se refería a lo mejor de sí mismo. A esa versión que le hace ganar de una forma que por momentos recuerda a Jorge Lorenzo, como ya hiciera en Silverstone 2016 con la Suzuki o en Argentina 2017: ponerse delante y, décima a décima, abrir camino hasta resultar inalcanzable.
Una victoria que vale muchísimo más que 25 puntos. Para Yamaha, porque acaba con su peor sequía de victorias. Para Viñales, porque supone todo un chute de confianza en sí mismo. Una confianza que, aunque nunca ha perdido, sí se había visto mermada. Lleva tiempo repitiendo por activa y por pasiva que él no ha cambiado un ápice desde comienzos de 2017, que todo estaba en la moto.
Con esta victoria ha demostrado que conserva intacta la voracidad ganadora, y sus lágrimas al cruzar la bandera a cuadros no son sino la descarga de toda la tensión acumulada durante más de 500 días sin saborear esa sensación única. Cataratas de rabia contenida por verse impotente para luchar por estar donde merece.
Para Viñales, la victoria en Phillip Island vale mucho más de 25 puntos. Muchísimo más. Es un mensaje claro y directo a Yamaha. Que con 23 años todavía tiene un largo y exitoso camino por recorrer en MotoGP; y que decidió hacerlo vestido de azul oscuro en una apuesta mutua. La victoria es un simple recordatorio de ese pacto: Yamaha es su futuro y él es el futuro de Yamaha.