En Ducati llevan una década tratando de construir algo realmente sólido en MotoGP. Tras varios años poniendo parches para tratar de frenar el declive después del mágico 2007, el fichaje de Gigi Dall’Igna puso los cimientos de una Desmosedici mucho más completa, que encontró en la figura de Andrea Dovizioso a un fino escultor que terminase de darle forma.
Como todas las relaciones, la que unía las suertes de Dall’Igna y Dovi -y por ende de Ducati- se agotó, y la firma italiana tuvo que tirar de los planes B, C y D tras ver cómo las grandes estrellas de MotoGP renovaban o firmaban con otras marcas. Su intención era fichar a un piloto diferencial que, como en su día hizo Casey Stoner, marcase la diferencia para ser campeón.
Con esa opción cerrada, apostaron por mirar en casa y tomaron la arriesgada decisión de otorgar un voto de confianza a Pecco Bagnaia sobre Johann Zarco para el equipo oficial. Todo un acto de fe, ya que el campeón mundial de Moto2 en 2018 había sido 15º en su año de rookie en MotoGP, terminando 16º en su segundo curso con un podio y un sinfín de ceros.
Por suerte para ellos, alguien en Borgo Panigale fue capaz de mirar más allá de los resultados más inmediatos y atisbar el potencial de Pecco, que ya en Moto3 había mostrado su enorme talento consiguiendo ganar con la Mahindra para dar muestras de su exquisita consistencia el año de su título en Moto2.

Resultó que el joven Pecco compartía con Dall’Igna el alma de arquitecto. Lejos de ser uno de esos pilotos cuyo talento innato les hace ir rápido de inicio con una cafetera, el joven piloto turinés va encontrando el encaje perfecto con la máquina hasta dominarla por completo y fundirse en un binomio que llega a ser prácticamente imbatible.
Faltaba un catalizador: la victoria. La que se le escapó en el segundo paso por Misano en 2020 cuando la tenía en el bolsillo. Pese a haber logrado podios en Losail, Jerez, Portimao y Red Bull Ring, llevaba 12 carreras de 18 y seguía sin estrenarse. Hasta que llegó a Aragón y lo hizo a lo grande: batiendo en duelo a todo un Marc Márquez.
Desde allí, su final de curso fue sencillamente excelso: cuatro victorias y un tercer puesto en las seis últimas carreras, donde su único lunar fue un cero cuando lideraba en Misano, todo un déjà vu. Todo eso le llevó a proclamarse subcampeón de MotoGP y, lo que es tan importante o más, a empezar 2022 como número uno de Ducati, ya convertida en la marca de referencia.
Pecco Bagnaia ha entendido que no hay mejor piloto que el que se nutre de los mejores. Es el pupilo más aventajado de Valentino Rossi, se empolló la telemetría de Jorge Lorenzo y cuando Casey Stoner les visitó en un GP se le apropió de coach. El arquitecto ya ha establecido las vigas maestras y en Ducati ya sueñan despiertos.