Prácticamente nadie dudaba que la victoria de Pecco Bagnaia en MotoGP terminaría por llegar. La había acariciado en varias ocasiones y siempre se escapaba. Bien por errores propios, como en cuando se iba como una bala hacia el triunfo hasta que se cayó en Misano 2020, o porque otro piloto había sido superior: cuatro veces había pisado el segundo escalón del podio.
Ya en la carrera inaugural de Qatar demostró que había llegado al equipo oficial para recoger el testigo de Andrea Dovizioso en el italiano corazón de los tifosi, logrando la pole y finalizando tercero. Tres carreras después, en Jerez, se colocaba como líder de la general con tres podios en cuatro carreras.
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Comenzó ahí un periplo algo más gris -en el que para colmo lograron ganar con Ducati tanto Jack Miller como Jorge Martín- con seis carreras sin pisar el cajón, al que retornó en Austria al finalizar segundo. Un espaldarazo que levantó la moral del pupilo de Valentino Rossi, que en Silverstone tuvo problemas de neumáticos y se fue hacia atrás cuando parecía que podía luchar por el podio.
Todo eso fue haciendo que Fabio Quartararo se escapara en la general, y que por lo tanto en Ducati se fuesen olvidando del título de pilotos. Sin embargo, Bagnaia es un piloto que siempre ha sabido que para correr primero hay que aprender a andar: que para pensar en el título hay que ganar carreras, porque la extraña temporada 2020 no iba a volver a repetirse y con una media de 13 puntos es casi imposible ser campeón.
Ducati sabía que la victoria de Pecco llegaría. Pecco sabía que un día llevaría a la Ducati a la victoria. Todo el paddock de MotoGP tenía claro que el binomio Pecco-Ducati acabaría en lo alto del podio. Lo que nadie podía imaginar es que el sucesor de Dovizioso en Ducati lo sería de forma tan literal.

Su desempeño fue, como el propio Marc Márquez reconocería después, una versión mejorada de Andrea Dovizioso. Como en un déjà vu con un cambio casi imperceptible de protagonista, la Honda RC213V con el número 93 se citó con una Ducati Desmosedici de última generación totalmente pintada de rojo, con la única salvedad de que el 04 de Dovi había sido reemplazado por el 63 de Pecco.
Solamente el número denotaba que no se trataba del enésimo duelo entre Márquez y Dovizioso, porque Bagnaia corrió como si llevase años citándose con el octacampeón, que tampoco dio muestras de haber pasado casi un año en blanco. En ningún momento pareció un mano a mano entre un piloto sin victorias en MotoGP y otro que todavía se está recuperando de una lesión grave.
Fue una batalla de poder a poder. Márquez sacó el arsenal de movimientos ofensivos y Pecco contestó con una defensa numantina que le volvió inexpugnable. En simbiosis con su GP21, lo hizo absolutamente todo bien.

Muchos otros hubieran cometido un error ante semejante nivel de presión mental. Hubieran perdido velocidad tratando de cerrar los huecos, o se hubieran ido ligeramente largos al apurar demasiado una frenada. Pecco dio una lección magistral de motociclismo defensivo, partiendo desde una base sólida: sabía que si frenaba lo suficientemente tarde, Márquez tendría que sacrificar la aceleración si quería lanzarse al hueco.
Siete veces tuvo que ejecutar el plan, y en las siete lo hizo de forma sobresaliente. No solo ganó: pudo paladear el triunfo. El séptimo ataque fue el más desesperado de todos y mandó a Márquez fuera de pista, permitiendo a Pecco Bagnaia disfrutar de la última media vuelta con relativa tranquilidad y convertirse en el ganador número 116 de la historia de la categoría reina.
115 pilotos tuvieron su bautismo antes que él, pero ninguno de ellos lo hizo tras repeler hasta siete ataques cargados de fuego de todo un hexacampeón de la categoría reina. La demostración definitiva de que Pecco Bagnaia lo tiene todo para ser el próximo gran ídolo italiano, ya que aúna la marca VR46 con la marca Ducati.