La figura de Valentino Rossi es absolutamente irrepetible e inimitable. Su extraordinario carisma le permitió trascender mucho más allá de los circuitos hasta convertirse en un icono global, congregando a millones de aficionados tanto en las gradas como delante del televisor hasta convertirse en poco menos que el dios de una religión.
Como buena religión, tenían sus símbolos, sus rituales y hasta su día sagrado: los domingos. Poco importaba que su líder titubease los viernes y los sábados, la fe de sus feligreses era absoluta. Habían visto demasiados milagros en el séptimo día de la semana como para no creer. Así durante más de dos décadas, hasta que un día se retiró.
Para entonces, había ido preparando a sus discípulos para el relevo. Les fue poniendo a prueba durante muchos años y, el mismo día de su adiós, designó a su sucesor: Pecco Bagnaia. El joven turinés asumió el cargo, consciente del mayúsculo reto que tenía por delante y, con la extraordinaria inercia de ese final de 2021, se proclamó campeón de MotoGP en 2022.
Lo hizo con una remontada milagrosa ante un Fabio Quartararo demasiado maniatado por las carencias de su máquina, lo que hizo que una buena parte de la afición minimizase el título del italiano. El argumento era el de casi siempre: llevaba la mejor moto. Claro, como la inmensa mayoría de campeones en la historia.

El 26 de noviembre de 2023 fue, seguramente, el día ideal definitivo para dejar de menospreciar los logros de Francesco Bagnaia. "No se puede ser dos veces campeón del mundo de MotoGP sin ser un piloto excepcional", sentenció Paolo Ciabatti en plena celebración del segundo título mundial consecutivo del piloto de 26 años.
Tiene toda la razón. Si en 2022 Bagnaia demostró ser capaz de convertirse en una apisonadora cuando es el piloto más rápido en pista, lo que demostró logrando el hito de enlazar cuatro victorias consecutivas; en este 2023 ha logrado algo que evidencia que se ha convertido en un piloto total: ha conquistado MotoGP sin ser el piloto más rápido de la parrilla en el tramo decisivo de la temporada.
Desde que Brad Binder le pasó por encima de la pierna en Catalunya, vio cómo su enorme ventaja empezó a menguar de forma considerable ante Jorge Martín, que empezó a coger carrerilla. Tenía que pelear mermado físicamente y, esta vez, con la misma moto.
El panorama de Bagnaia se antojaba cada vez más difícil: estaba lejos de su mejor forma en el tercio final de curso, con muchísimas carreras comprimidas en muy poco tiempo y en la primera temporada de la historia donde la explosividad reporta pingües beneficios en forma de puntos con la introducción de las carreras al Sprint.

Ver a Martín ganar una y otra vez los sábados hubiese erosionado la resistencia mental de cualquiera. Si a eso se le suma que, tras el accidente en Barcelona, empezó a verse en dificultades los viernes y a pasar por la Q1. Su explosividad a una vuelta, que le había reportado seis poles en las once primeras carreras (incluida la de Catalunya) se había esfumado; y las encuestas empezaban a dar como campeón a Martín.
Ahí lo fácil hubiese sido querer ir más allá de sus propios límites y pagarlo en forma de errores y caídas. Tratar de reducir la desventaja a velocidad pura con Martín a base de forzar cada vez más. Dicho de otra forma: dejarse llevar por el lado más pasional.
Por el contrario, y como ya hizo Valentino Rossi en 2008 ante un Casey Stoner que por momentos se mostraba imbatible, Bagnaia supo aguantar el chaparrón de Martín, que arrasaba los sábados y, de vez en cuando, lo refrendaba los domingos. Y empezó a jugar con su mente: a base de podios, implantó en el imaginario del madrileño la idea que no podía fallar, sencillamente porque él no iba a hacerlo.
Y así, en la temporada donde los sábados y la explosividad han adquirido mayor importancia que nunca, Pecco Bagnaia ha sido un campeón de resistencia y de domingos. Tanto es así que, si solo se sumasen los puntos de las carreras largas, hubiera certificado el título con dos o tres grandes premios de antelación.

Sin embargo, tuvo que esperar a hacerlo en Valencia y, aunque tenía opciones matemáticas de hacerlo el sábado, estaba claro que tenía que ser el domingo. Por dos motivos: el primero es que Martín volvió a dominar el Sprint. El segundo es que, fiel a su imperturbable método de trabajo, terminó el trabajo en el día decisivo, como si se tratara de un trámite.
A diferencia de Rossi, que perdió los dos títulos que se jugó en la carrera final de Valencia, el de Ducati ya ha sido campeón de la clase reina dos años consecutivos en el Ricardo Tormo.
Y sí, es evidente que ni tiene ni tendrá nunca el carisma de su dios, pero tampoco lo necesita. Porque, si la pasión desmedida es una condición ‘sine qua non’ para crear una religión de la nada, la continuidad de la misma una vez creada tiene que contar con un contrapunto de racionalidad.
De eso Pecco Bagnaia va sobrado. Por eso, se ha convertido en el Sumo Pontífice ideal para extender la religión del rossismo, que -eso sí- sigue teniendo el domingo como el día sagrado.