En Motorland, Pecco Bagnaia logró su primera victoria en MotoGP completamente esperada por su proyección en la categoría al tiempo que absolutamente delirante por haberla certificado resolviendo un mano a mano ante el dominador de la última década en lo que fue un auténtico bautismo de fuego.
Esa victoria le agregaba al club de los ganadores en la categoría reina, compuesto por poco más de un centenar de pilotos. De todos ellos, un buen puñado jamás logró repetir. Parecía evidente que Bagnaia no sería uno de ellos. Su talento y juventud ya aventuraban a pensar que sería la primera de, como poco, unas cuantas.
Además, el joven piloto italiano siempre había mostrado una curva de aprendizaje similar en cada categoría, pasando de ser un candidato ocasional a la victoria a consolidarse delante. En MotoGP no iba a ser menos: llevaba tiempo llamando a la puerta del triunfo, y una vez abierta no iba a volverla a cerrar por fuera.
Además, hay que tener en cuenta el factor mental. Igual que dicen que el dinero llama al dinero, la victoria hace lo propio. No hay nada como saber que se puede ganar, sobre todo cuando se ha ganado con la autoridad de Bagnaia en Motorland. No fue una victoria por un error de otro piloto o por alguna circunstancia excepcional. Todo lo contrario.

Así, mientras Pecco (¿habría que empezar ya a llamarle Francesco?) visionaba en bucle su primer triunfo para disgusto de su pareja, el Mundial llegaba a Misano. El patio de su casa, cuyo asfalto conoce al milímetro y, para más inri, el escenario del que debió ser su primer triunfo, ya que el pasado 2020 se fue al suelo cuando lideraba.
No sorprendió a nadie que hiciese la pole. La diferencia es que, si en Motorland tenía la amenaza de Márquez en un circuito de izquierdas, en esta ocasión el reto se antojaba mayor: batir al dominador de 2021, el francés Fabio Quartararo, en un trazado propicio para sus virtudes y las de su Yamaha.
De postre, el componente estratégico de los neumáticos. Bagnaia diseño un plan inteligente pero que requería una ejecución milimétrica: tirar al principio para escaparse y gestionar la renta cuando cayesen las gomas. Era su única opción de ganar al potente Quartararo, sabiendo que, pese a su cómoda renta en la general, el galo no iba a sacar la calculadora siendo Bagnaia segundo en la general.

El plan tenía tres puntos clave: hacer una salida cercana a la perfección para no perder ni una décima en tener que adelantar, imprimir un ritmo endiablado en la primera parte de carrera y no permitir que sus tiempos de vuelta decayeran demasiado en la segunda para poder defenderse de Quartararo llegado el caso.
¿Cómo salió el plan? Dicen los números que mejor imposible: completó la primera vuelta con algo más de un segundo sobre su compañero Jack Miller (y casi dos segundos con Quartararo), fue estirando la ventaja hasta 2,8 segundos sobre Miller en la vuelta 10 (y 3,4 sobre Quartararo) y cruzó la meta con 364 milésimas de ventaja sobre el francés, que había empezado el giro final a 135 milésimas.
De nuevo, al llegar la hora de la verdad demostró de qué pasta está hecho. Si ante Márquez supo devolver cada adelantamiento de forma inmediata hasta desquiciar al español, frente al galo se centró en cerrar absolutamente todos los huecos en otro ejercicio defensivo brillante. No es que haya ganado las dos últimas carreras, es la manera en la que lo ha hecho y, sobre todo, ante quienes.