El domingo 8 de abril de 2012 se disputó el Gran Premio de Qatar que inauguró la temporada 2012, con victorias para Maverick Viñales en Moto3, Marc Márquez en Moto2 y Jorge Lorenzo en MotoGP. Hasta ahí todo normal: tres de los candidatos a los títulos empezaban el año desde lo alto del cajón.
Sin embargo, para uno de los tres aquella victoria significó muchísimo más que 25 puntos. Ese uno era Marc Márquez, y el motivo es que esa victoria suponía el final de una pesadilla que había comenzado el viernes 21 de octubre de 2011 en el Sepang International Circuit, en los primeros entrenamientos libres del Gran Premio de Malasia al que llegaba inmerso en la lucha por el título de Moto2 frente al alemán Stefan Bradl.
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El entrenamiento matinal acababa de comenzar y la lluvia decidió hacer acto de presencia. Los comisarios malasios se olvidaron de señalizar la presencia del líquido elemento en pista y empezaron a caer pilotos como Bradley Smith, Jules Cluzel y Marc Márquez. El español se llevó la peor parte, sufriendo un high side que en principio no parecía revestir mayor gravedad a tenor de las pruebas realizadas en la Clinica Mobile.
Sin embargo, las horas pasaron y el 93 empezó a sufrir mareos, así que no salió a la segunda sesión. Lejos de mejorar, la situación empeoró y tuvo que renunciar tanto a ese GP como al que cerró el año en Valencia, perdiendo un título para el que dependía de sí mismo y que parecía tener a tiro.
La pesadilla solo acababa de comenzar: la diplopía (visión doble) que sufrió en su ojo derecho a raíz del accidente le duró hasta cinco meses, teniendo que pasar por el quirófano el 16 de enero de 2012 tras haber visto cómo la mejoría en su visión se estancaba. Se perdió prácticamente toda la pretemporada, pero consiguió dar unas cuantas vueltas en el último test, a priori insuficientes para llegar preparado a la cita de Losail.

Con todo en contra, se metió segundo en parrilla tras Thomas Luthi y acabó venciendo la carrera tras batir en el mano a mano a Andrea Iannone por 61 milésimas. Fue la primera de sus nueve victorias en 2012, récord que todavía sigue vigente en Moto2. Y fue campeón, claro. Subió a MotoGP y dominó la categoría con mano de hierro durante más de un lustro.
Diez años después de aquello, la diplopía ha vuelto tras otro accidente (en esta ocasión practicando enduro cerca de su casa) y, con ella, la incertidumbre de no saber cuándo podrá volver a ver con normalidad y, por lo tanto, de no saber cuándo podrá subirse a la moto.
Llega para colmo a finales de una temporada en la que había conseguido escapar de otra pesadilla que comenzó en Jerez 2020 con una fractura de húmero y que tras varias operaciones acabó derivando en una pseudoartrosis que le tuvo todo un año en blanco y que le descartó para el título de 2021 desde el principio al perderse las dos primeras citas y llegar muy lejos de su mejor nivel a la siguiente.

Tras varias carreras sin poder luchar ni por el podio, se sacó de la manga una soberbia actuación en Sachsenring para llevarse una victoria balsámica, volviendo al cajón cinco carreras después con un segundo puesto en Aragón. Tras aquello fue cuarto en Misano para enlazar dos victorias: la primera en su Austin y la segunda en el propio Misano, un trazado de derechas, lo que parecía confirmar su recuperación.
Márquez volvía a sonreír: después de un larguísimo infierno estaba ganando carreras.
Y, de repente, una caída inesperada se traduce en la maldita diplopía que hace casi exactamente una década le sumió en un estado de rabia y desesperación. “Llueve sobre mojado”, decía el piloto al compartir la noticia en sus redes, donde apelaba a la paciencia mientras aseguraba que ha aprendido a afrontar las adversidades con positividad.
Paciencia y positividad que va a necesitar en grandes dosis, porque todo apunta a que le espera una larga temporada sin poder subirse a la moto. Otra más. De levantarse cada mañana, mirar a un punto fijo y hacer marcas en la pared para ver si hay mejoría. De volver a convertirse en una suerte de oftalmólogo autodidacta.
En casos así es difícil encontrar consuelo, pero una de las formas de conseguirlo es agarrarse a un recuerdo feliz, como ese 8 de abril de 2012 en el que la diplopía y la rabia quedaron atrás dejando paso al champán y las risas. En momentos de incertidumbre no haya nada como saber que existe un final feliz.
