Aunque a estas alturas parece claro que ya nunca va a ser campeón del mundo, MotoGP necesita a Jack Miller. En un contexto en el que faltan ídolos carismáticos que atrapen al público, el australiano es ese personaje capaz de trascender las fronteras del motociclismo con su forma de ser, de hablar y de actuar.
Si Jack Miller acaba en el podio de MotoGP, algo bastante habitual desde que llegó a Ducati oficial, sabes que una de las fotos para la galería del GP va a ser la de su invertido al detenerse en boxes, habilidad en la que parece competir en la distancia con el turco Toprak Razgatlioglu. También sabes que en rueda de prensa va a arrancar alguna carcajada a los allí presentes.
Su nivel de carisma es tal que tiene la que sin duda es la cuenta parodia más famosa e hilarante de cualquier piloto de MotoGP actual o retirado. Con sus creativos memes y videos, Jack ‘Dios’ Miller se ha metido en el bolsillo a gran parte de la afición, incluido el propio Miller, llevando la consigna de ‘Viva Miller’ a todos los puntos del globo.
Por eso, cuando se lleva la victoria, en los despachos de MotoGP sonríen. Para empezar, porque supone una victoria australiana, que desde el adiós de Casey Stoner no han abundado precisamente. Y con su marcha a KTM el próximo año, se van a poner todavía más difíciles. Después, por el show que monta en el podio con el ya tradicional shoey.
Jack Miller está a dos meses de despedirse de Ducati, la marca que le acogió cuando terminó su vinculación con HRC, que le atrajo directamente desde Moto3 con los cantos de sirenas de un contrato trianual donde primero tuvo que bregar con la Open del LCR para irse después a la RC213V del EG 0,0 Marc VDS, cuyo rendimiento estaba lejísimos de las oficiales.

Cinco años ha pasado sobre la Desmosedici, tres con el blanco con líneas rojas del Pramac y dos como piloto oficial, donde no ha dado el rendimiento que se esperaba. Habiéndolo hecho de forma aceptable (fue 4º en 2021 y marcha 5º el presente curso), ha acabado totalmente superado por Pecco Bagnaia, cuando a priori él debía ser el primer espada.
Pese a ello, no se le ha visto una mala palabra. Ni contra la moto, ni contra el equipo, ni contra su compañero. Al contrario: siempre ha sumado en aras de ese bien común que es el título de pilotos que no ganan desde que lo hiciera su compatriota Casey Stoner allá por 2007. De ahí que, en pleno debate abierto sobre las órdenes de equipo, él no titubea: ayudará a Pecco a ser campeón en todo lo que pueda.
En Japón, mientras el italiano se diluía hasta acabar por los suelos, Miller hizo la mejor labor de equipo que podía hacer: llevarse la victoria y quitar puntos a todos los rivales de su compañero. Dominó además de principio a fin, en la que fue su victoria más contundente de las cuatro que adornan su palmarés.
Es como si sus victorias fuesen tan icónicas como su carácter: todas se recuerdan por alguna circunstancia extraordinaria. Cómo olvidar aquel triunfo en Assen 2016, cuando batió a Marc Márquez en una carrera reiniciada y recortada tras el diluvio. Ahora es habitual ver a pilotos independientes ganando, pero por aquel entonces era un pequeño milagro.

Casi un lustro tuvo que esperar para repetirlo, ya vestido de Ducati oficial. Fue el pasado 2021 en Jerez, cuando su victoria será recordada por los problemas de síndrome compartimental de Fabio Quartararo, que le hicieron hundirse cuando tenía la victoria en el bolsillo. Dos semanas después, ofreció una exhibición memorable en Le Mans, ganando en una carrera flag to flag contra viento y marea, literalmente.
Desde entonces, había pasado 28 carreras no solo sin ganar, sino viendo a otros compañeros de marca hacerlo una y otra vez. En ese lapso de tiempo su compañero Bagnaia ha amasado la friolera de 10 triunfos, a los que se añaden 4 de Enea Bastianini y 1 de Jorge Martín. En Motegi por fin llegó su hora.
Aprovechó lo extraño del fin de semana, recortado y sin sesiones en seco, para demostrar que cuando el tiempo para hacer la puesta a punto se reduce drásticamente e imperan las sensaciones innatas, es un piloto muy difícil de batir. Parece que solo puede ganar cuando algo se sale de lo normal en un fin de semana, algo que por suerte en MotoGP sucede con relativa frecuencia.
Porque, si todos los fines de semana de GP fuesen exactamente iguales, MotoGP sería muchísimo más aburrido. Por eso, si no existiese un piloto como Miller, seguramente habría que inventarlo. Así que, cuando esos astros se alinean y llega su victoria, solamente se puede sonreír, disfrutar del espectáculo y decir al unísono: ¡Viva Miller!