Habían pasado ya cuatro años desde aquel 2013 en el que Marc Márquez irrumpió en MotoGP como un elefante en una cacharrería. Su llegada había sido anunciada y a nadie le sorprendió que estuviese tan arriba desde el comienzo, otorgando un soplo de aire fresco a una categoría que llevaba demasiados años sin cambiar el reparto de los papeles protagonistas.
Desde entonces, más de lo mismo. El joven Márquez se erigió en el nuevo papel estrella de ‘condenador de genios’, y poco más. Interesantes tramas revivían la acción de tiempos pasados, pero siempre los mismos colores, los mismos números. “Las mismas caras, los mismos gestos” empezaban a dibujar un panorama que nos hacía verlo todo en blanco y negro.
Y casi en blanco y negro llegó Johann Zarco. El primer piloto en defender con éxito el título de Moto2 y el primero en hacerlo en categoría intermedio desde que lo hicieran dos de esas mismas caras: Jorge Lorenzo y Dani Pedrosa. Pese a esos dos títulos, no tenía el comedido galo cartel de estrella en ciernes de MotoGP. Llegar con 26 años no ayudaba, desde luego.
El aviso de Qatar quedó en eso. Salida fulgurante, y al suelo. Nadie lo reconocerá, pero todo el paddock pensó que, en Losail, Zarco pagó el precio de haber querido pasarse de listo y haber intentado querer correr antes de haber aprendido a andar con una MotoGP. Nadie imaginaba cuánto daría que hablar aquella discreta moto negra con un aún más discreto 5 blanco.
Él sí lo sabía. Se lo dijo a su jefe: volveremos a estar delante. Su jefe asintió, pensando para sus adentros que la ambición de su pupilo amenazaba con desbordar su talento. Las tres siguientes carreras las acabó en el top 5, pero sin hacer mucho ruido. Sí lo hizo en Le Mans, ante los suyos, subiendo al podio al terminar segundo tras el error de Valentino Rossi.
No bastó. Lejos de ser considerado como un nuevo protagonista de MotoGP –papel reservado a Maverick Viñales a raíz de su fulgurante inicio con Yamaha-, a Zarco se le empezó a tomar en cuenta como uno de los secundarios de lujo, ese grupillo formado por Andrea Dovizioso –antes de mover la montaña-, Cal Crutchlow o Andrea Iannone, entre otros.
El tranquilo Johann no se inmutaba y seguía haciendo su trabajo. En silencio, de puertas para adentro. Confiando en sí mismo como nadie lo hacía, consciente de que cada vuelta con su M1 era un paso en el conocimiento de la misma. Y a final de año llegó su ataque: primero en Australia, donde tras luchar con sus azuladas compañeras acarició el sabor del champán.
Después, en Malasia, siendo primero tras las poderosas Desmosedici, inabarcables en las largas rectas de Sepang. Y, por último, en Valencia, donde solamente un magistral Dani Pedrosa evitó que acabara su primer año de rookie en lo alto. Allí quedó claro: la revolución, que se había gestado lejos de las cámaras de televisión, ya estaba allí, y respondía al nombre de Johann Zarco.