Laia Sanz y la revolución del gas

Mirar hacia arriba, buscar un límite en el cielo, superarlo... para volver a mirar arriba, y repetir.

Nacho González

Laia Sanz y la revolución del gas
Laia Sanz y la revolución del gas

Decir que Laia Sanz es la piloto más importante de la historia del motociclismo seguramente sería quedarse en la superficie de todo lo que abarca la figura de la de Seva (nacida en Corbera de Llobregat), cuya historia no es la historia más grande jamás contada de una mujer sobre dos ruedas. Que va. Es muchísimo más que eso.

La grandeza de Laia Sanz reside en su sencillez. Desde su perspectiva, ella solamente ha hecho, a base de una fuerza inquebrantable basada en una voluntad inabarcable, lo que mejor se le da. Aquello que la enamoró siendo todavía una niña, el sueño que ha perseguido hasta alcanzar cumbres cada vez más y más altas. Ni el cielo se antoja ya un límite impenetrable.

Ante la dimensión alcanzada por la catalana, resulta tan redundante como innecesario a estas alturas cuantificar sus éxitos en un desglose detallado de su palmarés; cuyo recorrido nos lleva por el viaje a la reinvención de una 'trialera' que se tornó 'endurera' en busca de nuevos desafíos y que hace ya ocho años abrazó incondicionalmente el mayúsculo reto del Dakar.

Sueño al que se aferra temporada tras temporada, convirtiéndolo en una suerte de bendita obsesión. Una peregrinación anual hacia el centro de sí misma para, una y otra vez, vencer al que llaman el raid más duro del mundo. Miles de pilotos tienen como techo de su trayectoria deportiva haberlo culminado con éxito. Muchos otros lo intentaron y no pudieron terminar, guardando para siempre dicha espina. Laia Sanz cuenta sus siete participaciones por éxitos.

Es el perfecto resumen de la vida deportiva de Laia Sanz: hacer, de la proeza, rutina. Mirar hacia arriba, buscar un límite en el horizonte azul del cielo, y saltar hasta dejar dicha línea imaginaria por debajo de sus botas. Una vez logrado, volver a mirar arriba, y repetir. Hace ya mucho que dejó muy abajo las línea que marcaban el límite del trial y el enduro, y hoy en su cielo ya sólo brilla la estrella del Dakar.

No merece la pena tampoco detenerse en todas las irrespetuosas miradas y los maliciosos comentarios que ha tenido que escuchar durante estos años. En todos aquellos pilotos cuya preocupación, al alcanzar el final de una etapa, es saber si una mujer les ha ganado. A estas alturas resulta impensable encontrar uno que no se haya visto por debajo del nombre de Laia Sanz en alguna clasificación, y así ha conseguido que se empiece a vislumbrar el horizonte del respeto tras las dunas del machismo.

El resumen de la vida deportiva de Laia Sanz: hacer, de la proeza, rutina.

Claro que Laia Sanz es revolución. Es mucho más que eso, es un ejemplo para toda niña a la que alguien mira de soslayo cuando dice que quiere ser piloto de motos. La historia de Laia Sanz se puede contar de muchas formas, y cada una encontraría un sitio en una estantería diferente de la más completa librería.

Su libro (‘Quién tiene la voluntad, tiene la fuerza) sobre la edición 2015 del Dakar, cuando se metió en el top ten, debería ocupar un lugar de culto en cualquier biblioteca motera; amén de gozar de un sitio predominante en la sección de aventuras de toda tienda que se precie de ofrecer al público buena literatura.

Sin embargo, ese libro sólo abarca un breve pedacito de su historia, que merece ser contada de diversas maneras. Una biografía al uso podría ocupar varios tomos, y a buen seguro sería otra joya de coleccionismo del sector. Pero yendo más allá, la historia de Laia Sanz podría ser plasmada en un cuento para niñas y niños que lograría educar en la igualdad y el respeto; o ser inspiración para una trepidante novela de acción y velocidad; o un sesudo ensayo sociológico de cómo se puede derribar barreras bajo un mono y un casco.

Podría llamarse ‘Laia Sanz y la revolución del gas’.

Porque Laia Sanz es revolución, su figura es un ejemplo impagable que no encuentra precedente y que quizás no se vuelva a repetir. Si se observa desde fuera, poder asistir a lo que la piloto de Seva consigue año tras año es un privilegio del que ahora mismo cuesta ser conscientes. La perspectiva del tiempo se encargará de entregar ese poder.

Pero, por encima de revolución, Laia Sanz es gas. Basta con verla competir para darse cuenta de que es pura felicidad sobre la moto, que absolutamente todo lo que está consiguiendo nace de una pasión desde lo más profundo de sus entrañas, una entrega absoluta a su vocación, una perfecta simbiosis con su gran amor: la moto.

Es pasión, esa entrega, ese amor son la más pura esencia de Laia Sanz, expresada en la eterna búsqueda de la velocidad y expandida como un gas para colarse en cada rendija del mundo del motociclismo, donde ya nada será como antes.

De la sencillez de una pasión a la más grande revolución de este deporte. Eso es Laia Sanz.