Se llama Toni Elías, tiene 34 años, nació en Manresa y ha conquistado Estados Unidos sobre dos ruedas. Anteriormente fue conocido por ser el primer campeón mundial de la historia de Moto2, y antes de eso por infringir a Valentino Rossi la más espectacular derrota de los escasos duelos mano a mano que el italiano ha perdido en su carrera.
Aun así, no reconocerán a Toni Elías por llevar una chapa dorada distintiva que ponga ‘MotoAmerica Champion’. Y, aunque la llevará, se le reconocería mucho más fácilmente por otro detalle, más brillante que el propio oro: la sonrisa que preside su rostro desde que llegó a EEUU para volver a sentirse sobre una de las GSX-R1000 del Yoshimura Suzuki.
No es que allí el motociclismo tenga suficiente caché como para pensar que puede brindar el sueño americano a todo un campeón del mundo, pero tal ha sido el caso de Elías. Sonaría a tópico decir que en la familia del Yoshimura está viviendo una segunda juventud, pero seguramente sea más certero decir que lo que está viviendo no es sino una sana primera madurez.
Precisamente la madurez que quiere alcanzar el MotoAmerica en aras de reverdecer los laureles de un país cuyos grandes mitos hace ya mucho que colgaron el casco, y que para ello estaba necesitado de elevar el nivel de su campeonato local. Eso es justo lo que hizo el manresano. En ese sentido, la relación de Toni Elías y el país de las barras y las estrellas es absolutamente recíproca.
Explicar qué ha aportado él al campeonato es baladí. Campeón en su segundo año tras pelear por el título siendo rookie es suficiente bagaje. Lo realmente interesante es dilucidar qué le ha aportado el campeonato a él. Cómo el MotoAmerica ha sido capaz de dibujar una sonrisa en un piloto que ha competido en la categoría máxima frente a los mejores pilotos del mundo.
Para ello, hay que dibujar el contexto de la historia. Volver hasta 2011, cuando Elías volvía a MotoGP como campeón del mundo. Había dado un paso atrás para coger impulso y el plan había salido a la perfección. Pero en MotoGP las cosas no salieron. Volvió a Moto2 y tampoco. Se fue a Superbike y parecía que sí, pero en 2015 se quedó tirado y sin moto.
Se vio así atrapado entre unas barras invisibles. A sus 32 años, una temporada en blanco suponía una especie de prisión de la que se antojaba muy difícil salir. Pero confío, se mantuvo alerta y, cuando llegó la ocasión, la cazó al vuelo. No se lo pensó: se deslizó entre las barras para cruzar el charco. Esperaba el sueño americano.
Menos presión y peores circuitos. Daba igual. Había recuperado la ilusión por la velocidad, la mirada fija en el horizonte de la siguiente curva. Las victorias, los podios, el título y hasta las incursiones en los óvalos de dirt track. En cuestión de año y medio, Toni Elías ha dejado atrás las barras y ahora vuelve a bailar con las estrellas.