‘Esto ya no es el Dakar’. No sé la de veces que he leído esta opinión desde la mudanza obligatoria a Sudamérica. Tampoco la llegada de Arabia Saudí ha conseguido acabar con esta muletilla.
Dicen que tanta gente no puede estar equivocada, así que puede que sí, que esto ya no sea el Dakar.
Es un buen sucedáneo, no vamos a engañarnos. La prueba es dura y todavía comparte bastantes similitudes con la aventura que ideó Thierry Sabine. Pero no es lo mismo. Las diferencias son evidentes y, lo que es peor, se van acrecentando con el paso de las ediciones. Algunas forzosas, otras no.
Contra las forzosas no se puede hacer nada. Hubo que llevarse la prueba de su emplazamiento original y hay que asumirlo. La seguridad no es negociable y las amenazas eran más que reales. Hubo que perder una edición por el camino y poner un océano en medio para asegurar la supervivencia de lo que se apellidaba, de forma unánime, el rally más duro del mundo.
No tengo claro que siga siendo así. Puede que lo siga siendo, pero acabarlo ya no es tan caro. Muy atrás quedan aquellas locas tasas de abandonos. Si ya hubo ediciones sudamericanas con un porcentaje de ‘finishers’ bastante altos, es indiscutible que la posibilidad de reengancharte tras no acabar una o varias etapas le quita varios puntos de mérito a la otrora proeza de alcanzar la meta.
¿Qué hubiera pensado el Lago Rosa si hubiese tenido que acoger a pilotos que no acabaron una etapa y que ni siquiera empezaron otro par? ¿O, peor todavía, ver cómo gana una etapa un piloto que no acabó otra anterior? El rubor de sus mejillas lo hubiera convertido en el Lago Rojo.
No terminan ahí las nuevas medidas que atentan contra el espíritu original de la prueba. Por un lado, puedes reengancharte tras no acabar una etapa… pero no te dejan salir si llegas tarde a la salida por haber tenido que reparar una avería durante el enlace. Le pasó el otro día a Sandra Gómez, que hasta entonces lideraba la categoría femenina.
Seguimos para bingo: ahora resulta que hay que pasar por ciertos puntos antes de cierta hora. Una especie de fuera de control, como si fuese el Tour de Francia. El otro día Laia Sanz, ahora en coches, casi se queda fuera de carreras tras esperar a la asistencia y reparar su vehículo después de muchísimas horas.
Fue inevitable recordar aquel Dakar 2013, en el que la propia Laia Sanz llegó al campamento de noche cerrada tras ser remolcada durante más de 400 kilómetros por Miguel Puertas. Auténticas odiseas que son la pura esencia del Dakar original, donde primaba la aventura por encima del cronómetro.

Un cronómetro que cada día va a necesitar más precisión. Al ritmo que evoluciona la prueba, algún día se acabará decidiendo el triunfo final por milésimas.
Veamos un ejemplo claro: en el Dakar 2023, después de ocho etapas, el español Joan Barreda marcha octavo en la clasificación general… ¡a 7 minutos y 21 segundos del líder!
Vayamos al Dakar 2007, el último disputado en suelo africano. Después de ocho etapas, el español Marc Coma lideraba la general con una ventaja de 54 minutos sobre Cyril Despres y hora y cuarto respecto al tercero, David Casteu.
El cronómetro es el algodón del motociclismo. No engaña.
No vamos a caer en el absurdo de pensar que el Dakar se ha convertido en una prueba fácil. No, ni por asomo. Sigue teniendo una dificultad impresionante y terminarlo sigue siendo de un mérito enorme.
Sin embargo, es de justicia reseñar que no es lo mismo. Que, para los pilotos oficiales, se ha convertido en una prueba de velocidad durante dos semanas en la que duermen con ciertas comodidades mientras les reparan las motos. Es cierto que cada vez hay más pilotos de altísimo nivel con una preparación exquisita y unas dotes de navegación magníficas, sí. Tan cierto como que el puño del gas ha ido ganando cada vez más importancia en detrimento del roadbook.
Por poner el colofón a decisiones extrañas (y seguro que me dejo bastantes), hace años que el Dakar se llena la boca con la búsqueda de la sostenibilidad medioambiental… pero cuando llega un camión propulsado por hidrógeno le ponen palos en las ruedas.
Volvamos a la frase inicial y pongámosla en modo pregunta: ¿sigue siendo esto el Dakar?
De alguna forma sí, claro. Conserva el nombre, el logo y la idea original de hacer un rally por etapas en el desierto a campo abierto.
De otra forma, pues no. Es evidente. El espíritu aventurero de los inicios ha quedado enterrado entre dunas de velocidad y profesionalismo.
La conclusión es que este Dakar ya no es aquel Dakar.
Las comparaciones son odiosas. Aquel Dakar no volverá, y cuanto antes lo asumamos, menos decepciones nos dará este nuevo Dakar. Que también mola, aunque sea de otra forma.
Ahora me toca creérmelo a mí, porque todavía hay una parte de mí que espera que el cacareado ‘Empty Quarter’ saudí destroce la carrera y volvamos a ver imágenes de pilotos perdidos entre las dunas.
Al fin y al cabo, no hay nada más dakariano que mantener la esperanza de que vuelva aquel Dakar que nos enamoró en la infancia, ¿no?