Un giro de ‘360 grados’… y una moto

Subirse a una moto sin mirar atrás puede llevarte al centro de tu propio motor.

Nacho González

Un giro de ‘360 grados’… y una moto
Un giro de ‘360 grados’… y una moto

A veces, en la vida es necesario dar un giro de 360 grados. Sí, de 360.

Los giros de 180 grados también puede ser muy necesarios, pero eso sucede cuando todo va mal y lo que se precisa es cambiar de forma drástica el sentido de la marcha.

Los giros de 360 grados tienen otra función: la introspección. No hace falta cambiar el sentido ni la dirección, pero eso no significa que nada cambie.

Tendemos a creer que, en un giro de 360 grados, nada cambia. Error: cambia todo. Todo excepto la posición de la propia persona respecto a un eje de coordenadas. Todo lo demás cambia: pasa el tiempo, la gente cambia su posición relativa. Unas personas se van, otras llegan. Absolutamente nada sigue igual.

Un cambio que se hace más patente y acusado cuando mayor es el diámetro del giro. A mayor diámetro, mayor introspección. Y si es en moto, también mayor disfrute, claro.

Y eso es, más o menos, lo que debió pensar Sofía cuando decidió emprender la aventura de su vida: dar la vuelta al mundo en moto junto a Pedro, un ornitólogo cuya especialidad parece ser introducirle pájaros en la cabeza; reconvertido en un desconocido según van dejando atrás los kilómetros de los impresionantes parajes africanos.

Desde Madrid, Sofía emprende dos viajes tangenciales: el que le llevaría, como a su alter ego Alicia Sornosa (aunque habrá quien diga que Sofía es el alter ego de Alicia, lo mismo da), a convertirse en la primera mujer en dar la vuelta al mundo en moto. Y, el más difícil: el que lleva a Sofía a conocer a Sofía, a las entrañas de su propio chasis.

Bajo un delicioso trasfondo de feminismo y libertad, Alicia pilota a Sofía al límite de su propia mecánica interior; en un viaje al centro de su propio motor: su corazón. Se ve obligada a ser, al mismo tiempo, piloto, ingeniera, mecánica y GPS de su propio destino.

360 grados. Una mujer, una moto y el mundo’ es una novela donde la moto se convierte en la excusa perfecta para surcar los cinco continentes, con dos ruedas muy distintas pero muy cercanas: la rueda de la ilusión y la rueda del miedo.

Sólo cuando se alinean ilusión y miedo sobre el mismo eje –quizás en algún punto entre India y Australia-, aparece debajo la carretera adecuada con el agarre perfecto para dar gas. La carretera que lleva a Sofía a alcanzar una comunión consigo misma que se traduce en una simbiosis con su moto, a la postre la única compañera que nunca le falla.

Es una novela de viajes, de aventuras y, por supuesto, de motos. También se conjugan el amor, la amistad y todos los sentimientos humanos que surgen de estos dos y que, a su vez, tejen las redes de carreteras entre unas y otras personas, con el conflicto como intersección.

Es el conflicto el que hace decidir, el que a la postre acaba dictaminando el diámetro del giro resultante. Cuando te encuentras perdida en medio del desierto de Nevada, una decisión tomada en segundos te puede llevar al medio del bullicio de Las Vegas o al medio de la nada.

¿Lo mejor del viaje? Que, en ese momento, ni siquiera sabes si quieres ruido o silencio.

Decidir algo sin saber lo que quieres simplifica la tarea: todo se reduce al impulso. Un cara a cruz sin preferencias ni vuelta atrás. Un golpe de gas que marca el futuro. Es algo imperceptible lo que te lleva a inclinarte a izquierda o derecha. Son tus propias decisiones las que construyen tu destino y, lo más importante, tu viaje.

Y al final, cuando te quitas el casco, poco importa si miras hacia delante o hacia atrás. Porque, si el giro es de 360 grados, estás en el mismo sitio. Lo importante es mirar hacia dentro, a tu propio motor. Allí es donde está guardado el viaje.