Joan Mir, el hambre y las ganas de comer

Píldoras 2017, capítulo 5.

Nacho González

Joan Mir, el hambre y las ganas de comer
Joan Mir, el hambre y las ganas de comer

Es difícil delimitar cuando sucedió, pero resulta innegable que hace ya tiempo que el campeonato del mundo de MotoGP se concibe como una pirámide de tres niveles, donde Moto3 (antes 125cc) ejerce de base y en la que el fin último de todo piloto de los dos niveles ‘inferiores’ no es otro que llegar a la cúspide.

Una consecuencia de la profesionalización y mercantilización del motociclismo que ha acabado con los especialistas en pequeñas y medianas cilindradas, y que supedita todo al ascenso de categoría. Desde que esto sucede, en las categorías pequeñas se pueden distinguir dos tipos de campeones del mundo: aquellos para los que un título mundial justifica toda una carrera deportiva y aquellos para los que es una forma de coger impulso en busca de mayores cotas. Para unos es un fin, para otros un medio.

La gran mayoría pertenecen al primer tipo. Por una cuestión de lógica, la gran mayoría de los campeones de Moto2 y Moto3 (antes 250cc y 125cc) no llegará a conquistar la clase reina. Desde 2001, sólo cinco pilotos han ganado en categoría reina, mientras que hasta otros 26 pilotos lo han logrado en las restantes.

Para pilotos como Mike Di Meglio, Gabor Talmacsi, Sandro Cortese o Danny Kent –por citar algunos ejemplos recientes-, un título mundial es un fin. Da sentido a toda su carrera. Para otros, como Valentino Rossi, Jorge Lorenzo o Marc Márquez, es más bien un medio. El fin está en la cúspide. Joan Mir es uno de esos.

No tiene prisa, pero tampoco pausa. Cuando un piloto se pone un casco con pantalla clara, resulta impresionante ver cómo, en pleno ápice de una curva, su mirada se encuentra cientos de metros más allá, buscando la siguiente en el horizonte. A los súper campeones les sucede lo mismo con las categorías. Mientras Mir festejaba su título en Australia, su mirada ya estaba puesta en el horizonte de MotoGP.

Hay algunos pilotos que destacan por poseer un hambre natural por las victorias, un apetito innato y voraz por la velocidad que les hace convivir con el éxito desde muy pequeños. Es una especie de don recibido que les lleva a crecer con el sabor del triunfo instalado de forma permanente en el paladar. No necesitan buscar la rapidez, la llevan dentro. Es su hambre.

Hay otros que destacan por sus ganas de comer. Desde la más tierna infancia, desarrollan un amor por el motociclismo que les incita a devorar kilómetros y kilómetros, tratando siempre de mejorar sus cualidades, locos por arañar cada milésima a base de esfuerzo y tesón. Una forma de trabajar metódica e incansable motivada por las ganas, por las ganas de comer.

A veces –muy pocas veces-, se juntan el hambre y las ganas de comer. Lo común es que el hambre natural no vaya acompañado de ganas; o que las ganas surjan por la carencia de un hambre innata. En el caso de Joan Mir, es imposible saber hasta dónde llegará… porque resulta imposible saber qué es más grande: si su hambre o sus ganas de comer.