El año pasado hablábamos de Marc Márquez y los genios condenados. El gran dominador del motociclismo mundial había vuelto a proclamarse campeón de MotoGP, expandiendo su reinado y volviendo a dejar con las ganas a algunos de los mejores pilotos de la historia del motociclismo, que desde que él llegó viven reos de su dictadura.
2018 no ha sido sólo un año más en la condena de todos esos genios. Ha supuesto un agravante a la misma. Por momentos, Márquez ha demostrado una superioridad casi insultante con una máquina que sólo él sabe domar, ganando la mitad de las carreras del año frente a la que seguramente haya sido la mejor pareja de la historia de Ducati a lomos de la mejor Desmosedici que ha existido.
Con todos esos condicionantes, Márquez ya era campeón del mundo en Japón, cuando todavía quedaban tres carreras en juego con sus correspondientes 75 puntos a repartir. Tres carreras en las que algunos de los grandes genios del motociclismo moderno se medían entre sí por escoltar al piloto de Cervera en la foto final, como casi siempre.
Motegi fue la culminación de una racha de nueve carreras seguidas sin bajarse del podio, el equivalente a media temporada. Una regularidad impresionante en un contexto de igualdad sin precedentes de la categoría reina. No en vano, ningún otro piloto logró encadenar más de tres presencias seguidas en el cajón, algo que tan solo lograron los italianos Andrea Dovizioso y Valentino Rossi, a la postre sus acompañantes en el podio final de la temporada como subcampeón y tercero, respectivamente.
Tiene ya a tiro a Rossi como piloto más laureado del motociclismo moderno en lo que a títulos se refiere, e incluso ya hay quien empieza a cuestionarse si será capaz de llegar a las cifras de Ángel Nieto o Giacomo Agostini. De momento eso queda muy muy lejos. Insisto, de momento. Porque Marc Márquez tiene 25 años y hasta la fecha no ha dejado de mejorar como piloto.
Su innato talento nunca ha estado en cuestión, pero un piloto es mucho más que eso. Su capacidad para gestionar las carreras no ha dejado de aumentar en las últimas temporadas, y aunque su voraz instinto ganador le sigue jugando malas pasadas esporádicas, cada día tiene mayor éxito en lo que seguramente sea su tarea más difícil: encontrar el punto de equilibrio entre cabeza y corazón.
Eso no se entrena, se aprende. No se trabaja, se va adquiriendo con el paso del tiempo, con la experiencia de la acumulación de carreras y, sobre todo, con los errores. Si en 2015 aprendió más que nunca a base de caídas, en los últimos años ha continuado con ese aprendizaje aun ganando. Porque aprender es sencillo cuando pierdes, lo difícil es no dejar de hacerlo cuando ganas.
Así, ha firmado otro año de condena para todos sus rivales, pilotos históricos que comienzan la temporada con la ilusión de destronarle y acaban sentenciados a luchar por el subcampeonato. Y así volverá a comenzar 2019, con todos queriendo batir a Márquez y con él preparando los documentos necesarios para prolongar la condena de los demás uno y otro y otro año, así hasta que deje el trono en libertad. Que pasará, pero nadie sabe cuándo.