Me dejaron la Duke tiesa de gasolina, la recogimos en Procycle (Madrid) y nada más ponerla en marcha noté que tenía encendido el chivato de reserva. «Abre la tapa, mueve el depósito y si suena tienes gasolina para llegar a la redacción», me comentó mi compañero Óscar Pena, avispado en estas lides. En la redacción ya reposté, 12,05 litros y cuál sería mi sorpresa cuando, tras llenar la Duke a tope, el chivato de la reserva se resistía a apagarse. Cuando la volví a coger ya se había apagado, según Víctor Gancedo es la boya que se queda algo atascada hasta que al coger un bache vuelve a su sitio. Lo que sí noté en la unidad de pruebas es que una vez llenado el depósito de gasolina hasta los topes, éste rezumaba un poco cada vez que cogía uno de los baches XL que ahora adornan al pueblo manchego que es mi querido Madrid.
El consumo de este propulsor de 70 CV fue irrisorio, con una media de 4,76 litros. La máxima, yendo ligero por autovía, fue de 5,1 y la mínima (rodando por ciudad de forma tranquila) se quedó en 4,3. Estas cifras dan una autonomía media de 294 km para el depósito de 14 litros. Como buen monocilíndrico, vibra un poco, pero son «buenas vibraciones», no llegan a molestar, salvo en los espejos, pues ya antes del límite (línea roja a 8.000 rpm) éstos comienzan a temblar, lo que deja bastante borrosa la visión de lo que llevamos a nuestras espaldas. Las vibraciones las sientes con claridad, pero no se trata del típico hormigueo molesto en los reposapiés y en los estribos, sino algo mucho más agresivo, que hasta casi llega a gustar.
Mi compañero Marcos Gil me dejó la Zero Motorcycles S, uno de los modelos eléctricos de la marca californiana, y el contraste con la Duke no podía ser mayor. La austriaca (ojo, que KTM también está trabajando en modelos eléctricos) es pura adrenalina (pese a que ahora sea más civilizada), mientras que el modelo eléctrico era como una alfombra voladora: silenciosa y más rápida de lo esperado.
Le dije a Víctor Gancedo que quería «la Duke blanca», por lo que, fiel a su estilo, el jefe de pruebas se las ingenió para que KTM nos dejase el modelo que va pintado en negro. A mí, que duda cabe, me gusta más en blanco, además es un color más original en una moto, aunque puede que alguno le parezca de policía local. Un ayuntamiento «marchoso» bien podría hacer uso de las Duke 690 para «apatrullar la ciudad».
Vendría muy bien, al menos para el uso que yo le daría, montar un transportín o unas maletas, lo que haría mucho más fácil ir de rebajas con tu mujer o al súper de la esquina para hacer la compra del fin de semana. Una red me ha salvado la vida estas semanas, pese a que no hay ganchos para atarla, aunque las asas cumplían con esta función. Aprovechando el comienzo de las rebajas, con artículos al 75% (los únicos que le interesan a mi mujer), nos fuimos de compras con la Duke por el centro. Mi santa no es muy motera, pero tiene experiencia como paquete (en el buen sentido de la palabra): «Me ha parecido cómoda, al principio me costó poner los pies en los reposapiés (están algo altos), pero luego me ha gustado. Vibra un poco, pero no llega a molestar». Las bolsas con las rebajas las pusimos entre los dos y llegamos a nuestro hogar con la compra intacta.
Nuestro fotógrafo Lluís Llurba también tuvo la ocasión de catar la austriaca: «Solo me bastaron unos minutos para comprobar que la Duke es una temible máquina ciudadana. Su motor, muy eficaz a bajo y medio régimen, te hace amo y señor de las congestionadas calles madrileñas. Hay que tener cuidado pues la alegría del propulsor puede llevarnos a superar nuestros límites. La distancia entre ejes, el radio de giro, y su contenido peso nos facilitarán la vida en la urbe. A mí entender en algunos aspectos destrona a un maxiscooter, con un baúl podría ser una alternativa a éste. En carretera, ¡genial! Sobre todo si ésta es serpenteante». El calor que desprende el motor, no casa muy bien con los 40º del verano que sufrimos en la capital. Cuando llevas un buen rato rodando por Madrid, cada parada en los semáforos sientes toda la potencia... del calor que desprende el fantástico monocilíndrico austriaco.
En plena ciudad es una delicia «ratonear» entre los coches. Siempre hago la misma prueba, si con una moto más o menos grande, eres capaz de seguir, o incluso superar, a los scooter cuando entre las filas de coches parados, ello significa que tienes un modelo «con cintura». El amplio radio de giro, unido con la altura del manillar y los espejos, hace que puedas «callejear» apurando cada giro. La personalidad de la Duke, aun siendo ahora mucho más civilizada, sigue sacando de ti lo peor (o lo mejor) que uno lleva dentro. Ello no impide disfrutar en plan «cruising» a lo «American Graffiti», con tu chica detrás, siempre por delante de los coches, pero sin que tu media naranja se tense como muestra de desaprobación por practicar una conducción al límite.
El tacto de gas es suave y preciso, empiezas a girar un poco y ¡sales disparado! Como me dijo Juan Muñoz: «Esta moto saca el diablo que llevamos dentro». Lo que más me gusta es que, pese a lo marchosa que es, no es un modelo que intimide a los meros mortales como yo. Incluso sintiendo cómo derrapa un poco en los pasos de cebra, no solo no te acojona, sino que te dibuja una sonrisa debajo del casco. KTM ha logrado un poco la cuadratura del círculo, un modelo «civilizado» que nos permite elegir entre ángel y demonio. Ya desde la primera Duke 690 cada versión ha sido menos radical que la anterior, hasta la que nos ocupa. Un usuario medio disfrutará de lo lindo con la Duke, utilizándola como moto de diario, poniendo de vez en cuando en aprietos a los pegajosos Michelin Pilot Power. Con ella no vas a hacerle sombra a Thomas Chareyre en el Mundial de Supermoto; pero tú mismo sí que te puedes creer el rey del asfalto cuando la Duke derrapa al pisar una raya blanca, ¡yuju!