De Washington a Quebec en moto

Desde hacía mucho tiempo quería cumplir mi sueño de recorrer los bellos paisajes de Canadá en moto, y así lo he cumplido. Una aventura que sin duda ha sido un festín para la vista.

Texto y fotos: Fausto García

De Washington a Quebec en moto
De Washington a Quebec en moto

El 5 de Agosto, a las 17:00, desde la ventanilla del avión, admiraba la inmensa extensión de bosques, marcada por decenas de ríos y lagos, que se extendía más allá del horizonte, en todas direcciones. Cielo muy azul, nubes blancas, bosques verdes y aguas claras. La tarde era soleada y a mi izquierda, al norte, discurría un río muy caudaloso que se ensanchaba hacia el este, hasta desembocar en un ancho golfo. Veía tres pueblos pequeños y sólo dos estrechas y largas carreteras, con un solitario camión en una de ellas. Aunque estábamos en pleno verano, salía humo de la chimenea de algunas casas, sugiriendo que el mes de agosto no es como el nuestro, junto al Mediterráneo.

Soñaba con viajar en moto por estos lugares y decidí que lo haría este verano, antes de septiembre, cuando las lluvias, el barro y el frío intenso lo hacen imposible sobre dos ruedas. Mi sueño, casi obsesión, era llegar hasta Labrador City y si la moto y yo seguíamos en buen estado, seguir hasta Happy Valley-Goose Bay en la provincia de Labrador y Terranova.

Sin embargo, durante años he leído crónicas de otros que completaron o intentaron este viaje y ya sabía que esas ciudades -pueblos más bien- son inalcanzables si no vas con la moto adecuada, debido a la dureza de la difícil ruta. Los artículos escritos por quienes fueron delante de mí, con motos más capaces que la mía, relataban las fatigas que pasaron y los accidentes que sufrieron. Por ello, desde mucho antes de salir, había tomado la decisión práctica y filosófica de avanzar hacia mi destino solo hasta que el viaje dejase de ser placentero, hasta que la moto o yo dejáramos de disfrutar.

Mi nueva y bonita Yamaha V Star 1300 Tourer roja estaba impecable y no quería que regresara del viaje, bollada, arañada y envejecida prematuramente. Ni yo desriñonado, hecho polvo o lleno de vendas y esparadrapos. No me pagan para eso

Iniciamos la ruta

Con esa idea, el 20 de Julio, a las 11 AM, salí de Washington con mi Yamaha-Davidson, como la llaman de cachondeo mis amigos yanquis. Al ir sin mi mujer -lamentablemente- todo mi equipaje cupo en las maletas laterales y la bolsa sobre el depósito de gasolina. No necesité llevar la maleta grande sobre la parrilla trasera, que más tarde sería ocupada por un bidón de plástico, lleno con 9,5 litros de gasolina.

Por la Ruta 7 Oeste, Ruta 15 Norte y autopista I-81 Norte, fui hacia la frontera canadiense. Ardía de impaciencia por llegar a Quebec City y rodar por la Ruta 138, que empieza en la frontera USA-Canadá, al suroeste de Montreal. De lo contrario, para llegar a Canadá habría escogido carreteras secundarias muy pintorescas, a velocidad reducida.

Por la mañana, llovía cuando salí del hotel y fui en dirección este, hacia Ogdenburg, Nueva York, donde hay un paso fronterizo y se entra en Canadá por el puente internacional Ogdensburg-Prescott, largo y elevado sobre el ancho río Oswegatchie, tributario del río San Lorenzo. Este paso fronterizo es muy poco frecuentado por los turistas y pasé a Canadá rápidamente. Entré en la ciudad canadiense de Prescott, provincia de Ontario. Desde aquí, mi rumbo se orientó hacia el Este y así se mantendría por unos 900 km, pasando por Montreal y Quebec City. Este tramo, desde Prescott hasta Quebec City, es la parte más monótona de todo el viaje, siempre por la Autopista 401, también llamada King’s Highway 401 (Autopista del Rey 401). 

Explorando la preciosa ciudad de Quebec, quedé muy impresionado por su belleza, elegancia, colorido y alegría callejera. Hice un tour de 2 horas en un autobús de dos pisos y luego regresé andando a los lugares que más me gustaron. Quebec City tiene un marcado carácter francés y sus numerosos restaurantes dan fe de ello.

El día siguiente amaneció soleado y excepto las botas, húmedas todavía, todo lo demás estaba aceptablemente seco. Con mucha emoción e impaciencia, por la mañana salí de Quebec City por la ruta 138 Este, la única que sale de la ciudad en esa dirección. A partir de ahora, sería difícil extraviarse, porque había muy pocas carreteras en esa dirección. En realidad, sólo una, la 138 y bastaba con seguirla durante varios días. A los 30 km, el paisaje era rural y la naturaleza reinaba. La densidad de población era bajísima y las distancias entre pueblos, muy largas.

La ruta 138 es una carretera nacional de dos carriles, casi siempre bien pavimentados. Discurre paralela y, con frecuencia, pegada a la orilla del imponente y navegable río San Lorenzo. Este río se ensancha mucho al acercarse a su desembocadura en el Golfo de San Lorenzo, donde durante todo el año pueden verse ballenas, las cuales se adentran río arriba y son visibles desde la carretera 138. La velocidad máxima de 100 km/h -tanto en autopistas como en carreteras nacionales- invita a recrearse en la belleza natural que te rodea.

Durante todo el viaje, la moto se paró tres veces por falta de gasolina y tuve que recurrir al bidón. Gracias a ello, ahora sé que con el depósito lleno, a mi moto puedo exprimirle 380 km antes de que se pare el motor, por falta de combustible. Como el bidón iba lleno y la carretera estaba desierta, me podía permitir que se parase donde quisiera y así ver la autonomía verdadera. Es muy bueno saber la autonomía de tu moto, sobre todo cuando vas de viaje.

Excepto algunos tramos cortos de gravilla, la ruta 138 era muy agradable y pintoresca. Por la tarde llovió y al anochecer llegué a Baie Comeau, otra vez mojado, casi tanto como en Quebec City. Había sido una jornada de lluvia y frío. Hice 642 km, de los que unos 450 fueron bajo lluvia pertinaz y bancos de niebla.

Parecía que sí, pero no

Por la mañana, a las 9 AM, entré en la Ruta 389, que va de Baie Comeau a Labrador City, 570 km al norte. Por lo que había leído, sabía que ésta era la carretera donde empezaban las dificultades, infranqueables para muchos. Nadie delante de mí y nadie en mi retrovisor. Una fantasía motera. El pavimento parecía nuevo y probablemente lo era. La doble línea amarilla y continua impedía adelantar, pero no hacía falta, porque no había nada que adelantar y nadie me seguía.

El buen estado de la carretera y el sol radiante me hicieron concebir esperanzas de llegar a Labrador City, como mínimo. Quizá, incluso, hasta Happy Valley-Goose Bay. Inocente de mí...

Poco a poco, gradualmente, la 389 se iba degradando y haciendo cada vez más solitaria. Los tramos de barro y gravilla eran más frecuentes y profundos. El sol se apagó y la lluvia vespertina volvió. Como el trazado de la 389 es directamente hacia el Norte, a medida que se alejaba del río San Lorenzo, la orografía se hacía más montañosa y las pendientes del 12% con curva, gravilla mojada o barro resbaladizo, ponían a prueba mis habilidades como conductor y el agarre de la cubierta trasera, que patinó varias veces.

Para recrearme en una magnífica vista panorámica, paré en un lugar muy bonito, solitario y silencioso, junto a un espeso bosque. Como casi siempre, de la bolsa del depósito saqué un paquete de pipas a medio consumir. De pie, respiraba profundo, admiraba el paisaje y escupía cáscaras de pipas. Estaba completamente solo, árboles por todas partes, un lago al frente, un río detrás y montañas en la lejanía. Pero pronto tuve compañía. De la espesura, andando cautelosamente, sin ruido, salió un precioso zorro (o zorra) rojo (o roja) y describió un semicírculo alrededor de mí. Cuando dedujo que yo no era muy peligroso, sin decir palabra, se puso a mi derecha y se relajó, mirando hacia donde yo miraba. Para no ahuyentarlo/a y para enriquecer el encuentro, dejé de fotografiar, comer y escupir cáscaras de pipas. Durante un buen rato, estuvimos juntos, quietos, sin hablar, mirando en la misma dirección y escuchando el sonido de la brisa ártica. Como dos amigos viajando juntos.

Pasé por la gigantesca central hidroeléctrica Manic Cinq, donde una señal de tráfico decía que estaba a 345 km de Labrador City. Tras coronar la cima de una empinada cuesta, había una pendiente hacia abajo, suave, larga, con gravilla, arena y terminando en curva. Después de varios patinazos en gravilla y fango, me detuve para evaluar la situación. Bajé de la moto y solo escuchaba la lluvia tamborilear sobre el casco y la gravilla crujiendo bajo las botas.

Eran las 19:00 h. Lloviznaba, el calibre de la gravilla aumentaba. Escasez de pueblos y alojamientos; la noche cercana, el tráfico casi inexistente, soledad total, osos negros que no ves, pero te observan y te huelen desde la espesura... A lo lejos, un enorme camión con el remolque cargado de troncos, se aproximaba, ascendiendo la cuesta pesadamente. Me puse en el centro de la «calzada». El camión se detuvo y tras disculparme por interrumpir su viaje, al camionero y su ayudante les dije que iba a Labrador City y pregunté si la ruta era así hasta allí. Ambos dijeron: «Mucho peor...piedras, barro, ramas, lluvia, hoyos...», y el ayudante añadió «muy difícil para esa moto tan grande, probablemente imposible...». Era todo lo que necesitaba saber. Les di las gracias y, rugiendo, el motor se bebió varios litros de diésel para arrancar en la pendiente, acelerando al máximo para no rodar hacia atrás.

Antes de salir, a mis amigos les dije que no podría llegar a Labrador City. Que solo trataría de acercarme lo máximo posible, descartando heroicidades y riesgos excesivos. En ese lugar, a unos 3.100 km de Washington y 341 de Labrador City, en absoluta soledad y rodeado de silencio, acepté que había llegado el momento de la verdad. Con mi Yamaha V Star 1300 Tourer, lo prudente era alegrarse de haber llegado hasta allí y volver para atrás.

Bajando hacia el sur, deshice los 240 km que me separaban de Baie Comeau, con lo que haría 480 km de ida y vuelta por la ruta 389. Pasé otra noche en este bonito pueblo costero, mirando mapas e internet, evaluando la posibilidad de llegar a Happy Valley-Goose Bay por otra carretera o en barco. Pero no hay más carreteras y la logística marina era muy complicada, pues solo hay 2 barcos a la semana y tardan 3 días en llegar.

Anochecía, hacía frío y empezaba a lloviznar cuando llegué a Natashquan, donde tuve la suerte de encontrar alojamiento en una elegante mansión de madera y piedra, convertida en hotel, pero sin rótulo ni letrero alguno que lo identificase como tal. La distinguida y elegante propietaria, que me recibió con amabilidad y un poco de compasión, dijo: «hace años que no teníamos un verano tan invernal como éste». «¡Vaya suerte que tengo!», pensé yo...

En Natashquan acaba la parte asfaltada de la Ruta 138. Convertida en una pista de arena y gravilla, sigue hacia el Este y a unos 30 km, termina completamente, no lejos de la frontera con Labrador y Terranova. Pero esa distancia es impenetrable para cualquier vehículo terrestre, porque los bosques y los acantilados lo impiden. Al día siguiente amaneció lloviendo, con niebla matinal y mucho viento. Después de desayunar, la señora me aconsejó que no fuese hasta el final de la 138, porque «no es bonito y la gravilla resbala mucho». Le hice caso y renuncié a hacer los 30 km finales, 60 km ida y vuelta. Silbando bajo la lluvia canadiense, inicié el regreso por la omnipresente Ruta 138, pero esta vez en dirección contraria.

Comienza el regreso

Yendo hacia Quebec City, la Ruta 138 va hacia el suroeste. Otros 642 km y paré por tercera vez en Baie Comeau, donde pernocté por tercera vez. Al día siguiente, a los 188 km llegué hasta Les Grandes Bergeronnes y me alojé en uno de los moteles más agradables de este viaje. Para llegar aquí, había hecho unos 4.400 km.Continué por la 138 hacia el suroeste, me desvié hacia el norte por la Route 381, -para ver el Parque y Reserva Animal Des Laurentides- y llegué a Saguenay, donde pernocté. Día soleado, preciosa y solitaria carretera de montaña, por donde mi Yamaha circulaba con seguridad, potencia y aplomo. Era un placer escuchar su sonido gutural cuando aceleraba. Sonaba como un trueno en la distancia.

Por la mañana, siguiendo la Ruta 175 Sur, llegué a Quebec City y fotografié el Aubergue Saint Antoine, donde se alojaba mi amigo Marino, de Vigo, capitán de la marina mercante española, cuando atracaba sus barcos en el muelle fluvial del río San Lorenzo. Después de esa ciudad, pernocté en Montreal, ciudad que parecía estar en fiestas, con las calles muy animadas y un concierto musical en una de sus plazas principales.

Por la autopista 416 Sur bajé hasta la autopista 401 y virando hacia el oeste, conduje hacia Toronto, bordeando la costa norte del lago Ontario. Mucho tráfico y calor veraniego. Pasé el día y la noche en Toronto. Caminé por sus amplias avenidas y cené en un magnífico restaurante indio en la famosa Yonge Street.

Entré en EE.UU por las cataratas de Niágara, donde el tráfico, el gentío y el calor eran insoportables. Por culpa de la larguísima cola en el control de pasaportes en el lado yanqui, tardé casi 3 horas en cruzar la frontera, por el puente internacional sobre el río Niágara, repleto de vehículos. Enfilé la moto directamente hacia el sur. Crucé el estado de Nueva York y pernocté en Lewisburg, Pennsylvania, donde viví 2 años, con mi novia y mi hermano Juan Carlos, junto a la Universidad de Bucknell, el siglo pasado. En ese pueblo, había gente que los primeros extranjeros que habían visto en su vida fueron mi hermano y yo.

Al día siguiente llegué a casa, tras 6.263 km de viaje. La moto y yo en perfecto estado, excepto la cubierta trasera, que con solo 10.300 km, estaba muy gastada. Aquí termina la historia de mi intento fallido por llegar a la remota provincia de Labrador y Terranova. Labrador City y Happy Valley-Goose Bay siguen en mi lista de lugares a visitar.

Por suerte, a pesar de que no llegué a la meta, el camino era tan bonito como el destino final. Estoy satisfecho de haberlo intentado. Y esto es casi todo. Gracias por vuestro interés.