Vamos a iniciar nuestro viaje en Málaga, donde hemos reservado una moto de alquiler con la que realizar nuestro viaje. Como no puede ser de otra manera es una trail, en concreto una Triumph Tiger. Sin embargo, nuestro plan inicial tiene que cambiar porque hay mal tiempo y la tormenta que azota el estrecho de Gibraltar hace que se cancelen casi todas las conexiones del ferry. Al final, todavía queda un barco para nosotros y salimos por la tarde en vez de por la mañana. La travesía hasta Marruecos sólo dura una hora, pero en la frontera tardamos dos y media para poder pasar con los trámites y las chapuzas fronterizas.
Bueno, ya estamos en Marruecos. Se suponía que iba a ser un viaje rumbo al sol y al calor, pero ya se ha hecho de noche y está lloviendo. El suelo es realmente resbaladizo, cada vez que aprieto la maneta de freno noto como el ABS traquetea, y eso que vamos muy despacio. No logramos registrarnos en el hotel hasta las nueve y media. Ha sido un día realmente extraño, al menos si tenemos en cuenta nuestro planeamiento inicial.
Empieza el viaje
El segundo día nos vamos hasta Chefchaouen, una ciudad “Patrimonio Mundial de la Unesco”, aquí nos tomamos nuestro tiempo en un lugar completamente azul en el que podemos protegernos de las miradas indiscretas. Funciona a la perfección, caminamos encantados por las callejuelas. Aquí nadie es malo.
La siguiente etapa ya tiene lugar en el tercer día de nuestro viaje, un relajado viaje a Fez. Las indicaciones del navegador dicen que la ruta es rápida y sinuosa, y que no hay carreteras sin asfaltar, pero las cosas van cambiando cuando atravesamos las montañas del Rif, bastión del cannabis. Una y otra vez, la gente se lanza a la carretera como si fuera una cuestión de vida o muerte. Luego siempre el mismo gesto “piff, puff, puff “ quieren vendernos lo que cultivan y a lo que huele. El aire mantiene ese el aroma durante muchos kilómetros. Por lo visto por aquí es normal fumar hachís en el coche. Las carreteras son cada vez peores y hasta acaba el asfalto. Al final rodamos 254 km fuera de la carretera que llegan a ser bastante duros. Sin embargo, las mágicas vistas sobre el enorme embalse de Al Wahda hace que nos olvidemos de todo, incluso del dolor de culo. Una vez más, llegamos a nuestro destino cuando ya se ha hecho de noche, y las carreteras siguen sin tener nada de agarre. Llovizna cuando entramos en el casco antiguo de Fez.

La siguiente jornada la aprovechamos para dar un paseo por el centro histórico más antiguo y grande del norte de África. Nos recoge directamente un hombre de unos sesenta años, que quiere ser nuestro guía de la ciudad y no deja lugar a que discutamos. Al principio no nos hace gracia, pero pronto queda claro que estaríamos perdidos sin él. Su orientación es impresionante, su generosidad inconfundible. “No os pido nada”, recalca una y otra vez. Nosotros le devolvemos generosamente el favor. Nuestro entusiasmo crece a cada paso que damos por estas animadas callejuelas, hasta en la tremendamente apestosa pero colorida curtiduría. Atravesamos la Casbah, el mercado, por sus estrechas callejuelas.
Zaouiat Cheikh, es una pequeña ciudad en el centro del país. ¿Qué hacemos aquí? Estamos un poco perdidos en Marruecos. El tiempo nos juega una mala pasada y nos aleja de las majestuosas montañas del Sur, con nieve en el Alto Atlas y aguaceros. Pero nuestra agenda no nos permite retrasarnos, así que ponemos rumbo al suroeste y nos alejamos de las montañas por el momento. Las carreteras tienen largas curvas y rectas interminables, el Atlas con sus cumbres nevadas queda a la izquierda. Estamos contentos, pero no con el alojamiento en el que sólo hay agua fría. Además, todo está algo húmedo, no hay Wi-Fi, lo que habría estado bien. No es gran cosa pero siempre hay algo que ver.
En el Atlas
Hoy vamos a por las montañas, subiendo el Atlas en nuestra Triumph cargada a tope, a través de una exuberante vegetación, por supuesto siempre decorada con colorida basura y muchos plásticos. Hace frío antes de la población de Midelt y tenemos que abrigarnos en una gasolinera que no es precisamente un oasis. Nos hubiera gustado tomar un café, pero aquí sólo hay gasolina y gasoil. ¡Ah! Y Wi-Fi. En Midelt, mientras comemos, escuchamos un fuerte estruendo, con una onda de presión incluida, que viene seguido por un fuerte choque. El pizzero nos hace un gesto claro: “¡Explosión de gas!”.
Continuamos por el Col Tizi n’Talghaumt, de 1.907 m de altura, el Alto Atlas se vuelve cada vez más impresionante. En la cima, hago algunas fotos mientras Dunja conversa con un lugareño. Me uno a ellos y a Ahmed, que nos invita con un encantador acento marroquí a su hotel de Merzouga, aún a varios cientos de kilómetros: “Tengo un hotel justo al lado de la duna, os invito a montar en camello”. ¿Y snowboard? “Sí, también podemos hacerlo”. Decidimos ir allí, pero de camino hacia el sur, queremos visitar las Gargantas del Ziz, un desfiladero de locos a las afueras de Errachidia. ¿Qué decía aquel sabio refrán? ¿La vida es demasiado corta para malas habitaciones de hotel? Bueno, siempre hay algo peor de lo que habíamos probado, algo de lo que nos dimos cuenta enseguida. Nos espera una de las peores noches de hotel de nuestras vidas. Al principio todo parecía perfecto, incluso nuestra Tiger tiene su propia habitación y nuestro pequeño ático está bien ventilado, pero huele un poco a plástico quemado. Y hace frío, así que cerramos las ventanas, subimos la calefacción y nos vamos a comer un sabroso tajine.

Los chicos de abajo se sientan en sus acogedores caftanes con capucha puntiaguda junto a la chimenea y se calientan las manos con plástico quemado. En fin, comida y té de menta frescos y deliciosos, y ya tenemos energía necesaria para irnos a dormir. Pero de repente la habitación huele asquerosamente, no a plástico quemado, sino a pozo negro, a heces, a cloaca. Nos lo tomamos con humor, ventilamos la habitación y nos planteamos si ahora deberíamos dormir con trajes de moto. Nos decidimos por la ropa interior funcional, nos tapamos la nariz con los calentadores y nos dormimos.
En el desayuno, el hotelero nos pregunta, "¿Cómo habéis dormido?” Le digo la verdad y vuelve a señalar la tormenta y el sobrecargado sistema de alcantarillado. No pasa nada, nos hemos divertido. Tenemos unos 160 km por delante y esta cálida mañana de primavera nos recibe con la escarpada belleza de las gargantas del Ziz. Aparcamos y nos quitamos la ropa de abrigo y empleamos la secadora que produce el viento para quitar la humedad de los calcetines lavados a mano en el hotel.
La gran duna
Antes de la presa de Al-Hassan Addakhil, la carretera vuelve a subir hasta los 1.360 m, después de lo cual, el desierto se acerca notablemente. En Zouala, el desierto se abre y el valle del Ziz se convierte en un inmenso oasis. A continuación, las fascinantes dunas de Erg Chebbi, cerca de Merzouga. Poco después, nos registramos con Ahmed, al que habíamos conocido el día anterior. Antes de cenar, damos un paseo en camello por las dunas. Siempre he pensado que los camellos apestan, son imprevisibles e incluso pueden morder. Todo mentira. ¡Qué agradables y frescos! No apestan en absoluto. Tienen un pelaje suave y un carácter alegre. A menudo se quedan parados durante horas, absolutamente libres de estrés. Como humano, tal vez podría darles una oportunidad. En las dunas: silencio. Los colores bailan suavemente a la luz del sol poniente, mientras los camellos dibujan sus sombras en la arena. Una imagen relajante.
Ha acabado nuestra primera semana de viaje y partimos con los primeros rayos de sol. Nuestro camino nos lleva a través de la arena, pasando por un oasis, un cementerio de camellos y finalmente al Lac de Merzouga. El lugar donde los flamencos suelen refrescarse los pies está ahora seco y desierto. Hace más de dos años que no llueve. Ahmed me pregunta: “¿A qué te dedicas, sólo a la fotografía y a escribir historias?”. “No”, respondo, “también a la música”. Así que nos dirigimos al centro cultural a conocer la suya. Me dejan seguir el ritmo y pruebo una mezcla de cubano y pop, con la que los chicos no se sienten nada cómodos. En mitad de la canción, un colega me pone su “ritmo favorito”. Me adapto, parece que todo va bien y ¡adelante! Después, comemos una pizza bereber en el Café Nora, nuestra mejor comida en Marruecos hasta el momento. De postre, un café con especias exóticas.
Por la noche, una ronda de sandboarding, el problema: nunca lo había hecho y la ganadora es Dunja, mi mujer, una vez más la mejor, pero sólo hasta el momento en que Ahmed se sienta en la tabla y se desliza fácilmente por el valle de dunas. Decidimos quedarnos otro día en Merzouga. Ahmed quiere enseñarnos algo más. Un oasis como paraíso lleno de vida en medio del árido desierto. Los pájaros pían, los insectos zumban y un amable jardinero te da una zanahoria crujiente. Este lugar está lleno de sorpresas y contrastes. Nuestra excursión continúa por el vibrante mercado de Rissani. Ahmed nos abre la puerta a un mundo que no deja de sorprendernos.

Al día siguiente, dejamos a Ahmed y su hermoso hotel con lágrimas en los ojos. Dejamos atrás el punto más meridional, el lugar más caluroso y quizá el ambiente más mágico, y continuamos nuestro viaje hacia el noroeste. La carretera sube imperceptiblemente y vuelve la sensación de infinitud. Atravesamos un pueblo, la carretera está completamente bajo el agua. Los niños del pueblo gesticulan: “Ni hablar, hay que ir por detrás, nosotros conocemos el camino”. Nos damos la vuelta y les seguimos a paso de tortuga. Salen corriendo como si no hubiera un mañana. Nos indican el camino con rugidos salvajes y entusiasmo. Uno de ellos se cae de morros y se golpea la rodilla. No le importa. ¡Adelante! Más tarde, volvemos a encontrar rastros de una inundación: basura de plástico allá donde miremos. Después, la punta turística: el desfiladero del Todra. No apto para ciclistas claustrofóbicos. El espectáculo natural tiene lugar en un solo kilómetro, y aquí el río ha cortado hasta 300 metros de profundidad en la roca.
Estamos acabando
Otro lugar declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO e imán turístico, Aït-Ben-Haddou, la ciudad del cine. A continuación, cruzamos lo más rápidamente posible el Atlas antes de que vuelva la lluvia, pero lo que llega no es agua, sino nieve en la cima del puerto de Tizi n’Tichka, a más de 2.200 m. Aquí casi todo está en obras y aunque la mayoría de los puertos son fáciles, a veces nos encontramos con una mezcla resbaladiza de arcilla y agua a la que llamamos Nutella. La ciudad de Aguelmous nos recibe con montones de nieve sucia de un metro de altura al borde de la carretera y una calle principal inundada. La aventura va en aumento y poco antes de coronar el puerto, un desorientado piloto en una Africa Twin, que va en vaqueros y zapatillas, nos pregunta si hemos visto a sus colegas. Sin embargo, después de coronar el puerto, el escenario cambia por completo. El sol brilla en una sensacional carretera de montaña con el mejor asfalto. Después de unos diez kilómetros, la carretera se curva suavemente y da paso durante los siguientes 45 km a un increíble paisaje y un frenesí de curvas.
La lluvia golpea la ventana durante el desayuno, aunque la previsión meteorológica promete mejora. Nos ponemos en marcha. No tenemos ganas de meternos en el ajetreo de las grandes ciudades, así que nos ahorramos Marrakech, pero nos dirigimos a Casablanca y seguimos hacia el norte bordeando la costa. Ahora deja de llover, pero ya hemos llegado a la costa atlántica y nuestro ánimo ha decaído, aquí ya todo parece más europeo. Al día siguiente, cuando salgo del aparcamiento subterráneo de Kenitra, brilla el sol. Hago clic en mi maleta, me pongo el casco. Vuelve a llover, pero vemos luz en el horizonte, giro el acelerador y parece que podemos ganarle la carrera a la lluvia. No hay manera, a unos 20 km antes de la meta comprobamos que vence el chubasco. La elección de nuestro hotel en Asilah vuelve a resultar ser un éxito, tiene vistas al mar, duchas calientes y Hassan nos ofrece café y tarta. Por la noche comemos una pizza estupenda. En nuestra penúltima mañana brilla el sol y un largo paseo por el pintoresco pueblo de artistas de Asilah resulta ser un momento para recordar.
Nuestra última etapa va de Asilah a Ceuta, y de ahí en ferry hasta Algeciras para seguir la ruta a Málaga. Son unos 300 km, y antes de llegar a la ciudad española disfrutamos de las mejores curvas y de un asfalto de primera. Más tarde, en el ferry, oigo en la radio que en Marruecos hay 3.500 horas de sol al año. Parece que hemos escogido muchas de las 700 restantes. No obstante ha sido uno de nuestros viajes más bonitos, salvajes y alocados.