Hace justo diez años, el británico nacimiento y dubaití de adopción Sam Sunderland se presentó en la línea de salida de su primer Dakar a lomos de una Honda. Corría el año 2012, tenía apenas 22 años y ya había mostrado su increíble velocidad en pruebas de tanto prestigio como el Abu Dhabi Desert Challenge -donde ganó dos etapas como amateur-, lo que refrendó en los primeros parciales hasta que un fallo eléctrico le obligó a abandonar en la tercera etapa.
No pudo volver al año siguiente tras romperse ambas muñecas, posponiendo su regreso a 2014 de nuevo con Honda. Solo duró una etapa más que en su primer intento, pero un día antes de romper motor tuvo tiempo de hacerse con su primer triunfo parcial. Todo eso le valió para firmar un contrato con KTM que le convertía en piloto oficial del mejor equipo del mundo, que estaba en un momento de transición, ya que Marc Coma encaraba su último Dakar.
Sunderland comenzó ganando el prólogo, cedió mucho tiempo al día siguiente y de nuevo tuvo un final abrupto y demasiado tempranero al lesionarse la clavícula y el hombro en la cuarta etapa. Su mala suerte siguió en 2016, donde a dos semanas del comienzo confirmó su baja a raíz de una lesión en la pierna sufrida en el Rally Merzouga.
Así pues, se plantó en la línea de salida del Dakar 2017 un lustro después de su debut pero con apenas una decena de etapas como bagaje en la prueba, de las que -eso sí- había ganado dos. Aquel año, los fallos llegaron de sus rivales: en la cuarta etapa, su compañero Toby Price -vigente ganador y gran favorito- se fracturó el fémur; y al día siguiente Joan Barreda fue sancionado con una hora por repostar en un lugar equivocado.

Ese día, Sunderland se puso líder con una renta interesante que, ayudado por cancelaciones y reducciones de etapa, defendió hasta Buenos Aires para convertirse en el primer ganador británico del Dakar en la primera vez que conseguía alcanzar la meta. Con solo 27 años, el futuro se abría ante él de par en par.
Sin embargo, la defensa de su victoria salió fatal: ganó la primera etapa y repitió en la tercera para recuperar el liderato… para acabar evacuado en helicóptero al día siguiente. Retornó en 2019; donde, tras ganar dos etapas, una sanción a dos días del final le dejaba sin opciones de podio, cruzando la meta final en la octava posición de la general… hasta que la anulación de la sanción le metía tercero para completar la fiesta de sus compañeros Toby Price y Matthias Walkner. Segundo Dakar terminado (de seis intentos) y segundo podio.
En ese 2019 conquistó el Mundial de Rallies Cross-Country tras ganar el Abu Dhabi Desert Challenge y Silk Way Rally y ser segundo en Atacama; pero volvieron los fantasmas en 2020 cuando se lesionó en la quinta etapa y tuvo que abandonar por quinta vez en siete participaciones.
El año pasado, Sunderland salvó la papeleta de KTM tras los problemas de Walkner a las primeras de cambio y la lesión de Price. Consiguió inmiscuirse entre las Honda y soñó con ganar el Dakar, logrando su único triunfo parcial en la penúltima etapa para ponerse a 4 minutos del líder y a la postre campeón, Kevin Benavides. Claro que eso le obligó a abrir pista el último día y perdió una posición para acabar tercero y ser la única KTM en el podio.

Por eso sorprendió tanto que, tras el fichaje de Kevin Benavides y la decisión de reducir a tres pilotos el equipo oficial, fuese Sunderland el elegido para cambiar el naranja KTM por el rojo de GasGas, otra de las marcas del grupo austriaco y un nombre que le hacía bastante justicia, ya que siempre había ido sobrado de gas.
Así, totalmente de rojo y exactamente diez años después de su primera vez en el Dakar -aunque a casi 13.000 kilómetros de Buenos Aires-, se presentó el 1 de enero en Riyadh. De aquel veinteañero quedaba el talento y la motivación. Todo lo demás lo ha ido adquiriendo a lo largo de la última década, entre kilómetros de desierto y diversos contratiempos.
Durante la primera semana optó por mantenerse en un semi discreto segundo plano, sin entrar en la vorágine de pilotos que ganaban y perdían auténticas minutadas en función de si abrían pista o si partían muy atrás. Aun así, se había puesto líder tras ser segundo en la segunda etapa y así se mantuvo hasta la jornada de descanso tras otro segundo puesto.
Fue la primera vez que pagó salir tan delante, recuperando el mando al día siguiente con un triunfo de etapa inteligente, ya que abrir pista en la corta novena etapa era un mal menor. Cedió el liderato por dos minutos ante su ‘compañero’ Walkner y, en el antepenúltimo día, tomó una decisión que marcaría el devenir de las dos etapas restantes.

En el tramo final de la etapa, se paró. Perdió varios minutos que le dejaban a seis minutos de su cuñado Adrien Van Beveren pero que le aseguraban una posición de salida óptima en la penúltima etapa, la más decisiva. Si hasta entonces había pilotado con cabeza, ese día lo hizo con ración extra. A sus 32 años, esa decisión era la prueba perfecta de su madurez.
Al día siguiente, volvió aquel veinteañero. Tenía una oportunidad y para aprovecharla tenía que hacer lo que le sale innato: darle al gas como si no hubiera un mañana. Porque no lo había: después de diez días de no perder el Dakar, ese día había que ganarlo. Y lo ganó, vaya si lo ganó.
Si alguien tenía dudas de si seguía conservando la velocidad con la que asombró al mundo una década antes, quedaron absolutamente despejadas. Se colocó líder con un colchón de casi siete minutos para cubrir la etapa final sin sobresaltos, entrar en el selecto club de los pilotos con más de un Dakar en su palmarés y hacer historia para GasGas.
Sus números totales dicen que, aunque siempre que acaba la prueba lo hace en el podio y la mitad de las veces la gana, también dicen que solo ha acabado la prueba en cuatro de sus nueve intentos. Ahora bien, la realidad es que desde 2017 lleva dos triunfos y cuatro podios en seis participaciones. El algodón no engaña: Sam Sunderland sigue sobrado de gas y ahora también sabe correr con cabeza, los ingredientes perfectos para triunfar en el Dakar.