Es difícil saber en qué momento Andrea Locatelli había perdido la inercia positiva que llevaba desde joven. Campeón italiano de Moto3 a los 16 años ante pilotos como Michael Rinaldi, Luca Marini o Stefano Manzi (también andaban por allí Enea Bastianini, Fabio Di Giannantonio o Lorenzo Dalla Porta), un año antes había ganado el trofeo Honda NSF250R.
Por aquel 2013, se erigía como una de las esperanzas del país para revertir el dominio español, que alcanzaba su apogeo aquel año con el título de Marc Márquez como rookie ante Jorge Lorenzo y Dani Pedrosa. Con todo, no tuvo un salto fácil al Mundial de Moto3, ya que lo hizo con el equipo de la federación italiana y Mahindra, acabando el año con cero puntos.
Gresini confió en él y le sentó en la Honda, donde progresó adecuadamente y llamó la atención del Leopard Racing. Nuevo cambio, esta vez a KTM, en un equipo plagado de talento: sus compañeros eran Joan Mir y Fabio Quartararo. Acabó el año noveno y logró su primer podio mundialista al ser segundo bajo la lluvia de Sachsenring, repitiendo posición en Phillip Island.
Su progresión era evidente, por eso sorprendió que decidiera saltar a Moto2 de la mano del Italtrans Racing. Años después es fácil decir que seguramente le hubiera ido mejor esperando otro año. Ya poco importa. En el motociclismo actual imperan las prisas y, cumplida la veintena, tuvo que resultar imposible renunciar a dar el salto a la categoría intermedia con un equipo sólido.

El primer año en Moto2 fue duro (acabó con ocho puntos), lo cual es casi un cliché en dicha categoría. El segundo llegó (esperado) salto de calidad, asomándose en varias ocasiones al top ten, pero el tercer año se estancó por completo. Era el momento de pelear por podios y, salvo un sexto en Assen, no se acercó, logrando menos puntos que el año anterior.
Sus días en los grandes premios tocaban a su fin y decidió irse al Mundial de Supersport, un cambio que se está convirtiendo en tendencia. El paso atrás en impacto mediático se compensaba en material, ya que llegaba al equipo campeón para llevar la moto campeona. Lo suyo con la Yamaha YZF-R6 fue amor a primera vista.
El idilio ha sido digno de una égloga: nueve victorias consecutivas para batir todos los récords de la historia de la categoría, siempre logrando la pole y la vuelta rápida para acabar el curso con doce triunfos en 15 carreras y llevarse el título con una ventaja casi insultante, ganándose una Yamaha oficial en el Mundial de Superbike el próximo 2021.
El año que viene ya se verá qué sucede, pero lo que ha quedado claro es que la R6 es el locus amoenus de Andrea Locatelli: es escenario ideal y paradisiaco para enmarcar un relato bucólico, un jardín de un perfecto color verde donde solamente suceden cosas buenas, en el que poder ser feliz tras haber visto cómo se truncaba el guion original de su carrera deportiva.